Tentaciones

Dragones, mazmorras y piedras preciosas de un trovador tecno

El nuevo álbum de Joe Crepúsculo, 'El caldero' (Mushroom Pillow) parece regirse con la máxima de Thelema: “Haz lo que tú quieras, ésa será la única ley”

El músico español Joe Crepúsculo.

Infiltrarse en la habitación de un adolescente es darte un chapuzón en el volcán que bulle en su cabeza: qué le preocupa, qué le fascina, qué le gustaría ser y también qué es. Sucede lo mismo con el estudio casero de un músico.

Joe Crepúsculo mostró un bodegón de sus fetiches en una fotografía desplegable de su anterior álbum, Nuevo Ritmo. Dispuestos como un alijo sentimental confiscado por una policía que investigara sus objetos de arrebato y sus obsesiones, encontrábamos joyas como un bolígrafo con forma de de...

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Infiltrarse en la habitación de un adolescente es darte un chapuzón en el volcán que bulle en su cabeza: qué le preocupa, qué le fascina, qué le gustaría ser y también qué es. Sucede lo mismo con el estudio casero de un músico.

Joe Crepúsculo mostró un bodegón de sus fetiches en una fotografía desplegable de su anterior álbum, Nuevo Ritmo. Dispuestos como un alijo sentimental confiscado por una policía que investigara sus objetos de arrebato y sus obsesiones, encontrábamos joyas como un bolígrafo con forma de delfín originario de Capri, una daga de Marruecos, una mano de maniquí con un topacio rojo, una ocarina búlgara, un Akai MPC 500 o una bolsa turca de piedras preciosas. También un álbum de Battiato, uno de los Dire Straits, otro de Bach, una selección de canciones para beber y El libro de la ley, de Alesteir Crowley.

Sería fácil añadir que todas esas influencias son los ingredientes que ha cocinado en su nuevo álbum, El caldero (Mushroom Pillow), pero el trovador tecno del pop español jamás se baña dos veces en el mismo río y él parece regirse, en lo musical, con la máxima de Thelema: “Haz lo que tú quieras, ésa será la única ley”. Joel Iriarte es un cruce improbable pero felicísimo entre Ricardo Corazón de León, el juglar Marcabrú, el D’Artacán de los dibujos animados, Roberto Carlos despachando himnos amorosos en un karaoke filipino, el genio casero Michael Yonkers componiendo en su taller, Momus en una fiesta de cumpleaños en McDonalds, Johnny Cash con cimitarra, el séptimo miembro del grupo Los Conquistadores del Ecuador (los del éxito My Conejito) y Unamuno achispado tras haberse echado al coleto unos cuantos orujos de miel. Hay tantas interpretaciones de Crepúsculo como oyentes (muchos a día de hoy, gracias a laureles como el disco del año en Rockdelux con Supercrepus) tiene. “Todo el que te habla de influencias, te está engañando”, revela, “te dice las cosas a las que le gustaría parecerse. Yo te podría decir que las mías son Wagner, Black Sabbath, Hendrix o Led Zeppelin. Pero escucho músicas nuevas cada mes y estoy convencido de que te influyen cosas aparentemente tontas: la música de un anuncio, las entradas de las series de los dibujos animados de los ochenta como Bola de Drac o Willy Fog…”.

