Columna

Tierra

El ministro del Interior es quien más empeño pone en la política de comunicación del actual gobierno. Activo en casi todos los registros mediáticos, no parece confiar del todo en la inercia habitual que coloca al titular de Defensa e Interior en los lugares más altos de las encuestas de valoración y al de Cultura en el más bajo, sino que aspira a apuntalar la buena imagen en un trabajo hábil y constante de presencia mediática. El presidente concederá el lunes la primera entrevista en televisión pública, tras consumar los relevos informativos. Gran parte del gabinete recurre al comunicado, la g...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El ministro del Interior es quien más empeño pone en la política de comunicación del actual gobierno. Activo en casi todos los registros mediáticos, no parece confiar del todo en la inercia habitual que coloca al titular de Defensa e Interior en los lugares más altos de las encuestas de valoración y al de Cultura en el más bajo, sino que aspira a apuntalar la buena imagen en un trabajo hábil y constante de presencia mediática. El presidente concederá el lunes la primera entrevista en televisión pública, tras consumar los relevos informativos. Gran parte del gabinete recurre al comunicado, la grabación propia y la comparecencia sin admitir preguntas. Si se suma a la desaparición casi total de los ministros durante agosto, Fernández Díaz capitanea los baremos de exposición.

Pero los dos asuntos con más aristas de su mandato ofrecen una luz más interesante que el foco propio. En la concesión de libertad provisional al preso etarra con una enfermedad terminal ha mostrado fidelidad a la línea más cercana al presidente. Bajo el fuego cruzado de su propio partido, ha sabido imponer la norma legal. Por cruel y odioso que nos pueda resultar el delito del condenado, la gravedad de su enfermedad obliga al Estado a actuar en consecuencia. Para el ministro se trataba de cumplir la ley y evitar las altisonancias y los oportunismos, no entrar en la competencia popular por la parroquia más extrema, donde Gallardón está dando una terrible lección en esa habilidosa deriva.

La misma vocación de no abrirle más fugas de agua al presidente le ha llevado a ni tan siquiera preguntarse por la ley antes de desalojar el islote de Tierra. Vale sacudirse el problemón de encima porque sabía que tan solo las organizaciones humanitarias censurarían el acto, ante la catatonia general. La crisis apenas deja resquicio a las dudas legalistas y menos a la solidaridad. La expulsión sanitaria de los sin papeles es un suceso mayor donde solo los médicos abren la boca. Pero el desalojo no ha sido un éxito, por más que se repita en los medios. Ha sido otra cosa. A menos que alguien considere un éxito la constancia de que por mal que lo estemos pasando hay otra gente que lo pasa aún peor.

Archivado En