1.400 manifestaciones y 23 años después, Nerva vuelve a la lucha
Los vecinos de la localidad onubense han retomado su cruzada contra el vertedero de residuos peligrosos
Una manifestación diaria durante casi cuatro años: 1.383 días entre 1995 y 1999 estuvieron los vecinos de Nerva (Huelva) concentrándose en la plaza principal para oponerse al vertedero de residuos peligrosos que instalaron a solo 700 metros del pueblo. Perdieron esa primera batalla, pero ahora ha llegado la segunda y 23 años después exigen el cierre de esta planta a la que llegan desechos industriales de países como Montenegro, Italia, Malta o Portugal.
“Yo acumulé 12 millones de pesetas [72.000 euros] en multas solo por manifestarme, y a pesar de que los antidisturbios llenaban la plaz...
Una manifestación diaria durante casi cuatro años: 1.383 días entre 1995 y 1999 estuvieron los vecinos de Nerva (Huelva) concentrándose en la plaza principal para oponerse al vertedero de residuos peligrosos que instalaron a solo 700 metros del pueblo. Perdieron esa primera batalla, pero ahora ha llegado la segunda y 23 años después exigen el cierre de esta planta a la que llegan desechos industriales de países como Montenegro, Italia, Malta o Portugal.
“Yo acumulé 12 millones de pesetas [72.000 euros] en multas solo por manifestarme, y a pesar de que los antidisturbios llenaban la plaza, seguíamos viniendo, separados, sin faltar ni un día. Fue agotador y yo, que peso solo 50 kilos, me quedé en 38. Luego el delegado del Gobierno nos quitó las multas porque se daría cuenta de que solo habíamos ejercido nuestro derecho”. Agapi Clavero recuerda la dura pelea que libraron los vecinos de Nerva para evitar que instalaran una enorme cloaca de 60 hectáreas, equivalente a 84 campos de fútbol, a las afueras del pueblo. El combate duró desde el verano de 1995 hasta el de 1999, dos años después de que iniciara su actividad.
Clavero habla con sabor amargo en una terraza de la plaza principal del pueblo, mirando de reojo a las vecinas que escuchan, sabedora de que remover el pasado escuece en un pueblo que quedó fracturado por una supuesta elección entre economía y medio ambiente. Son las nueve y media de la mañana, hace frío y pocas mesas están llenas, pero cuando se toca el tema estrella, sobre todo a un volumen audible a varios metros, todo el mundo se pone alerta y se multiplican las caras de circunstancia.
Manifestaciones, caceroladas, encierros, marchas a pie y hasta huelgas de hambre. El movimiento ecologista encontró un aliado entre los vecinos de Nerva, que se opusieron en masa al principio, hasta que el cansancio y las disensiones hicieron mella y poco a poco las concentraciones se fueron desinflando. La batalla no tuvo éxito porque su alcalde de entonces, José Villalba (PSOE), se empeñó en que el vertedero se instalara allí después de que otros pueblos serranos de Cádiz y Sevilla fueran descartados por la Junta andaluza ante la férrea oposición vecinal.
“Para tumbar las concentraciones diarias, el alcalde y la Junta usaron el divide y vencerás. Los mineros [de Riotinto] se habían quedado con la mina, les prometieron una planta hidrometalúrgica, les dieron una participación del 33% en el accionariado del vertedero y el pueblo se fracturó”, recuerda Fermín Capado, de la plataforma anti vertedero. La entonces gobernadora civil de Huelva, Rosamar Prieto, impuso sanciones a un centenar de vecinos por manifestación ilegal, cambios en los itinerarios de las marchas autorizadas o sobrepasar el horario previsto, entre otras razones.
Durante casi cuatro años, las concentraciones fueron diarias, 364 de 365 días, con el día del patrón San Bartolomé como único descanso. “Fueron sobre todo las mujeres, los niños y los mayores los que pelearon contra el vertedero”, recuerda Juan Romero, de Ecologistas en Acción Huelva. Las manifestaciones acabaron el 13 de julio de 1999, cuando Villalba, principal impulsor local del vertedero, salió reelegido como alcalde.
Los vecinos recuerdan cómo esa batalla rompió familias y provocó duros testimonios y exilios, como el de Ana Gallardo, de 55 años: “Me detuvieron los antidisturbios estando embarazada de mi cuarto hijo y mientras, mi marido trabajaba para una contrata, porque había que comer. Y luego vinieron las amenazas, la mierda de animales en la cerradura de la puerta de casa, un infierno hasta que nos fuimos del pueblo. ¿Mereció la pena? Para mí sí, porque luchaba por una causa justa, como se ha demostrado, y lo volvería a hacer”.
Toda esa cruzada vecinal se retomó el pasado enero, cuando 23 años después se filtró que desde Montenegro llegaba la segunda tanda de barcos con toneladas de granalla, un residuo industrial peligroso, para ser enterrada en la planta. Y la chispa saltó de nuevo entre los vecinos y ecologistas, pero esta vez con el respaldo del alcalde, José Antonio Ayala (PSOE), que exige a la Junta una fecha definitiva de cierre para los desechos. Todos los entrevistados coinciden al destacar la unidad lograda ahora y no levantar las heridas de hace casi un cuarto de siglo. Aunque para algunos vecinos no estén cerradas.
“Hace falta licencia administrativa, pero también licencia social, y ya llevamos 25 años de incumplimientos. Los ciudadanos de Nerva decimos ya está bien, y lo decimos con serenidad, diálogo y argumentos, hemos sido ya muy solidarios”, razona el regidor, que tilda el vertedero de “error histórico”.
