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Arturo Fontaine: “Los chilenos hoy están dispuestos a sacrificar libertades con tal de tener orden”

El escritor chileno habla sobre el devenir de su país tras el estallido de 2019, de la reciente muerte de su amigo, Jorge Edwards, y de la transformación de Boric: “Ha transitado de la izquierda radical hacia la socialdemocracia”

Arturo Fontaine en su casa en Santiago, Chile, el 24 de marzo.
Arturo Fontaine en su casa en Santiago, Chile, el 24 de marzo.sofia yanjari
Rocío Montes

El escritor Arturo Fontaine (70 años, Santiago de Chile) tiene una mirada privilegiada sobre la vida pública chilena. Hace clases en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile –uno de los mayores bastiones de la izquierda estudiantil de la principal universidad del país–, y en la Facultad de Artes Liberales de Universidad Adolfo Ibáñez, una prestigiosa institución privada. Por años dirigió el Centro de Estudios Públicos (CEP), uno de los centros de pensamiento liberal de mayor influencia. Además, observa Chile desde el punto de vista intelectual y cultural, porque el autor de Oír su voz ha sido una de las voces importantes de la narrativa chilena desde los años 90.

En esta conversación con EL PAÍS, en la biblioteca de su departamento del municipio de Vitacura, Fontaine se declara entusiasmado con los libros electrónicos, con el taller sobre Dostoievski que dicta a los estudiantes de filosofía, con la cuarta novela que escribe y con la gaseosa con azúcar, que nunca ha logrado reemplazar por otras menos azucaradas. Pero el escritor está triste: hace pocos días murió su amigo Jorge Edwards, Premio Cervantes 1999, con el que lo unía un lazo fuerte. La familia Edwards le pidió que el pasado lunes hablara en la misa que se realizó en Santiago de Chile en su memoria, donde Fontaine leyó un texto muy emotivo, pero a la vez sumamente gracioso, que ha sido publicado por EL PAÍS.

Pregunta. La muerte de Edwards a usted lo sacudió…

Respuesta. Me sacudió mucho más de lo que yo esperaba, pese a ser una persona ya de 91 años, con una vida tan larga, aventurera y lograda. Era una muerte esperada, completamente. Y, sin embargo, me golpeó muchísimo. La sensación de esta personalidad que desaparece de repente…Éramos muy amigos. Y Jorge era más importante en el ambiente cultural de Chile de lo que uno se daba cuenta.

P. ¿Qué lugar ocupaba en el ambiente cultural chileno?

R. Jorge, por su manera de ser, no hablaba nada de sus libros, casi. Se hacía valer por su humor, simpatía, don de gente, por sus anécdotas. Nunca intentó poner por delante su literatura. Y mucha gente como que se quedaba con esa personalidad y tendía a pensar que los libros eran un agregado. Pero la verdad es que no: sus libros son grandes libros. Y en el ambiente cultural chileno, era un nexo entre generaciones y personas muy diversas, de diferentes edades, corrientes políticas y mundos. Era muy integrado socialmente, pero a la vez tenía una cierta capacidad de distancia. Ese ojo es el que nutre su literatura: esa leve distancia. Releer sus libros ahora es muy interesante.

P. ¿Ha releído parte de su obra en estos días?

R. He releído Persona non grata (1973) y he encontrado cosas que no había visto. Lo que yo había visto era lo que sabemos: el choque entre la revolución cubana y los intelectuales y escritores disidentes pro revolución, pero con críticas, y la dificultad para aceptarlo. Pero lo que no había visto son las reflexiones que hace Jorge sobre dónde está el apoyo último a la revolución cubana, cuál es la raíz casi inconsciente que mueve a la revolución. El apoyo no está solo en la ideología marxista.

P. ¿Y cómo se explica, entonces?

R. Lo que Jorge cree es que se trata de una reacción contra el estilo de vida norteamericano. Es un repudio al capitalismo, sobre todo al norteamericano. Entonces, esa es la verdadera raíz. Y si eso es así, es una reacción nacionalista, de defensa de lo propio frente a la invasión de lo foráneo. Estados Unidos está constantemente produciendo no solo productos que invaden el mundo, sino modos de vida. Lo que sostiene la revolución cubana, por lo tanto, es una forma de nacionalismo, de defensa de lo propio ante esta invasión de lo ajeno. Y como todo nacionalismo, tiene una veta nostálgica y melancólica. Persona non grata me ha hecho pensar en el libro de Carlos Granés...

Arturo Fontaine.
Arturo Fontaine.sofia yanjari

P. Delirio americano. ¿Y por qué hace el enlace?

R. Porque el libro de Granés tiene un poco esta misma idea: que los intelectuales latinoamericanos han tenido, en el fondo, una veta nacionalista. Y el marxismo de muchos de ellos ha sido más bien una máscara del nacionalismo o una forma de racionalizar impulsos nacionalistas. Persona non grata tiene muchos anticipos de lo que sería el drama chileno. Hay que pensar que Jorge no solo tomó esta posición sobre Cuba, sino que también tuvo una posición muy crítica frente a la dictadura de Augusto Pinochet. Presidió a su regreso a Chile en 1978 un comité de defensa de la libertad de expresión y jugó un papel importante, nuevamente como disidente.

