Kathya Araujo: “Como estamos en un ciclo electoral sin fin, solo se escuchan simplificaciones de lo que nos está pasando”
La autora de ‘El miedo a los subordinados’ presenta ‘El circuito del desapego’, libro que condensa más de dos décadas de inmersión en la sociedad chilena, en sus expectativas, desencantos y desmesuras
“Soy nacida en el Perú”, cuenta la investigadora Kathya Araujo con el mismo aplomo que usa para decir “soy ciudadana chilena”. Y esa es toda la información biográfica que proveerá durante su conversación con EL PAÍS, sin perder en ningún momento la afabilidad ni la desenvoltura.
Estudiosa del fenómeno de la autoridad y de las desigualdades relacionales, la académica del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago (IDEA-Usach) lleva más de dos décadas estudiando en terreno las “varias cosas que componen este gran mosaico que son los procesos que ha atravesado la sociedad chilena y los efectos que ha tenido eso”. Y ahora que se dispone a escribir un libro acerca de los universos morales de los chilenos, presenta otro.
En El circuito del desapego. Neoliberalismo, democratización y lazo social (Pólvora Editorial, 2025) condensa su largo historial de inmersiones en las aguas profundas de la sociedad chilena mientras propone una “crítica a la condición histórica actual” de esa misma sociedad y un esquema interpretativo a partir del mencionado circuito, que pasa por la desmesura, el desencanto, la irritación y el desapego, la fase más amenazante para el lazo social.
Pregunta. Lo que usted llama irritación relacional se actualiza permanentemente en la calle, en las redes sociales o en el transporte público.
R. Tenemos una vida que nos produce mucho agobio, por un lado, pero por otro, en las últimas cuatro décadas se fueron transformando lentamente los principios que ordenan nuestras relaciones. Llegaron expectativas de horizontalidad: la promesa de que íbamos a ser sujetos de derechos. Y todas esas promesas se tradujeron en expectativas de las personas, en ideas de autonomía, y cambiaron el conjunto de reglas y principios que uno tenía para relacionarse con el otro. Lo que sabíamos sobre cómo me tengo que comportar si te encuentro en la calle se puso en tensión. Entonces, cuando tienes una sociedad que ha tenido una reconfiguración y una puesta en tensión tan grandes de los principios que ordenan sus relaciones sociales, lo que ocurre es que cada vez que yo me encuentro con alguien, debo decidir en ese mismo encuentro qué puede [pasar]. En ese mismo momento, los dos estamos tratando de saber qué tenemos que hacer, si soy yo quien debo ceder…
P. Decidir en el mismo momento qué patrones gobernarán la interacción...
R. Claro. Y eso hace que haya mucha incertidumbre en las relaciones, y muchas veces aparece la irritación, porque yo pienso que tú deberías hacer algo, pero tú piensas que yo debería hacer otra cosa. Cuando tenemos reglas claras, los dos estamos esperando más o menos lo mismo, pero cuando las reglas que ordenan [las relaciones] ya no están, tú puedes estar esperando una cosa y yo otra, y en ese punto vamos a entrar necesariamente en conflicto.
Igualmente, se ha acentuado que las tensiones o las situaciones sociales se diriman con el uso de la fuerza, virtual o no. Lo que yo tengo que hacer es mostrarte cuánto poder tengo. Eso siempre fue así -“vengo de tal colegio”- pero eso hoy se ha agudizado. Gana el que tienen más capacidad de movilizar fuerza física, amenaza o capital cultural. Se instaló la idea de que en la vida social tienes que dirimir con el uso de la fuerza.
P. ¿Y esto corre en paralelo o reemplaza eso de que hablando se entiende la gente?
R. Hay sociedades que tienen más herramientas para que eso sea posible: porque soportas mejor el conflicto, porque tienes formas de canalizarlo. Pero las sociedades con menos formas de canalización del conflicto son las que menos lo aceptan, y una sociedad que acepta menos el conflicto le ha dado, históricamente, menos herramientas a las personas para aprender a manejarlo sin negarlo.
Uno ve que hay sociedades en las que el conflicto es usual: yo puedo estar completamente en desacuerdo contigo, públicamente, y tú conmigo, y podemos ser muy antagónicos, pero luego salimos y nos tomamos un café. Eso sería imposible en otras sociedades.
P. ¿En sociedades como la chilena?
R. Sí, porque el conflicto no encuentra un lugar. Esta lógica de imposición vía la fuerza ha gobernado nuestras interacciones.
P. Se ha dicho que la fobia chilena al conflicto es tal, que la sola manifestación de discrepancia es vista como un acto hostil.