Cuando hace dos años la empresa pidió a la Junta continuar con los enterramientos de sustancias durante una década más, el Ayuntamiento y colectivos sociales se opusieron. Desde entonces, las relaciones se fueron enturbiando y la empresa dejó poco a poco de pagar las compensaciones económicas al Consistorio, que llegaron a ser de dos millones al año, estipuladas como contrapeso al riesgo medioambiental y las molestias de convivir con el constante trasiego de camiones cargados de residuos peligrosos. Este dinero se tradujo en un teatro, un museo y un centro cultural, inusuales en un pueblo tan pequeño. La última barriada del pueblo, El Ventoso, está a solo 700 metros de distancia de la planta y el humo de los camiones llega a las casas si el viento es favorable.
“Después de 25 años ya es obligatorio que por humanidad se cierre. Esto trajo una fractura social que aún perdura, pero estamos intentando que haya unidad en Nerva para luchar por el cierre del vertedero. El alcalde [Villalba] fue el único que accedió y no le importó que estuviera cerca de la población”, critica Elvira Alcázar, exportavoz de la plataforma. Juan Francisco García es el vecino con la casa más cercana al vertedero y lamenta que deba tener aparatos de aire acondicionado en cada habitación para poder soportar los olores.
“En verano no puedes abrir la ventana y aquí en la terraza te lo comes de lleno, es un olor a azufre espectacular. Tenemos miedo por la salud de los niños, pero también por la nuestra”, se queja. Al fondo de su finca se divisa el bosque de pinos y las laderas cubiertas de plásticos grises, con neumáticos encima para evitar que el viento se los lleve. La empresa que explota el vertedero y da empleo a 40 trabajadores, DSM, ha rechazado opinar para este reportaje.
Los alcaldes de la comarca y toda la corporación municipal están hoy de acuerdo en que el vertedero ya ha cumplido su función con creces, incluido el único edil del PP, partido que gobierna la Junta junto a Ciudadanos. “Tenemos esperanza de que la Junta busque fecha [para el cierre definitivo] y alternativa, pero a menudo es darte de frente con un muro, aunque sea de tu propio partido. He demostrado por pasiva y por activa que el vertedero está lleno y la Consejería [de Desarrollo Sostenible] tiene los números, pero no lo reconoce”, lamenta el concejal popular José Antonio Lozano. El Ministerio para la Transición Ecológica paralizó los próximos envíos de residuos desde Montenegro a Nerva por supuestas irregularidades en el transporte de la carga. A la espera de que la Junta ponga fecha de cierre a la planta, a principios de febrero una manifestación contraria al vertedero congregó a más de mil vecinos frente a la planta hace un mes.
Y el pasado jueves mostraron su rechazo los alumnos del instituto, que marcharon hasta las afueras del pueblo, desde dónde se divisa el vertedero, con pancartas que exigían el cierre de la planta y lemas como “antes van mis pulmones”. Eifio Gómez, del sindicato de estudiantes del instituto Vázquez Díaz, resumió el enfado de los adolescentes: “La juventud de Nerva está comprometida y es consciente de la situación. Escuchamos cómo los organismos se pasan la patata caliente y no ponen ninguna solución. Queremos el cierre del vertedero, ¡ya! Es la hora del cambio”. De momento, su destino sigue en el aire.
Los ecos de la primera manifestación ecologista de la historia
Nerva lleva un mes protagonizando titulares por el transporte de desechos peligrosos, pero su historia de más de 2.000 años ha estado siempre ligada a las minas de Riotinto, a tiro de piedra de este pueblo de 5.300 habitantes. Si el valle situado al sur acoge hoy el vertedero, hacia poniente están los restos de la antigua ciudad romana de Urium, donde cada cierto tiempo se desempolvan hornos, monedas y vajillas.
El caso del vertedero de residuos peligrosos de Nerva es excepcional en España por la extrema cercanía de la instalación a la población. Desde la azotea del Ayuntamiento, dos captadores de alto volumen miden la calidad del aire que respira el pueblo. Con el impresionante Cerro Colorado y sus enormes bancos de escombreras en tonos rosas, grises y marrones, situado al oeste, al fondo se divisan camiones de gran tonelaje, torretas oxidadas y la formación geológica de la montera de Gossam en la Sierra Quemada, mientras suena el crotoreo de las cigüeñas.
En el paisaje urbano destacan el gran teatro, un museo y un centro cultural, herencia de los años en los que las instituciones intentaron compensar la instalación del vertedero con equipamientos culturales, que ahora dice el alcalde, José Antonio Ayala, que no puede pagar sin el canon de la empresa, dada “la situación catastrófica” de las arcas municipales.
A principios del siglo XX, con los ingleses al mando de la explotación minera, Nerva contaba con 18.000 habitantes, 12.000 de ellos mineros. Tanto el alcalde como los ecologistas evocan la historia del lugar donde se produjo la primera manifestación ecologista de la historia hace 134 años, para reivindicar la movilización local actual contra las imposiciones de fuera: el 4 de febrero de 1888 miles de mineros y agricultores se manifestaron en las calles para exigir la mejora de sus salarios, la reducción de sus maratonianas jornadas y la prohibición de quemar el mineral al aire libre en las minas de cobre, ya que el humo los estaba exterminando. Todo ocurrió en el conocido como año de los tiros.
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