La jirafa que pastaba

Para corregirme, me apretaban las caderas con las manos para que no pudiera moverlas

"Colega, ¿qué haces agachao pastando con las vacas con ese pedazo de cuello?", nos pregunta Paco Vidarte en Ética Marica. Siempre me lo he preguntado a mí mismo, al cuerpo en el que habito, con el que paseo por las calles de Madrid. A pesar de pasar hartas horas en este pequeño espacio milítrofe, sigo sintiéndome un tanto incómodo y extranjero en él.

Recuerdo cómo insistía de pequeño que este cuerpo no me pertenecía del todo. Descubrí a posteriori que realmente con quien no sentía pertenencia alguna era con la masculinidad que se le asociaba a mi cuerpo. Empezaban a su...

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"Colega, ¿qué haces agachao pastando con las vacas con ese pedazo de cuello?", nos pregunta Paco Vidarte en Ética Marica. Siempre me lo he preguntado a mí mismo, al cuerpo en el que habito, con el que paseo por las calles de Madrid. A pesar de pasar hartas horas en este pequeño espacio milítrofe, sigo sintiéndome un tanto incómodo y extranjero en él.

Recuerdo cómo insistía de pequeño que este cuerpo no me pertenecía del todo. Descubrí a posteriori que realmente con quien no sentía pertenencia alguna era con la masculinidad que se le asociaba a mi cuerpo. Empezaban a surgir pequeñas señales insignificantes: cuando me corregían los seseos, cuando me regañaban por sobre gesticular con las manos, cuando se preocupaban por mi voz aguda o cuando movía las caderas con exceso al caminar aunque yo no lo notara. Para corregirme, me apretaban las caderas con las manos para que no pudiera moverlas. "Así es cómo debería andar un hombre de verdad".

"Por eso andas como un espagueti. Exagera más esas caderas", me dijo Mother G. durante un ensayo de European Runway, una categoría del Ballroom en la que se desfila de forma femenina en la pasarela.

Desde temprana edad notaba cómo mi cuerpo era rechazado, corregido para adaptarse al cuerpo normativo. Cómo los otros niños, chicos, hombres que veía transitar por las calles de Madrid no ocupaban sus cuerpos como lo hacía yo. Era el Jack de Will and Grace, el Emmett Honeycutt de Queer as Folk, cuyos plásticos de sus uñas de gel les representaban mejor que el plástico de policarbonato de sus DNIs.

Aún hoy me sigue costando desobedecer la normatividad impuesta hacia nuestros cuerpos, intentando deshacerme de ellas como los restos de arena de la playa que se queda en las sandalias, anhelando equivocadamente por un modelo de masculinidad tóxica y binaria, unas prácticas, unas relaciones, un cuerpo homonormativo, siempre disgusto con él, con sus gestos amanerados y afeminados.

Sumando a todo esto, no ayudaba a que fuera un hombre cis asiático, debido al estigma social que se nos asocia. La internalización de los estereotipos de que los hombres asiáticos somos afeminados, sumisos, pasivos se sumaban con mi disidencia sexual, creando un auto-rechazo aún más fuerte de habitar mi propio cuerpo.

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De camino a casa, probé otra vez a ensayar algunos elementos del European Runway en el pasillo eterno entre acacias y embajadores en el metro. Me acordé de lo que dijo Manuel Segade cuando fuimos a visitar la exposición de Elements of Vogue: "Hacer una pose es lanzar una amenaza. Son gestos disidentes para confrontar la norma".  

Mientras andaba tomaba registro de mis gestos desde el reflejo enmarañado en las paredes del pasillo que miraba de reojo. Quería sentir mi cuerpo, que tanto quería resistir el antiafeminamiento y las actitudes masculinas hegemónicas, pero acababa sintiéndome más como Alex Delarge al ser sometido a la técnica de Ludovico. A pesar de estar 'maquillado como una puerta', llevar uñas de Sykaly y pestañas postizas, sentía cómo esas manos que me apretaban las caderas de pequeño volvían cuando intentaba moverlas. Ojalá un día me dé cuenta de que nunca voy a ser como uno de ellos. Nunca voy a vivir como ellos ‘por copiarles sus instituciones, sus leyes, sus costumbres, sus valores’. Hasta entonces seguiré siendo esa jirafa que pasta. Pero ahora por lo menos consciente de que un día podré usar mi cuello.

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