R. Hay una manera de pensar las relaciones sociales como una confrontación de poderes, y por eso hay temor al conflicto: porque, en realidad, hay la imposición de un poder sobre otro, y no me parece que eso sea nuevo, aunque se ha fortalecido en el último tiempo.
P. ¿Cómo incide en esto la expectativa de horizontalidad?
R. Las expectativas de horizontalidad han sido muy positivas, porque permitieron ver estas cuestiones de abuso. Que las personas reclamen hoy ser tratadas como iguales en el día a día es algo muy importante para un país como Chile, que se construyó con lazos sociales muy verticales. Pero esa horizontalidad, al mismo tiempo, ha venido unida a la convicción de que, si quiero afirmarme, me tengo que afirmar contra el otro.
P. ¿Poniéndole el pie encima al otro?
R. Poniéndole el pie encima. Tuve hace muchos años un entrevistado que me decía, “esta sociedad es así: el de más arriba le pone el pie al de más abajo, el de más abajo le pone el pie al de más abajo, y al de más abajo, y así, hasta que llega el último, que igual va a encontrar a alguien, aunque sea su perro, para ponerle el pie encima”. Y esa, yo creo, es una imagen muy potente de cómo se resuelven las cosas [en Chile].
P. ¿Y la política?
R. La política se pone a conversar, a discutir, y lo hace sobre todo en épocas electorales. Y como estamos metidos en un ciclo electoral sin fin desde hace un montón de tiempo, solo puedes escuchar simplificaciones de lo que nos está pasando. Y cuando le das al espacio público interpretaciones simplificadas, no coinciden con la complejidad de las experiencias de las personas, de las cosas que les pasan. Luego hay una elección y todo el mundo dice que el país es puramente autoritario, y viene la otra, y el país es completamente solidario, épico y somos todos sujetos listos para la revolución. Y no es ni lo uno ni lo otro.
P. Hoy, un candidato que quiera halagar a sus electores les va a decir que otros están abusando de ellos, pero no que ellos mismos abusan de otros cuando se da la ocasión.
R. Bueno, [el candidato presidencial Franco] Parisi es eso. Esa es la estructura de su discurso: usted siendo abusado, todo es un abuso y yo vengo a salvarlo. Y engancha con una sensibilidad que viene desde hace mucho tiempo. Porque es mucho más difícil decir, bueno, pensemos por qué nosotros estamos abusando.
P. Entre la cohesión social, la coexistencia y la convivencia, ¿hay alguna que le parezca más deseable?
R. Me parece que la coexistencia social es la mejor. Cohesión implica que todos tendríamos que estar de acuerdo: es muy comunitario. Yo no he criticado el individualismo porque creo que los individuos son muy importantes, y en un país como este, en que todos éramos una masa y los individuos eran supercastigados, excepto en las clases dirigentes, es muy bueno que nos pensemos con el derecho a ser individuos. Y hoy somos una sociedad de individuos fuertes que coexisten, pero con mucha vulnerabilidad y mucha precariedad.
P. Algunas candidaturas a la presidencial de noviembre pugnan por ofrecer gobernabilidad y paz social: si no gana su candidato, parecen decir, habrá un nuevo estallido social. ¿Cómo ve esa expectativa?
R. Es un error pensar todo el tiempo en el estallido que va a venir, porque estamos en una sociedad en la cual la política no ha logrado dar cauce a los procesos de transformación. La política suele pensar que hay que dar respuestas a las demandas concretas, pero la política, en momentos de grandes transformaciones, tiene que dar cauce a las transformaciones sociales y a sus consecuencias. O sea, la política cree que, si responde a una demanda superconcreta, la cosa se acabó, pero no es así. Los procesos sociales han dejado a una sociedad mucho más compleja y contradictoria.
El problema principal es que el malestar, la rabia y la indignación están ahí. Hemos fracasado dos veces en hacer procesos [constituyentes] que se suponía iban a dar algún indicio de hacia dónde tendrían que conducirse, no solo las demandas, sino también los procesos [políticos]. Y no creo que el problema principal esté solo en las calles, porque tú no solamente puedes fragilizar una sociedad con manifestaciones, piedras y violencia en la calle, cosa que ocurre; también la puedes desestabilizar si las personas tienen poca fidelidad a su trabajo, poca adhesión a su trabajo. Fragilizas a una sociedad cuando sus ciudadanos no confían más en sus instituciones y lo que hacen es, ritualmente, obedecer sin tener necesariamente confianza en que esas instituciones no los van a dañar.