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Cuando la promesa de gestionar bien no es suficiente

Luego del fallecimiento de Sebastián Piñera, Chile Vamos perdió lo que mantenía unido al conglomerado: un liderazgo que, pese a las tensiones internas, imponía orden

Salvo un milagro de última hora, Chile Vamos quedará nuevamente fuera de la segunda vuelta presidencial.

Los resultados de la parlamentaria pueden atenuar en parte este segundo fracaso presidencial consecutivo, pero no deja de ser llamativo que un conglomerado que logró llegar dos veces a la presidencia se agote tan rápido. Luego del fallecimiento de Sebastián Piñera, Chile Vamos perdió lo que mantenía unido al conglomerado: un liderazgo que, pese a las tensiones internas, imponía orden. Piñera no era querido por todos y las disputas eran constantes, pero su figura funcionaba como eje gravitacional. Sin él, cada partido volvió a sus propios problemas y lo que parecía un proyecto común se reveló como una alianza de conveniencia.

Pero todo lleva a pensar que el problema es más profundo que la ausencia de un referente. ¿Qué defienden hoy la UDI, RN y Evópoli? Si tomáramos a un militante promedio de cada uno de ellos, ¿podría decirnos en qué consiste su proyecto o el país al que aspira? Sería injusto, por cierto, atribuir este desgaste e indefinición solo a las directivas actuales. El problema viene de antes.

Chile Vamos se presenta hoy con tres promesas: experiencia en gestión, rigurosidad técnica y capacidad de acuerdos. El problema es que las tres son, en último término, instrumentales. No responden a la pregunta fundamental: ¿para qué? La experiencia sirve si hay un lugar al que apuntar. La técnica funciona cuando hay una meta clara. Los acuerdos son útiles si hay un proyecto que defender. Pero sin contenido sustantivo, todo eso es como tener las herramientas adecuadas sin saber qué construir.

La UDI enfrenta una escisión que comenzó hace años, cuando el sector más duro y el más pragmático dejaron de hablar el mismo idioma. Por eso, es el partido que enfrenta la mayor tensión —existencial, diríamos— respecto de los resultados del domingo. Más allá de ofenderse porque Republicanos se apropie simbólicamente de Jaime Guzmán, la tienda gremialista no ha logrado mostrar qué lo diferencia ni cuál es su razón de existir junto a Kast, qué agrega al cuadro político.

Por su parte, Renovación Nacional arrastra fantasmas de divisiones internas donde cada facción rema para su propio lado. El partido hoy parece un conjunto de feudos sin mayor coordinación. Se les podría hacer el mismo reproche que a la UDI: ¿qué defiende, más allá de las agendas de Ossandón, Desbordes, Galilea o Núñez? Finalmente Evópoli, que nació como promesa de renovación liberal, nunca despegó del todo. Salvo figuras individuales, el partido enfrenta la irrelevancia electoral. La apuesta por una derecha “moderna y liberal” no cuajó. La ironía es que la renovación del sector vino de Republicanos, no de quienes prometían modernizarla. A pesar de todo esto, esta sensibilidad fue el centro de gravedad de la candidatura de Matthei, y los resultados están a la vista. Esto, por cierto, no excluye los errores propios de la candidata: al final, es ella quien elige a quién escuchar.

Y es que el contraste con el Partido Republicano es revelador. Republicanos tiene un proyecto—conservador, quizás nostálgico, no exento de problemas—pero nítido. Sus votantes saben qué defiende. Chile Vamos, en cambio, ofrece gestión competente sin decir para qué —salvo escasas excepciones. En tiempos de polarización, la moderación sin contenido no vende y, peor, no sirve para gobernar.

Evelyn Matthei encarna perfectamente este dilema. Tiene experiencia indiscutible, rigurosidad técnica y capacidad de diálogo. Pero cuando la pregunta es qué modelo de país defiende, las respuestas pasan a ser genéricas o a representar una agenda cuasi-liberal. A esto se suman los vaivenes estratégicos que nos tuvieron comentando los cambios de voceros, de énfasis y relato, que taparon la parte propositiva de la campaña.

Nada de esto implica desconocer los momentos en los que la centroderecha contribuyó de modo decisivo y con altura de miras: el acuerdo del 15 de noviembre, la gestión de la pandemia, las leyes de seguridad que la izquierda no quiso aprobar o la reforma de pensiones. Lamentablemente, esos destellos no lograron consolidar un proyecto de mayor alcance.

La pregunta no es si Chile Vamos sobrevivirá este nuevo remezón electoral—probablemente sí, en alguna forma, anclado en su presencia en el Congreso. La pregunta es si puede volver a ser relevante sin responder primero qué defiende, más allá de la gestión eficiente. Porque en democracia no basta con saber gobernar. Hay que saber para qué se gobierna. Y esa respuesta, a la luz de sus últimas candidaturas presidenciales, Chile Vamos todavía no la tiene.

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