Coffee & Wine o el encanto de la parsimonia

El dúo madrileño, pionero del folk-pop, regresa tras siete años de silencio con el bucólico ‘Hirundinidae’

El grupo musical Coffe & Wine, Ana Franco y Andrés Cabanes,en el centro de Madrid.Samuel Sanchez

Siete años de espera desde el primer disco. 10 nuevas canciones. Media hora escasa de música. Si el talento se midiera en términos de productividad, habría que convenir en que los madrileños Ana Franco y Andrés Cabanes son un fiasco. Por fortuna, en estas cosas de la creatividad confluyen otros valores, y el recién alumbrado segundo álbum de Coffee & Wine resulta ser una criatura singular, insólita. El fruto de dos lúcidos bichos raros, un par de artistas diletantes y verborreicos que escapan de cua...

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Siete años de espera desde el primer disco. 10 nuevas canciones. Media hora escasa de música. Si el talento se midiera en términos de productividad, habría que convenir en que los madrileños Ana Franco y Andrés Cabanes son un fiasco. Por fortuna, en estas cosas de la creatividad confluyen otros valores, y el recién alumbrado segundo álbum de Coffee & Wine resulta ser una criatura singular, insólita. El fruto de dos lúcidos bichos raros, un par de artistas diletantes y verborreicos que escapan de cualquier categorización urbana al uso. “Encarnamos el idilio del urbanita con la naturaleza. En el fondo, somos unos folkiesde ciudad”, resumen, divertidos.

Ana viene escribiendo canciones sin cesar al menos desde 2002, aunque su producción publicada sea aún más bien exigua. Andrés, el guitarrista, arregla y reestructura el material original. Ambos se dicen “minuciosos y amantes del circunloquio”, dos de esos idealistas que prefieren el fuego lento al expeditivo golpe de calor del microondas. “Yo también he vivido a toda pastilla”, admite Franco, “pero acabas no enterándote ni de lo que sucede a tu alrededor. Ahora las circunstancias me permiten ir despacio. Incluso estudio Historia del Arte a razón de cuatro asignaturas por curso…”. ¿Una visión demasiado idílica de la vida al ralentí? “¡No!”, objeta. “La lentitud a veces te desespera. Acabas con la sensación de que te van a explotar los sesos”.

Hirundinidae, el endiablado título de este segundo álbum (en alusión a la familia ornitológica de las golondrinas), se ha gestado de una manera tan concienzuda que Cabanes invirtió “horas y horas” en decidir el orden exacto de las composiciones y los segundos de separación entre ellas. “No es capricho. Nosotros no pensamos en un mero puñado de canciones, sino en el disco como un todo, con un recorrido y una narrativa propia”. Las dos mitades, de hecho, han adquirido personalidades diferenciadas. La cara A es eléctrica y afín al género americano. En la B, más desnuda y acústica, se manifiesta de una manera nítida la pasión de Ana por el folclor británico y cantantes como Eddie Reader. Pero aquí y allá afloran destellos de luz, a diferencia del mucho más cariacontecido From the Ground (2012).

“Estábamos acostumbrados a que nos dijeran que nuestras canciones eran bonitas, pero invitaban a repartir cuchillas entre el público”, recuerdan con guasa. “Ahora conseguimos demostrar que, más allá de nuestros bajones, también somos gente divertida”. Tanto como para que en Old Photographs haya quedado inmortalizada una risita espontánea de la vocalista.

El precio de tanto primor, autogestión y artesanía es, como cabía sospechar, que Coffee & Wine no supone la principal ocupación de sus artífices. Andrés Cabanes es periodista, comenzó en la rama audiovisual de la agencia Efe y, tras cuatro años en la oficina de Vetusta Morla, ha acabado dirigiendo el festival Mallorca Live. Lo de Ana Franco, con formación como técnico de sonido, tiene aún más guasa: trabaja para una empresa de videojuegos que desarrolla proyectos educativos como Nubla, para el museo Thyssen. “Yo no sabía casi nada de estos juegos, pero me gusta aprender, meterme en embolados, sentirme pulpo en un garaje”, admite con humor.

Paradigma de la mujer despistada (“soy de las que pierde las tabletas en el tren y llega a los aeropuertos el día antes de que salga mi avión”), Ana se sabe tan inmersa en su mundo que recurre a los amigos para que la devuelvan de vez en cuando a este. “Me disciplinan y obligan, por ejemplo, a escuchar el disco de Rosalía. Que resulta estar muy bien, conste; pero lo que a mí me pide el cuerpo es volver a desayunar cada mañana con los Jayhawks…”.

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Ellos son así, ya les ven. Amigos de los rituales, como los inherentes al vino y al café que les sirvieron para bautizarse. Más predispuestos a tocar en casas particulares, como hicieron en el ciclo Live on the Moon (Jerez de la Frontera), que en las “salas convencionales de siempre”. Y capaces a sus 38 años, que no son tantos, de presentar Hirundinidae en la sala Costello este domingo… a la una del mediodía. “Así pueden venir también niños o abuelos, todos los públicos”, objetan. Y se sinceran: “Nosotros ya no somos aves nocturnas”. En eso también se parecen a las golondrinas.

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