Opinión

El riesgo de repetir las elecciones

Sánchez trata de reiterar la jugada y ser investido de nuevo Presidente sin compartir el Gobierno bajo la amenaza de nuevos comicios, pero el país ha perdido ya demasiado tiempo por los bloqueos políticos

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en un encuentro.ULY MARTÍN

Uno de los fenómenos más llamativos del nuevo ecosistema político, más fragmentado y polarizado que nunca, es que mientras el discurso público se llena de líneas rojas y vetos, los pactos de gobierno alumbran una geometría política muy variable, lo que no impide que quienes los alcanzan acusen a los demás de incongruencia y hasta de traición por hacer exactamente lo mismo que ellos han hecho antes. ERC ha acusado a Junts Per Catalunya de pactar en la Diputación de Barcelona con los “carceleros” del PSC pero no ha desdeñado sus votos o los de los comunes para desbancar a los neoconvergentes en ...

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Uno de los fenómenos más llamativos del nuevo ecosistema político, más fragmentado y polarizado que nunca, es que mientras el discurso público se llena de líneas rojas y vetos, los pactos de gobierno alumbran una geometría política muy variable, lo que no impide que quienes los alcanzan acusen a los demás de incongruencia y hasta de traición por hacer exactamente lo mismo que ellos han hecho antes. ERC ha acusado a Junts Per Catalunya de pactar en la Diputación de Barcelona con los “carceleros” del PSC pero no ha desdeñado sus votos o los de los comunes para desbancar a los neoconvergentes en 19 municipios. Tampoco los socialistas han tenido problemas para pactar con Ada Colau en Barcelona y con los “secesionistas” de JxCat en la Diputación.

La cultura del pacto se va abriendo paso, pero de forma todavía vergonzante. Especialmente difícil está siendo el más importante de todos, el que debe alumbrar un gobierno para España. Si en Barcelona, socialistas y comunes han podido dejar de lado las discrepancias en la cuestión territorial, por qué no pueden pactar la discrepancia en Madrid? Lo que vale para Barcelona o para Baleares, por citar dos acuerdos recientes, ¿no vale para el Gobierno de la nación?

Hasta ahora Sánchez ha arriesgado y le ha salido bien, tanto en su batalla por el liderazgo del PSOE como en su estrategia para remontar el retroceso electoral y la pérdida de credibilidad de su partido. Arriesgó con la moción de censura y logró ser investido Presidente gracias a que otros partidos le dieron los votos sin contraprestación alguna. Ahora Sánchez trata de repetir la jugada. Pretende ser investido de nuevo sin tener que compartir el Gobierno por la vía de llevar a los demás a la situación de tener que bailar con él o ser responsables de que la fiesta se acabe. Pero la situación ha cambiado. La investidura ya no puede ser gratis.

Prolongar ahora la situación de parálisis puede tener altos costes si el electorado percibe que es por cálculos tacticistas

Su prioridad ha sido obligar a Ciudadanos a abstenerse. Al no conseguirlo, ha tenido que volver al plan inicial: una alianza con Podemos con mínimas concesiones, a ser posible dejándole fuera del Gobierno. Es cierto que en esta opción el pacto con Podemos no es suficiente para la investidura, pero sin Podemos es imposible. En uno y otro caso, el instrumento de presión es el mismo: la amenaza de repetir las elecciones. Pero jugar con este espantajo es muy arriesgado. El país ha perdido ya demasiado tiempo a causa de los bloqueos políticos. Entre 2015 y 2016 estuvimos diez meses sin gobierno efectivo por la incapacidad de los partidos para llegar a acuerdos. La repetición de elecciones dio más votos al PP pero no eliminó su precariedad política. Prolongar ahora la situación de parálisis puede tener altos costes si el electorado percibe que la repetición de elecciones obedece a cálculos tacticistas.

La estrategia de Sánchez tiene dos niveles. El primero consiste en que los posibles socios se asusten ante la eventualidad de unas elecciones que les pueden ser adversas y apoyen gratis, o casi, la investidura. Pero toda amenaza, para ser efectiva, ha de tener algo de real. Ahí entra el segundo nivel: presentar la discrepancia de tal modo que, se se tiene que ir a elecciones, pueda culpar de ello a los demás. Es una operación delicada para la que se necesita el equilibrio de un funambulista. El premio, en caso de triunfar, es un gobierno sin ataduras. Pero el riesgo también es grande, sobre todo si se percibe que Sánchez utiliza la repetición electoral como un instrumento ventajista, sin haber hecho un verdadero esfuerzo por alcanzar un acuerdo. Exigir participar en el Gobierno, con una fórmula aceptable para ambos partidos, no puede ser visto como algo inaceptable si es lo que ha ocurrido en los gobiernos de coalición que acaban de constituirse.

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Además, las elecciones forzadas las carga el diablo. Lo sabe bien Susana Díaz, que las adelantó dos veces con la idea de mejorar posiciones y en las dos retrocedió; lo sabe también Artur Mas, que con 62 diputados llamó a las urnas para lo mismo y se quedó en 50. Y Theresa May, que quiso reforzarse ante la negociación del Brexit y perdió la mayoría absoluta. Incluso en el caso de que el PSOE lograra mejorar sus resultados, no es seguro que no tuviera que depender de los mismos pactos que ahora.

Visto el coste de la división, los paratidos de derecha pueden intentar alianzas para recuperar el terreno perdido

Del mismo modo que las elecciones andaluzas tuvieron un fuerte impacto en las legislativas, las autonómicas y municipales influirían en unas nuevas legislativas. El miedo al avance del tripartito de la derecha, con VOX como gran amenaza, movilizó el voto progresista. No es seguro que ahora se movilizara igual. La derecha, en cambio, visto el coste de la división, podría buscar alianzas electorales en determinadas circunscripciones para recuperar el terreno perdido. Tampoco está nada claro cómo operaría esta vez el voto útil en el bloque conservador. El problema de repetir las jugadas es que se hacen previsibles.

 

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