crónica parlamentaria

La democracia aburrida

La sesión se ha acercado a lo que sería su función; se hablaba de listas de espera, de urgencias, funcionarios...

Arrimadas muestra un cartel durante la intervención de Torra.Andreu Dalmau (EFE)

He entrado triste al Parlament y he salido contento. La causa de la tristeza es muy prosaica: llovía, ha estado lloviendo el rato justo para complicar la llegada al Parc de la Ciutadella. Un día en que, a ver, quién era el guapo que pillaba un taxi y le pedía: “Lléveme al Parlament”. Total, que cuando he entrado al edificio, mis zapatos estaban enfangados como un cara a cara de Carlos Carrizosa y Eduard Pujol.

Y a pesar de ello, les decía, salí contento. Porque a la puerta, al mediodía, me topé con un grupo de estudiantes de primaria que iban a visitar el Parlament. El profesor les come...

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He entrado triste al Parlament y he salido contento. La causa de la tristeza es muy prosaica: llovía, ha estado lloviendo el rato justo para complicar la llegada al Parc de la Ciutadella. Un día en que, a ver, quién era el guapo que pillaba un taxi y le pedía: “Lléveme al Parlament”. Total, que cuando he entrado al edificio, mis zapatos estaban enfangados como un cara a cara de Carlos Carrizosa y Eduard Pujol.

Y a pesar de ello, les decía, salí contento. Porque a la puerta, al mediodía, me topé con un grupo de estudiantes de primaria que iban a visitar el Parlament. El profesor les comentaba: “Tenéis suerte porque hoy hay pleno y podréis ver a los diputados en directo”, y al decirlo, sonaba como si anunciara una visita al Papa. O a Rosalía. Pero aún más, les lanzaba una advertencia: “Ahí dentro no molestéis a los diputados, porque tienen que trabajar muy duro. Hacer una ley no es fácil”. Bien por el pedagogo encomiando la tarea parlamentaria en estos tiempos. Esos niños y niñas entraban en el Parlament sintiendo en su cuerpo la solemnidad del ágora, y avisados de que no anduviesen como fans de Cristiano Ronaldo ante el juzgado, pidiendo autógrafos, no sé, a Anna Tarrés, lo más parecido a una celebrity del deporte que anda por ahí.

O sea, mi estado de ánimo ha ido de menos a más, y en ningún caso por lo que oía en el hemiciclo. El tono ahí era bajo, y sabe mal, porque hay que admitir que este miércoles la sesión de control al Govern se ha acercado a lo que sería su función teórica: controlar la acción gubernamental; se hablaba de listas de espera, de problemas en urgencias, de funcionarios… Y, en cambio, el debate andaba bajo de pasiones. Me acordé del difunto Joaquim Xicoy, expresidente del Parlament de los Sosos Años Pujol, que afirmaba: la democracia es aburrida (en su época lo era, no sé si por ser democracia o por tanta mayoría absoluta).

Este Parlament no suele encenderse con temas tan banales como la sanidad. Aunque sí había un asunto que podría haber provocado sangre: la espinosa decisión de Carles Puigdemont de denunciar a la mesa del Parlament —con su presidente de ERC, Roger Torrent, a la cabeza— ante el nefando Tribunal Constitucional, por haberle negado la delegación de voto. Los independentistas ventilando sus diferencias en la sede donde se defiende la unidad de España: miel para la oposición, y las antenas puestas en cualquier comentario que saliera de Esquerra Republicana. Pero nada. Los tres partidos indepes usaron la estrategia habitual: despejar el balón fuera del área con retórica contra algunas acciones recientes del Estado (que lo pone fácil): en 24 horas desde que se conoció la iniciativa de Puigdemont, JuntsxCat y ERC pudieron rehacerse del shock: Twitter ya había hecho su trabajo convirtiendo un síntoma claro de fractura interna en una jugada maestra, justa y necesaria.

Tampoco la oposición mordió mucho por ahí. Hasta el cartel del día que enseñó Inés Arrimadas iba por otro camino (“La República no existeix, senyor Torra”). Por cierto, me permito pedirle a la jefa de la oposición que cuando haga sus instastories las muestre hacia todo el hemiciclo, porque los que estamos detrás, diputados o público, nos quedamos con la incertidumbre de si está enseñando un gráfico de la evolución del PIB o un calendario de bomberos en bañador.

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