_
_
_
_

Rafael Gumucio: “La nueva élite chilena tuvo que renunciar al humor para conseguir su lugar”

El escritor chileno, que acaba de publicar la novela ‘Los parientes pobres’, analiza la transformación cultural que ha vivido su país en los últimos años y el impacto que ha tenido en su vida

Rafael Gumucio
Rafael Gumucio en Santiago de Chile, el 20 de Mayo 2024.FERNANDA REQUENA
Antonia Laborde

El encuentro con el escritor chileno Rafael Gumucio (54 años, Santiago de Chile) en el piso de su exesposa –ella está de viaje y él está cuidando a las dos hijas adolescentes de ambos– se produce a raíz del lanzamiento de Los parientes pobres (Random House), un lúdico y revelador relato sobre una numerosa familia chilena, una historia de ficción basada en una historia real. “Es una novela de campo sin campo. De millonarios sin millonarios”, dice en un salón que aún conserva su biblioteca. La conversación arranca, sin embargo, con una anécdota graciosa, como suelen ser las del director del Instituto de Estudio Humorístico de la Universidad Diego Portales, sobre aquella única vez en que hizo stand up comedy. Fue hace unos siete años, “cuando estaba en la miseria”. Agenciado por los comediantes Fabrizio Copano y Luis Slimming, acudió a un club en el céntrico Barrio Bellavista a contar chistes. Nadie se rió. Tampoco se quejaron, añade, a modo de consuelo, sobre una experiencia que describe como “bastante horrorosa”: “Me tomaron en serio, que era lo último que necesitaba en ese momento”.

Pregunta. Eso ocurrió cuando estaba en la miseria. ¿En qué momento vital publica Los parientes pobres?

Respuesta. Estoy bien, siento que es un momento de resurrección. Me sentí un poco fuera de todo o que no había entendido lo que estaba pasando desde la última ola feminista hasta el estallido social de 2019. No es que lo entienda ahora, pero parece que no soy el único. Estoy un poco más reconciliado con el país, con la persona que soy, con mi profesión, con ser escritor. Mucho de lo que hago tiene que ver con jugar, entonces si no tienes compañeros de juego, es difícil. Ahora siento que tengo compañeros y se puede jugar.

P. ¿A qué se refiere con que no entendió lo que estaba pasando?

R. A un marco teórico nuevo, a una nueva manera de entender los fenómenos sociales. Una forma binaria que divide el mundo entre víctimas y victimarios, entre inocentes y culpables. Pero como siempre pasa en Chile, tuvo una ejecución muchísimo más ruidosa, vistosa, y al mismo tiempo se olvidó más rápido. Cómo nos lanzamos a la calle [en las revueltas sociales de 2019], el proceso constituyente [de 2022, dominado por las izquierdas]… quedó muy claro que a la gente le interesaba a cero.

P. ¿Se olvidó esa nueva manera de entender los fenómenos sociales en Chile?

R. Lo que tuvo Chile es que se probó. La izquierda mundial ha tenido siempre la duda si estas teorías o estas visiones son populares o no. Bueno, se las sometió a votación [en el primer proceso constituyente] y por supuesto quedó claro que no eran populares.

P. Usted votó a favor de esa visión de la izquierda en el primer proceso constituyente.

R. Un voto complicado. Siempre he estado del lado de los que no tienen poder, de los perdedores. El proletariado no es víctima. Toda la lucha de la izquierda mundial ha sido dejar el rol de la víctima para ser el pueblo, demostrar que tenemos poder. Y claro, no iba a estar votando por el poderoso, pero este desposeído no me resultaba del todo creíble tampoco.

P. Dice que ha vuelto a tener compañeros de juego. ¿Quiénes son?

R. Con este libro, los lectores. Este libro pide al lector entrar y jugar con él. Hasta ahora, lo que he escuchado me ha satisfecho en ese sentido. Me gusta esta novela que se esconde y se muestra todo el rato, hay un juego.

P. También tiene mucho humor. Hay quienes dicen que en Chile lo hemos perdido, que estamos muy serios. ¿Usted ve eso?

R. No, creo que simplemente lo que vivimos en Chile fue un cambio de élite. Pasamos de una élite a otra. Pero lo que pasaba abajo no reflejó ese cambio. El estallido de octubre de 2019 evidentemente no fue elitario, pero la interpretación, el discurso, era completamente de la élite contra la élite.

