Lo nazi

Alemania revisa con valentía su monstruoso pasado. 'Hijos del Tercer Reich' habla de la complacencia del pueblo con ese horror que algunos siguen trivializando

Los cinco personajes principales de 'Hijos del Tercer Reich', en una escena del primer capítulo.

Los canales de documentales lo saben bien: si la audiencia flojea, sacan nazis. Ningún capítulo de la historia genera tal fascinación en la audiencia como el auge y caída de los seguidores de Hitler. Encarnan el mal absoluto como el diablo en los textos antiguos. Pero el nazismo no es pasado: aún hoy la justicia alemana está procesando a guardianes de Auschwitz; su presidente visita ...

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Los canales de documentales lo saben bien: si la audiencia flojea, sacan nazis. Ningún capítulo de la historia genera tal fascinación en la audiencia como el auge y caída de los seguidores de Hitler. Encarnan el mal absoluto como el diablo en los textos antiguos. Pero el nazismo no es pasado: aún hoy la justicia alemana está procesando a guardianes de Auschwitz; su presidente visita ruinas de pueblos franceses donde resuenan gritos de matanzas; los miembros de la lista de criminales de guerra más buscados se están muriendo, como el húngaro László Csatáry, sin haber dormido entre rejas.

Casi todos los relatos del nazismo en las pantallas han venido de Hollywood. Cuando surgen en Alemania se disparan las susceptibilidades. La estremecedora película El hundimiento (Oliver Hirschbiegel, 2004), fue criticada por mostrar a un Hitler humano, a ratos amable con sus ayudantes, incluso tierno con los niños que lo acompañan en el búnker de Berlín. También lo vemos colérico, delirante, paranoico. Es que el monstruo, en efecto, era humano. No sería el primer asesino en masa dispuesto a ayudar a una anciana a cruzar la calle.

En España dirían que estamos reabriendo viejas heridas si hiciéramos una serie como la alemana Hijos del Tercer Reich, que dirige Philipp Kadelbach y estrena Canal+ este lunes. En tres capítulos se ve la guerra desde los ojos de cinco amigos alemanes —dos soldados, una enfermera, un sastre judío y una aspirante a vedette—, y se entra de lleno en el espinoso asunto de la complacencia de los gobernados con sus sanguinarios gobernantes cuando, por ejemplo, marcaron a algunos vecinos con la estrella amarilla. Personajes, también, muy humanos, es decir, llenos de contradicciones. Con un monstruo dentro que asoma.

Alemania revisa sus traumas con una honestidad reconfortante. Leo que Europa insta a España a perseguir en su ley la "negación o trivialización" de los crímenes nazis, como en países más sensibilizados. No abunda tanto la negación del holocausto, salvo un puñado de rapados y yihadistas. Pero en trivialización vamos sobrados: los ultras se adornan en los estadios con la parafernalia totalitaria; dirigentes de la derecha respetable se fotografían sonrientes con símbolos del odio que deberían revolverles las tripas. De memoria histórica seguimos regular.

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