Dibujos muy animados

Hablar con Crepus, una flor exótica en el indie de nuestro país, un maestro del chumba-chumba con arreglo elegante, cosmogonía en el discurso y melodía tarareable, es dar una vuelta al día en ochenta mundos. En esta nueva entrega, Garras de metal (“Antes decía que era un león y mis garras de mental, la fuerza que un día se fue, la guardo en mi interior”) podría ser la canción de una versión actualizada de Dragones y mazmorras, aunque también funciona como una prima lejana del Quijote entonado por Julio Iglesias (“Soy feliz con un vino y un trozo de pan / y también cómo no con caviar y champán”). Poderoso caballero, algunas de sus melodías podrían estar al servicio de las cuitas de nuestras plaquetas o nuestros glóbulos blancos en Érase una vez el cuerpo humano, esa serie donde aprendimos que la vida es así y cómo se oxigena la sangre y cómo cicatrizan las heridas, que ahora restañamos con melodías como aquellas. Pero este músico barcelonés que escoge las palabras con cuidado, como un experto en lepidópteros, gusanos y mariposas, no se encierra en su mirada original: “Intento estar muy al día de la música que hace la gente. Estar atento a eso es importante. Si no, seríamos cristales opacos. Si me dedicara a la industria del automóvil y currara en Opel, me fijaría en lo que hace la Seat. Aquí además lo hago por curiosidad y por placer”. A Joe tanto le gusta el rock progresivo y bandas actuales como Pegasvus, Internet 2 o Klaus & Kinski, como las Danzas Rumanas de Bartók. De hecho, insiste en que las escucha continuamente y tararea tímidamente una melodía que encuentra la percusión en los caballeros de la mesa cuadrada de al lado que juegan al dominó: “Descubrí la música clásica con un recopilatorio de mi madre, Música de relajación, y me encanta. Aquello fue a los 16 años. Y sí, yo escuchaba tanto eso como a Joder Around. Me gusta ir a mi rincón para escuchar mis vinilos: me pongo un batín, me siento en el sillón, me pongo un brandi… Aunque no siempre puedo. Siempre intento aprender”.

Imaginación y escepticismo

Decía el divulgador Carl Sagan que hay que buscar la verdad “con imaginación y escepticismo” y eso es precisamente lo que hace Joe. Sabe que no se nos ha otorgado el papel protagonista en el drama cósmico, o sea: que no somos nada, así que señala con timidez algunas de las fuentes de las que bebe: “He estado estudiando astrología medieval árabe. Pero, vamos, me inspira eso tanto como todo lo que me rodea. Lo mezclo con algo de química, brujería, magia, los titulares de los diarios que leo cada día”. De hecho, el título de su nuevo disco surge precisamente del I Ching, el libro oracular, un tomo adivinatorio y moral que analiza el presente del que juega con él pero que también le aconseja cómo afrontar el futuro. El caldero es el hexagrama que representa el alimento del espíritu. Crepus habla de esta obra con la naturalidad con la que otro grupo señalaría que se ha bajado un disco de Mars Volta o que ha visto aquella Community en Seriesyonkis. Si la sabiduría siempre está libre de presunción, Joe es una persona sabia: “Es un libro muy interesante, el más antiguo del hombre. Yo juego con tres monedas [me las enseña en la misma mesa en la que retumban los clacs de las fichas de dominó de nuestros vecinos] que me trajeron desde China, pero las puedes encontrar también en Barcelona. Se las regalé a Dani, le tengo que enseñar cómo funciona el asunto”.

Dani es Daniel Granados, ideólogo de Producciones Doradas, amigo desde la guardería (se conocieron con uno de ellos apuntando al otro con una Colt 45 de juguete) y guitarrista de Tarántula, grupo paralelo de Iriarte con Vincent Leone a la cabeza, una de las personalidades con más carisma de la ciudad, un cantante fogueado en el punk. Si algunos grupos punk barceloneses de los ochenta admitían que componían con el sistema de la Music-loto (la elección de notas al azar para componer), Crepus bien se podría guiar por el I Ching. De hecho, compuso las canciones de El caldero con una piedra de luna colgada del cuello: “Suena un poco raro, pero me la ponía para hacer música. Ahora ya no, porque hace frío”.

El Stephen King del indie

Estamos en la una bodega que llamaremos Manel, aunque ése no es su nombre exacto. Un bar donde, como en el Cheers original, “todo el mundo conoce tu nombre”. Allí puedes tomar el vermú (si le invitas) con el hidalgo Pepe, hermano de un empresario circense, campeón de ping-pong, pintor aficionado y amigo de Cristóbal Colón. “Yo no soy artista, yo soy auténtico”, le confiesa a todo el que se acerca. Crepúsculo se mueve como pez en el agua en ese ambiente y, a media charla, el dueño del bar, un hombre de mirada limpia y humor finísimo, viene a preguntarle por la letra de la canción Avena loca y le confiesa que ya se ha comprado el disco.

