La crisis del centro de Santiago espanta al centenario local La Piojera, símbolo del Chile republicano
La crisis de seguridad y económica empuja a este local de 1916 a buscar una nueva ubicación en la zona acomodada de la ciudad. Los obreros, oficinistas, turistas y estudiantes universitarios han dejado de frecuentarlo
Para entender por qué el centenario restaurante La Piojera se convirtió en la embajada de lo que se conoce como cultura guachaca en Chile, una mezcla entre lo popular, lo barriobajero auténtico y lo republicano, sirven de ejemplo los códigos establecidos: no se puede ingresar con camisetas de equipos de fútbol, ya que la alta ingesta de alcohol puede avivar la pasión de los hinchas hasta los golpes. En una época, incluso, se dejó de vender la botella de vidrio de litro de cerveza a partir de las 18.00 horas. Así, los comensales quedaban desarmados. El reconocido lugar de comida chilena y famoso por sus terremotos, un bebestible a base de pipeño con helado de piña y fernet o guindilla, acogió durante décadas a obreros, políticos e intelectuales. Hasta hace una década solo aceptaba efectivo y aún así seguía atrayendo multitudes. Hoy, sin embargo, evalúa abandonar su clásica ubicación cerca del Mercado Central para trasladarse a Las Condes, en el sector oriente de Santiago. “El comercio ambulante, la inseguridad y las incivilidades del entorno mermaron el público”, lamenta Mauricio Gajardo, administrador del negocio. “Ya no hay un atractivo en el centro de Santiago”, añade el representante de la familia Benedetti, que pasó de tener 36 empleados a 16.
Cuando Mario Desbordes, de la derecha tradicional, estaba en campaña el año pasado para ser alcalde del municipio de Santiago, donde se ubica La Piojera, contactó a Gajardo. Quedaron de reunirse en el local a la hora del cierre. El candidato supuso que sería tipo una o dos de la madrugada, pero el administrador le aclaró que eso era cosa del pasado. A las 20.30 cierran las puertas. Hablaron de la inseguridad del barrio y la falta de incentivos. Finalmente, Desbordes fue electo y hace unos días reveló públicamente la situación en que se encuentra el mítico local, parte del inventario chileno. El deterioro que ha sufrido el centro de la capital en el último lustro espantaron a la clientela del restaurante y entre 2023 y 2024 las ventas disminuyeron un 60%. Pero junto con los comensales, también se han fugado hacia las zonas más acomodadas de las ciudad varios sitios emblemáticos, como El Hoyo y el Bar Nacional. Y los bancos. Y hasta los influencers.
El primer público que se perdió, relata Gajardo en su oficina, fueron los obreros de la construcción en 2018, un reflejo de las cifras rojas en dicha industria. Al año siguiente llegó el estallido social, cuyas manifestaciones se concentraron particularmente en el centro. La violencia y el comercio ambulante que trajeron las revueltas ahuyentaron a las oficinas, por lo que el segundo público que desapareció fueron sus empleados. Luego vino la pandemia y un auge en los índices de criminalidad, que terminaron de expulsar a los turistas y los estudiantes universitarios de la zona y de apagar la noche santiaguina.
“El descontrol del centro nos perjudicó. Yo sigo con la terraza abierta no porque la gente venga, sino por ocupamiento, para que la gente no haga sus incivilidades. A las siete de la mañana tengo a alguien lavando el piso. Me gasto un montón de plata en químicos para que no esté hediondo”, sostiene Gajardo. Efectivamente, en los alrededores del restaurante, a un costado del Mercado Central, huele a orina. Pero dentro de la enorme casona, con su parrón de uvas florecido, sus barricas y banderas chilenas, el aroma es a arrollado, ensalada chilena y vino. El ambiente alegre y distendido le hace el gallito a los problemas financieros. La idea de un posible traslado a la zona oriente ha motivado a varios a acercarse a la legendaria cantina, por lo que este jueves se ve bastante movimiento a la hora de almuerzo, con turistas y unos gatitos deambulando incluidos.