P. ¿La nueva élite tiene menos sentido del humor que la anterior?

P. Yo creo que sí porque en gran parte su ascensión tuvo que ver con eso. Es una élite que fue a estudiar a Estados Unidos, Inglaterra, en otro idioma, que se explicó su cultura y su historia desde otra cultura y que tuvo que, por supuesto, renunciar al humor para conseguir el lugar que consiguió. Estas personas en la vida privada siguen siendo iguales que antes, pero si alguien te habla en [un lenguaje] sociológico, evidentemente lo que quiere es esconder un discurso muy simple y que no quiere dialogar. Me pasaba mucho eso. Si te hablo de películas que solo yo he visto y de libros que solo yo he leído, en el fondo no quiero hablar contigo.

P. ¿Estos jóvenes [de la generación del presidente Gabriel Boric] estaban hablando solo entre ellos?

R. Estaban tratando de no hablar de dónde venían. De decirle al papá y la mamá que habían triunfado, pero luego no podían hablar con ellos. Siempre sucede que cuando un grupo entra a la clase dominante lo hace con el discurso dominante de la época. Entonces, se escribió una Constitución para el pueblo que el pueblo no podía leer. Después empieza a haber una confluencia.

P. Sobre su nuevo libro, nuevamente la materia prima es la familia.

R. Yo he vivido muy cerca de la generación de mi mamá y mi papá. Generalmente, soy más cercano a ellos que a mi generación. Y habla mal de mí, pero nunca me ha costado mucho escribir como alguien de 60 o 70 años. Este es el tercer o cuarto libro que escribo como un anciano. Me costaría muchísimo hacerlo como alguien joven. El mundo mental de mis padres y de mi abuelo siempre ha sido muy determinante en mi forma de ver el mundo y de manera distintiva siempre vuelvo a él cuando escribo.

P. ¿Cómo describe ese mundo?

R. Mi abuelo era demócratacristiano, después se hizo de la Izquierda Cristiana, del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), que era la manera de ser de izquierda cuando tú venías del mundo conservador católico-chileno. Era una forma a medio camino entre ser de izquierda de verdad y no serlo. Todos sus amigos y toda mi familia es ese mundo, que realmente son los parientes pobres de los que vivían en el fundo. En mi familia, el último con tierra fue mi bisabuelo. Mi abuelo era lo más cercano porque era administrador de fundo, pero él no tenía. En mi casa nunca hubo la obligación de ser doctor, abogado, ingeniero.

P. ¿Político?

R. Fue una pequeña rebeldía no dedicarme a nada parecido a la política. Por lo demás, siempre me ha encantado, pero me sentiría demasiado deshonesto diciéndole a alguien que vote por mí.

P. Ha dicho que lo más emocionante que le pasó a los 11 hermanos que protagonizan el libro es pertenecer a esa familia. En su caso, ¿es lo más emocionante que le ha pasado?

P. De lo único que he escrito es de que me llamo Rafael Gumucio, que nací en Santiago en 1970. Nunca he salido de esa frase. En vez de asumirlo como un accidente, lo he asumido como una voluntad. Sartre decía que uno tenía que elegir lo que le había tocado. Yo elegí lo que me tocó. Y no he salido de aquí. No creo que ningún autor salga de eso. Pero sí, lo he hecho muy evidente. Lo único que me ha pasado distinto a eso es la literatura, que no estaba incluida en mi nombre.

P. Y ahí entra a otra familia, la de la literatura chilena. ¿Qué personaje es ahí?

R. Para mí, una de las cosas más raras que tienen mis libros es que todos hablan de la angustia de querer pertenecer a esa familia de la literatura chilena. De ser conocido, reconocido y aceptado dentro de ella. Cosa que es completamente absurda, sobre todo a la edad que tengo. A mí me parece vergonzoso, pero veo en mis libros que ahí está esa obsesión por ser parte del mundo de la literatura chilena, de una generación, de un mundo. Muchas veces lo que me ha pasado es que, como no hay dónde pertenecer, yo he tenido que inventar eso a lo que pertenezco. Gran parte de esa literatura chilena a la que yo quiero pertenecer la he inventado yo.

