OTRES

No con ese tono

El autor critica que algunas personas elijan disfraces de Carnaval sin saber el significado que pueden tener para otros colectivos

Un momento de la procesión del entierro de la sardina este miércoles.Kiko Huesca (EFE)

Llega la hora de tomarse el medicamento. Repaso la lengua alrededor del perímetro de mi boca, ensuciada con restos del neubrofén de la mañana. Estoy con gripe otra vez. Eso me pasa por salir en carnaval sin chaqueta. Abro el WhatsApp y me escribe A. :“¿Qué tal llegaste anoche?”. “Podría ser peor, ¿Y tú?”, le contesto mientras me sueno los mocos y siento la nariz irritada. Ayer salimos por Lavapiés unos viejos compañeros de clase. Se unió un compañero en común. Nunca había hablado con él exceptuando los “me gusta” en redes sociales. Nuestra amistad terminó cuando terminó Tuenti.

Esa noch...

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Llega la hora de tomarse el medicamento. Repaso la lengua alrededor del perímetro de mi boca, ensuciada con restos del neubrofén de la mañana. Estoy con gripe otra vez. Eso me pasa por salir en carnaval sin chaqueta. Abro el WhatsApp y me escribe A. :“¿Qué tal llegaste anoche?”. “Podría ser peor, ¿Y tú?”, le contesto mientras me sueno los mocos y siento la nariz irritada. Ayer salimos por Lavapiés unos viejos compañeros de clase. Se unió un compañero en común. Nunca había hablado con él exceptuando los “me gusta” en redes sociales. Nuestra amistad terminó cuando terminó Tuenti.

Esa noche, el compañero en cuestión iba “disfrazado de japonés”. Más a gusto que un arbusto, le faltaban los esparadrapos para achinarse los ojos. Y creedme cuando digo lo incómodo que era aquella situación. Se trataba de un conocido, y sabía que si le decía algo respecto al disfraz, iba a tensar el ambiente. Ya me olía las posibles respuestas: como por mi tono —con la rabia y el enfado al intentar explicarle por qué estaba mal disfrazarse de japonés— era imposible debatir conmigo, y cómo de sensibles y victimistas nos ponemos las personas migrantes y racializadas respecto a estas cuestiones, que hay cosas más importantes que reivindicar... No dije nada y ahogué mis penas en el plato de aceitunas con hueso. Me fui a casa con una sensación agria de impotencia, enfadado por no habérselo comentado.

Mientras esperaba a que abrieran el metro desde la otra acera, evitando un grupo de hombres cis jóvenes borrachos, empecé a recapitular todos aquellos momentos en los que me callé para evitar la vigilancia del tono, o el tone Policing que tantas veces hemos soportado. La vigilancia del tono es un mecanismo de silenciamiento que permite a las personas privilegiadas a deslegitimizar lo que dicen aquellos oprimidos (por el sistema cisheteropatriarcal, racista o capacitista) criticando la emotividad del mensaje del oprimido en lugar del mensaje en sí mismo. Que anulen nuestro mensaje por el simple hecho de decirlo con desahogo, con enfado, ejerce una violencia hacia nuestros cuerpos. Porque nos enseñan a responder ‘domesticadamente’, ya que obstaculizar la emocionalidad de un mensaje es anular una parte íntegra de nuestras experiencias vitales.

Como dice Jota Mombaça, hay que devolver el golpe. La violencia ejercida hacia nuestros cuerpos tiene que repartirse. No es una apología a la violencia, como dice la artista Yos, sino es entender que este mundo no existe sin violencia, es entender que la violencia que recae en nuestros cuerpos racializados, es diferente al que recae sobre cuerpos blancos

Es necesario que reivindiquemos el enfado y la rabia y no lo silenciemos como personas racializadas, porque forma parte del proceso de saneamiento, de deconstrucción, porque es una respuesta a estar luchando constantemente contra el racismo, la homofobia y la heteronorma.

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