Opinión

La pulsión del PSOE hacia el bipartidismo

Los socialistas se resisten a perder la condición de única fuerza de gobierno de la izquierda para España, que Unidas Podemos reclama compartir

Pedro Sánchez (izq.) con Pablo Iglesias, el pasado 9 de julio.uly

L a emergencia de Podemos en 2014 y la agonía de un PP hundido en la corrupción han estado a punto de romper el bipartidismo imperfecto instaurado en España desde 1977, pero la última palabra sobre este asunto no está dicha. Los dos partidos perjudicados por la crisis del bipartidismo se resisten a abandonar las posiciones detentadas durante tantas décadas en exclusiva y los aspirantes a sustituirles se han quedado a medio camino. El PSOE cree que le quedan bazas para mantener la posición de única fuerza de gobierno para la izquierda en España y se resiste como gato panza arriba a la pretensió...

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L a emergencia de Podemos en 2014 y la agonía de un PP hundido en la corrupción han estado a punto de romper el bipartidismo imperfecto instaurado en España desde 1977, pero la última palabra sobre este asunto no está dicha. Los dos partidos perjudicados por la crisis del bipartidismo se resisten a abandonar las posiciones detentadas durante tantas décadas en exclusiva y los aspirantes a sustituirles se han quedado a medio camino. El PSOE cree que le quedan bazas para mantener la posición de única fuerza de gobierno para la izquierda en España y se resiste como gato panza arriba a la pretensión de Unidas Podemos de compartir esta condición. Este es el nudo de la cuestión, la causa del largo regateo con el que el aspirante socialista a la reelección como presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, pretende marear a los aliados para obtener su apoyo en el parlamento sin dejarles traspasar las puertas del poder ejecutivo.

En esta batalla el objetivo del PSOE es, sobre todo, mantener la exclusiva de la marca partido de gobierno frente a las izquierdas recluidas en el ámbito de la reivindicación y la protesta. Para el PSOE, la responsabilidad de gobierno, para los de Podemos e IU, las manifestaciones y las pancartas. Este es el paradigma que los socialistas quieren ratificar, aunque Sánchez se vea obligado a aceptar y reconocer que ahora mismo tiene una insoslayable necesidad de alianza con la segunda fuerza de la izquierda. Los resultados electorales del 28 de abril no le dejan otra opción. Al mismo tiempo, sin embargo, siente la imperiosa necesidad de reducir el alcance de los eventuales acuerdos al nivel de mero apoyo externo al Gobierno. Los pactos solo serán buenos para él si sirven a su doble objetivo: darle una mayoría parlamentaria a su gobierno y al mismo tiempo definir y consolidar al aliado como un pequeño satélite que gira alrededor del potente sol.

El empeño de Pablo Iglesias en exigir a Sánchez un gobierno de coalición ha sido interpretado por los socialistas como un intento de despojarles de lo que a estas alturas consideran que es su capital político más valioso y característico. El aura que debe distinguirles de esa algarabía con que suele identificarse al resto de las izquierdas. Si ahora los socialistas dejaran de ser los únicos que saben gobernar, los que protagonizan la interlocución con los grandes poderes económicos, los que conocen y manejan los secretos de estado, los que se ganan la confianza de los demás poderes del Estado, su futuro quedaría al albur de que cualquier crisis, cualquier bandazo de la opinión pública, la aparición de cualquier nuevo liderazgo exitoso entre sus aliados les reduzca a la condición de iguales entre varios partidos de izquierda. Lo que traslucen las declaraciones políticas y los discursos parlamentarios de sus dirigentes en estos cinco meses de crisis poselectoral es que, para el PSOE, dar carta de credibilidad, seriedad y capacitación a Unidas Podemos y abrirles la oportunidad de salir del rincón de las izquierdas protestonas y radicales, es jugar con fuego. Es reconocerles como iguales. No puede ser.

La cúpula de Unidas Podemos ha leído la coyuntura y ha hecho valer su peso político decisivo en el Congreso

Por la otra parte, la cúpula de Unidas Podemos ha leído correctamente la coyuntura y ha hecho valer su peso político decisivo en el Congreso de los Diputados. La coalición estaba en una encrucijada y ha decidido girar hacia el reformismo. Iglesias protagoniza el más serio intento de sacar de la esterilidad y la frustración a las fuerzas situadas a la izquierda del PSOE desde que Felipe González las redujera a la irrelevancia en 1982. Nadie sabe cuándo se les volverá a presentar una oportunidad de ingresar en el rango de los partidos reformistas con capacidad de gestión gubernamental si esta se les escapa. Y si pierde esta batalla, es de suponer que los varios componentes izquierdistas que alberga en su seno Unidas Podemos se lanzarán al ataque contra la dirección.

Todo eso contribuye a que las izquierdas vivan con una creciente ansiedad los vaivenes de este largo momento postelectoral. Todos se juegan mucho. Esta es una de las razones que aconseja salir del actual punto muerto. Cuanto más insista Unidas Podemos en un acuerdo entre iguales, más se reafirmará el PSOE en la idea de que está siendo objeto de un asalto. Cuanto más se resista el PSOE a un acuerdo que la aritmética parlamentaria y la coyuntura política presentan como el único factible, más se hará evidente que su principal pulsión le empuja a intentar rehacer el añorado bipartidismo que un electorado acuciado por múltiples crisis está abandonando. De ahí sus contradictorios llamamientos a Ciudadanos y al PP para que le apoyen mientras afirma que Unidas Podemos es su aliado preferente.

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