El dueño, al que también llamaremos Manel, ha escuchado hace un rato una entrevista por la radio. “Hace un tiempo que me va todo muy bien, la verdad. Y me puedo dedicar sólo a la música”, apunta. Eso no quiere decir que antes no compusiera desde que abría los ojos hasta que los cerraba. Trabajaba digitalizando documentos y haciendo microfilmes en la Biblioteca Nacional de Cataluña y en el Archivo Fotográfico de Barcelona (“Justo al lado del Museo de Chocolate”). “A veces grababa bases, las escuchaba con cascos y entonces mientras trabajaba probaba melodías. También me inspiraba mucho en textos de libros antiguos y en algunas fotografías. Otras, pues escuchaba Cadena Dial, la emisora que ponían allí”. Como una mezcla de Harvey Pekar y Don Quijote, se empapaba de esos tomos y los procesaba a su manera para su música. No es extraño que en una maravilla de canción como Los Viejos, uno de los versos (“Sólo es viejo el que hace cosas de viejo”) se le sisara a Montaigne: “Me gusta colar esas cosas. La gente ya no lee mucho. Si logro introducir un poco de curiosidad por estas cosas ya estaré contento. En este disco, por ejemplo, he metido una cita de Unamuno”. Sería curioso que en las tiendas de campaña de Benicàssim descubriéramos a gente leyendo Niebla o Amor y pedagogía.

En su libro Mientras escribo, Stephen King admite que no entiende por qué el editor obliga a sacar un libro al año, como si fuera un periodo de gestación de embarazo, cuando él podría escribir uno al mes. “Pues sí, quizás me pase algo parecido. Tengo cientos de canciones empezadas. Podría sacar muchísimo más material”.

Música para abrir discotecas

Al margen de las referencias eruditas, Crepus sabe cómo encapsular ideas a veces crípticas en melodías silbables, casi chiripitifláuticas, pegadizas como un chicle de fresa (ácida) en el paladar: “A veces estoy componiendo y me imagino a la gente cantando mi canción, cómo lo bailará la gente en la discoteca. Me atrae hacer que lo difícil parezca fácil. Me pasó con Suena Brillante y con Ritmo Mágico”. ¿Como esas canciones de dance que le dicen a uno que se agache ahora, que dé una palmada, que siga al líder, que dé la media vuelta? “Hombre, no tanto, pero igual molaba contratar a un animador para los conciertos que fuera dando órdenes”. Y se ríe otra vez. “Me da igual cómo escuche la gente mi música. Como la disfruten más, siempre que no sea para asesinar o violar. Estaría bien que la oyeran para alimentar animales, salvar al mundo…”, bromea, con voz grave.

La personalidad de Crepúsculo es de tamaño XXL y está en el centro mismo de El Caldero, como bien se puede apreciar en la tremendísima portada de Efrén Álvarez, uno de los artistas más aplaudidos de su generación. “A mí me encanta, sí. ¡Pero la idea inicial era otra! Él dibuja a veces caricaturas o libelos. En algunas, los políticos se empalan, se vomitan unos a otros, etcétera, formando una cadena. Yo le propuse hacer lo mismo, pero con músicos del indie”, sonríe como el chaval que introduce una araña en el vaso de Fanta, “Menos mal que no lo hice, porque si no me tendría que esconder en los camerinos durante los festivales y las giras… Aunque no creo que hubiera tanto problema. El 80% son amigos míos”.

La forma de ver las cosas de Crepus es lúdica, elevada y tierna, pero también con retranca. Un día fue a pinchar a una fiesta rockabilly en el bar Big Bang, a escasos metros de donde hablamos, y le dio por poner un recopilatorio de Máquina total: “Hombre, pero eso son bromillas, no pasa nada”. Lo lúdico como defensa contra la solemnidad, como en la letra de Una semana con los polis, sobre un protagonista que no se ducha en todos los días de la Creación y que no sale del sofá porque lleva la tira de días viendo películas sobre las fuerzas del orden que le han llevado al máximo desorden.

Llegan al Manel Luciana y Sergio (del grupo Pegasvus), el músico que lo ayuda tanto en el estudio como en los directos. Hablamos de la banda sonora de Wicker Man, de las pelis de terror italianas, del precio del alquiler, de la portada del Jueves sobre el caso Urdangarín, de la escena punk yo-me-lo-guiso del pueblo de Navia, de Street Fighter II y de las cintas de Pere Portabella. Joe nos dirige hacia el siguiente bar en cuyo letrero leemos: Alegría. Quizás acabemos en un karaoke berreando La canción de tu vida, la canción del verano, la canción de nuestra vida.

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