Gajardo atiende la entrevista en su despacho colmado de cámaras de seguridad que registran lo que sucede en cada uno de los rincones del recinto. Cada vez que su vista se detiene en una imagen, escarba algún recuerdo de lo que solía ocurrir. “En la barra se acumulaban cuatro filas de clientes esperando su terremoto”, dice ante una escena donde ya no hay nadie. “En este salón se reunían los alumnos de la Universidad Católica y de la Chile de lunes a miércoles y les poníamos un cantante de música animada”. Hoy está cerrado ese recinto. También acudían jóvenes de intercambio que vivían por la zona. Ahora, el público, en general, son personas mayores. “Hemos salido de la retina de esos cabros [muchachos]”, apunta el administrador.
La Piojera está tan arraigada a la cultura chilena que durante décadas fue un centro de festejo cada 21 de mayo, el día en que se conmemora el Combate Naval de Iquique de 1879, una de las batallas de la Guerra del Pacífico que enfrentó a Chile contra Perú y Bolivia. El héroe patrio de aquella hazaña fue el comandante Arturo Prat. En el centro de Santiago se erige una escultura en su honor, en la que su dedo señala hacia el Pacífico. Alguien, sin embargo, reparó en que también apuntaba a La Piojera, por lo que se transformó en una tradición que, después del desfile naval, los marinos acudieran a brindar al restaurante. Pero eso, para el pesar de los locatarios, también se acabó.
Otra imagen que ya no se ve es la de Gabriel Boric frecuentando el local. El actual presidente iba en su época de diputado y se sentaba siempre en la misma mesa de la sala que atiende Alfredo Castro, Jeffrey, cubano de 50 años. El camarero de La Piojera desde hace 14 años dice que se hicieron amigos y que el frenteamplista pedía expresamente que él lo atendiera. Conservaban de comida, tragos y migración. En sus años dorados mandatarios como Salvador Allende o Eduardo Frei padre e hijo pasaron por ahí. El último en asistir en calidad de jefe de Estado fue Sebastián Piñera.
La tradición de atender a políticos es tan antigua como el nombre La Piojera. En 1922, un grupo de asesores llevó al presidente Arturo Alessandri Palma a una picada a la que acudía el pueblo. Por ese tiempo, la cantina no ofrecía comida, solo trago, pero permitía que la gente llevase sus provisiones, en general mariscos adquiridos en el mercado. “¿A esta piojera me trajeron?“, exclamó el mandatario y así se rebautizó popularmente el entonces Bar Santiago, fundado en 1916, aunque ya existía una taberna en dicho sitio desde finales del siglo XIX. Tuvieron que pasar dos generaciones de la familia Benedetti para que finalmente colgaran un letrero en el frontis con ese nombre, que en un comienzo no les gustaba nada.
En la búsqueda por darle una nueva vida al local, Gajardo tanteó el Costanera Center, el mayor centro comercial de Chile, en el municipio vecino de Providencia, pero cuando se quiso aventurar ya habían alquilado el espacio. Para las fiestas nacionales del 18 de septiembre recibieron una invitación del MUT, un nuevo mercado urbano ubicado en la frontera entre Las Condes y Providencia, en una zona de oficinas conocida como Sanhattan. Por unos días instalaron un puesto de terremotos y fue un éxito. “Reforzamos la idea de que la gente nos quiere transversalmente”, afirma el administrador. “Y recibimos el feedback por redes sociales donde nos preguntaban por qué no nos trasladamos para allá y que ya no iban al centro porque está peligroso”, añade. Gajardo admite que lo ideal sería abrir una segunda sucursal en la zona oriente de la capital que ayude a mantener la del centro. Pero, si la situación sigue empeorando, tendrán que cerrar las puertas después de 109 años de servicio.