'Mad Men' sigue siendo 'Mad Men'

-¿Por qué esperaría algo más?

-Echa la culpa a Madison Avenue

Y así, casi sin darnos cuenta, hemos llegado a la mitad de la primera parte de la última temporada de Mad Men. Un suspiro. Ya hemos visto tres capítulos de los siete que se emitirán este año (en España, en Canal +) y tendremos que esperar otro año para ver la última tanda de episodios. Tres capítulos en los que hemos visto a ...

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-¿Por qué esperaría algo más?

-Echa la culpa a Madison Avenue

Y así, casi sin darnos cuenta, hemos llegado a la mitad de la primera parte de la última temporada de Mad Men. Un suspiro. Ya hemos visto tres capítulos de los siete que se emitirán este año (en España, en Canal +) y tendremos que esperar otro año para ver la última tanda de episodios. Tres capítulos en los que hemos visto a Don Draper más perdido que nunca (otra vez), un Don Draper que ha pasado de las puertas atascadas del primer capítulo, puertas que ni se abren ni se cierran, a las que se vuelven a abrir en el tercero. Un regreso a la altura de la serie que es (que fue y que siempre ha sido) y que recupera ese escalofrío que se siente cuando suena la melodía de la cabecera. En estos tres capítulos también hemos tenido tiempo para comprobar que, afortunadamente, Mad Men sigue siendo tan Mad Men como siempre.

Spoilers de los tres primeros capítulos de la séptima temporada.

La caída en desgracia de Don Draper, esa que representa la cabecera de la serie, fue más evidente que nunca al final de la entrega anterior. Y así es como nos lo encontramos. El arranque de la séptima temporada juega con el espectador y le deja sin saber a qué atenerse, desubicado, de la misma forma que se encuentran los personajes. Desde Don, volando de una costa a la otra constantemente y ocultando a su mujer la realidad, hasta Peggy, que no se encuentra a gusto en su nueva situación con un jefe del que no ha conseguido todavía su respeto. El primer capítulo sirvió para que los espectadores volviéramos a situar a los personajes en sus nuevas realidades y en su estado de ánimo. Paciencia, que esto es Mad Men y aquí las cosas se cocinan a fuego lento no, lentísimo.

Tras esa recolocación de piezas, los dos siguientes capítulos han sentado las bases de lo que vendrá en el resto de la temporada. El primer empujón lo dio la reaparición de uno de los personajes que hacen que la acción en la serie siga adelante: Sally Draper. Una joven a la que hemos visto crecer ante nuestros ojos y que pide un spin-off a gritos. Heredera directa de lo peor de sus dos progenitores, Sally es la persona perfecta para dar a su padre esa bofetada de realidad que necesita de vez en cuando. Nadie mejor que ella para desarmarle en un curioso día de San Valentín. Las secuencias con Don y Sally Draper juntos valen oro. Queremos más Sally Draper. Sally for president.

Y, por fin, el tercer capítulo, el que sella el regreso de Don. Vuelve tras tener que renunciar a muchas cosas. La más importante de ellas, su orgullo. Parte de él se queda en Los Ángeles con Megan. La otra parte se la tiene que tragar para aceptar las nuevas condiciones que le ponen para que su regreso a la agencia pueda ser una realidad. Don vuelve convertido en un extraño, un extraño en su propio mundo, ese en el que se manejaba tan bien y sin el que, como ha comprobado, no sabe vivir.

Mad Men siempre ha sido la historia de Don, su ascenso, su descenso, su vuelta a subir y su vuelta a bajar. Ahora se abre un abanico de opciones que colocan la serie en el punto de salida a la espera del sprint final. Nos quedan por delante once capítulos (cuatro este año, otros siete el próximo) para saborear, disfrutar, degustar cuidadosamente. Sin prisas. A su ritmo. Con su estilo. Con sus subidas y sus bajadas. Con Don, Peggy, Joan, Pete, Roger (los momentos de Roger siguen siendo tan divertidos...). Con esos temas musicales al final de cada capítulo. Con sus puertas que se abren y se cierran. Sus silencios. Sus miradas.

Con su Mad Men. Porque Mad Men sigue siendo Mad Men. Y punto.

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