P. ¿En qué está pensando?

R. Muchas cosas no existían antes de que se me ocurriese que podían existir. Escribir tus memorias [a los 30 años], bueno también hay gente que las ha escrito antes. Pero ¿qué tengo que ver yo con la literatura? Nada. Cuando empecé, mi lectura era lo surrealista, Marcel Duchamp. Me parecía todo esto muy aburrido. Cuando era muy joven me gustó Enrique Lihn y Joaquín Edwards Bello porque eran dos personas estrafalarias, llamativas. Claro, a mí me encantan Manuel Rojas y José Santos González Vera, pero no tengo nada que ver con ellos. Con José Donoso también me sentía distante, pero con el tiempo me he ido reconciliado. Yo siempre he tenido esta afición un poco al dandismo, provocador, que no tiene nada que ver con la literatura chilena ni con Chile.

P. Y qué miembro es de esta familia literaria.

R. Yo creo que uno un poco atolondrado, desordenado, pero al final dicen ‘puta el weón dejó la cagada [un gran desastre], pero sabís que lo pasamos bien. ¿Volvamos a invitarlo? Era divertido’. Yo creo que esa ansiedad por pertenecer a la familia, de alguna forma, me distancia. Dicen ‘este weón tiene tantas ganas de pertenecer que dejémoslo en veremos’.

P. ¿Todavía no se siente parte?

R. Es que podría decir: ya tengo una obra, he hecho algunas cosas, por supuesto que mi ego a veces lo piensa. Digo estos libros tal, tal y tal no existirían si es que yo no hubiese hecho esto primero. Toda esta narrativa de la infancia en la dictadura, no es que la inventé yo, pero fui de los primeros. El tono justo, una herencia de Andrés Bello, nunca lo he tenido. A veces, cuando empiezo a pertenecer demasiado, me despertenezco porque si no no se escribe nada. (...) Quizá mucho de eso de que me empecé a sentir ajeno y distante me lo autocreé. Perfectamente podría haber dicho, como lo hicieron muchos amigos, ‘ya, voy a sintonizar mi visión con este nuevo estado de cosas y tratar de estar más o menos en armonía’. Yo me inventé problemas que podría haberme ahorrado.

P. En un texto que publicó en la Revista Sábado durante la pandemia, donde contaba que se había ido a vivir con su madre, decía que estaba en transición. ¿Sigue en ello?

R. Claro, la transición no termina nunca. Mira Chile, la transición duró 30 años y ahora estamos en transición de la post-transición. Sí, me ha costado posicionarme. Yo me peleé con el mundo un poco, pero también el periodismo que yo practicaba se acabó, los medios se acabaron, se acabó una forma de vivir y de pensar. Yo había apostado a una forma de sobrevivencia económica que ya no existe. No solo me pasó a mí, le pasó al mundo, pero a mi estas cosas me pasan con estruendo. O sea, estaba el mundo en pandemia y a mí se me rompieron las dos manos, con lo cual estaban todos encerrados y yo más encerrado.

P. Su mundo se rompió.

R. Imagínate, yo fui parte del equipo que fundó el The Clinc, me iba a hacer rico. Pero claro, nadie pensó que todo ese mundo se iba a ir y no existir. Lo que sí va pasando por los años es que algo de todo eso queda. Todo eso se acaba, pero empieza la gente que te dice, ‘yo te leía y me gustaba’, entonces ya no vives de los medios, pero te invitan a charlas y vienen a tus clases y va construyéndose un modo de su sobrevivencia en que, eso que uno hizo, que se fue a pérdida, va existiendo de nuevo. Eso es lo que estoy vislumbrando.

Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS Chile y reciba todas las claves informativas de la actualidad del país.

Sobre la firma

Antonia Laborde
Periodista en Chile desde 2022, antes estuvo cuatro años como corresponsal en la oficina de Washington. Ha trabajado en Telemundo (España), en el periódico económico Pulso (Chile) y en el medio online El Definido (Chile). Máster de Periodismo de EL PAÍS.
Tu comentario se publicará con nombre y apellido
Normas
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_