P. ¿En qué medida ese nacionalismo latinoamericano sigue vigente?

R. Es lo impresionante: uno pensaría que, después del drama del fascismo, el nacionalismo estaba muerto. Y no, renace. Es una hidra de siete cabezas que cada vez que le cortan una, salen dos. El nacionalismo latinoamericano renace bajo otras máscaras. Por supuesto que hay intelectuales marxistas puros en Latinoamérica y muy importantes, pero si pensamos que en buena parte del marxismo latinoamericano real hay una veta nacionalista, yo creo que el nacionalismo toma otras caras, en ciertos lugares. Por ejemplo, el etnonacionalismo que estamos viendo: la búsqueda en algunos pueblos originales de lo que Mario Vargas Llosa llamó la utopía arcaica. Una especie de mundo perdido que se podría reconquistar. Y esa es también una reacción nacionalista. El libro de Granés, en ese sentido, es luminoso. Y Persona non grata, lo anticipa.

P. ¿Llegó a hablar con Edwards del Chile del estallido social de 2019 y de lo que ocurrió después?

R. Sí. Estaba un poco crítico. Como era él, un hombre muy pragmático. Le gustó muy poco el estallido. Tuvo una visión negativa sobre el camino que se estaba tomando. Estaba inquieto con el futuro de Chile. Y vio temprano que se iba a producir el triunfo del rechazo de la propuesta de nueva Constitución, en el plebiscito de 2022.

P. Y usted, ¿cómo ve a Chile hoy?

R. El rechazo a la propuesta de nueva Constitución en agosto pasado y luego lo que indican las prioridades de la población muestran que ha habido un cambio importante que obliga a reinterpretar lo que fue la revuelta de 2019.

P. ¿Y qué fue lo que pasó en ese octubre?

R. La mejor interpretación fue la que está en un libro de Rodrigo Karmy, El porvenir se hereda, donde sostiene que la revuelta fue una asonada de violencia redentora que no instaura, sino que revoca. O sea, es una revuelta de carácter revocatorio contra el status quo, pero sin una propuesta. Fue una lectura muy exacta de lo que pasó ahí. Y la quema, en ese sentido, era muy simbólica del estado de ánimo de la gente que estaba en la calle. Una encuesta de los estudiantes de Sociología de la Universidad de Chile en la zona cero de las protestas mostró que el 42% de los que estaban allí tenía educación superior completa. Y un 10,4%, sobre ellos, tenía posgrados completos. Entonces, la revuelta chilena fue un movimiento de jóvenes profesionales muy radicalizados que estaban en un estado de ánimo derogatorio. No era un proyecto revolucionario que se haya querido instaurar por la violencia, sino un malestar por un país muy distinto al que vivieron sus padres. A los menores de 40 años les ha tocado un país que hace 10 años está estancado económicamente.

P. ¿Qué ocurrió luego con todo eso, cuando se rechaza una propuesta de Constitución muy transformadora?

R. Estos eran grupos radicales que no creo que hayan cambiado mucho su visión. Pero lo que sí ha cambiado completamente ha sido el respaldo de la población, que en un comienzo tomó una posición muy tolerante frente a la violencia. Pero hoy el país es otro. La violencia que se desató a partir del estallido del 2019 y que produjo otras formas de violencia, operó como una vacuna contra la violencia en la gran mayoría de los chilenos. Hoy hay un repudio a la violencia en la zona mapuche, a la violencia narco, a la violencia común y a la violencia política. Y existe una gran demanda porque el Gobierno actúe. El país giró y el Gobierno de Gabriel Boric lo ve. Aunque hay riesgos.

P. ¿Cómo cuáles?

R. El riesgo es que esto produzca un movimiento futuro hacia a algún caudillo autoritario que pueda ser elegido legal y democráticamente y que establezca una autocracia tipo Bukele en El Salvador u Orbán en Hungría. Es un fantasma que está ahí. Hoy en día, la prioridad que tiene el orden es altísima y los chilenos están dispuestos a sacrificar libertades con tal de tener orden. Y en Chile estamos en ese peligro. Temas de fondo, como las pensiones, han quedado en un segundo plano.

P. ¿Cómo ve a la nueva generación de izquierda que llegó con Boric al poder?

R. Estos jóvenes radicalizados que políticamente se han expresado a través del Frente Amplio, el equivalente chileno de Podemos, están en un proceso de mutación, revisión y dudas. La visión de Ernesto Laclau, de que la política se construye a través de la movilización popular, a través de una retórica populista, sirve para ganar elecciones. Pero para gobernar necesitas lo contrario, llegar a acuerdos. No enemigos, sino adversarios. Y el Gobierno de Boric está en eso.

P. ¿También el presidente está en un proceso de mutación?

R. Boric es un animal político. Él ganó elecciones imposibles de ganar, pero ha tenido una gran derrota: la del plebiscito constitucional. Eso lo golpeó mucho y ha tenido un proceso de evolución, en el que se ha dado cuenta de que tiene que gobernar construyendo acuerdos. Y eso supone dejar en la biblioteca a Laclau e ir a otros espíritus. Boric ha transitado de la izquierda radical hacia la socialdemocracia.

P. ¿Qué fue lo que murió en el actual Gobierno chileno tras la derrota de la nueva Constitución?

R. Se debilitó el ala radical y la idea de un proyecto derogatorio que pretendía echar abajo todo, sin tener muy clara la sustitución. Eso fue lo que perdió.

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Sobre la firma

Rocío Montes
Es jefa de información de EL PAÍS en Chile. Empezó a trabajar en 2011 como corresponsal en Santiago. Especializada en información política, es coautora del libro 'La historia oculta de la década socialista', sobre los gobiernos de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet. La Academia Chilena de la Lengua la ha premiado por su buen uso del castellano.

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