Rock / Os Mutantes

La huella del ingenio

Sérgio Dias mantiene el tipo al frente de la institución brasileña, con medio siglo a las espaldas

Una imagen del concierto de anoche de Os Mutantes.

Casi nadie cumple 50 años en el mismo puesto de trabajo, de manera que el aniversario que conmemoraban anoche Os Mutantes en la sala Nazca fue ante todo motivo de reconocimiento y admiración. Lo malo de la longevidad laboral es que inevitablemente se da de bruces con las malditas leyes de la biología. Podemos ser más sabios que en 1968, pero cuesta conservar el hambre. Y no digamos ya los amigos: el grupo de ayer era el auténtico depositario de la marca y el legado, pero la sombra de la ausencia de Rita Lee, la cantante en los años mágicos, sigue antojándose alargada. Y más si el bueno de Sérg...

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Casi nadie cumple 50 años en el mismo puesto de trabajo, de manera que el aniversario que conmemoraban anoche Os Mutantes en la sala Nazca fue ante todo motivo de reconocimiento y admiración. Lo malo de la longevidad laboral es que inevitablemente se da de bruces con las malditas leyes de la biología. Podemos ser más sabios que en 1968, pero cuesta conservar el hambre. Y no digamos ya los amigos: el grupo de ayer era el auténtico depositario de la marca y el legado, pero la sombra de la ausencia de Rita Lee, la cantante en los años mágicos, sigue antojándose alargada. Y más si el bueno de Sérgio Dias no tiene el mejor de los ídem.

Tocado con su ineludible sombrerito blanco vaquero, Dias no dudó en admitir de entrada que arrastraba una bronquitis, que se hizo evidente en sus dificultades para alcanzar las notas elevadas, amarrar la afinación y mantener el timbre sin carrasperas. El problema se agrava en una formación de filigrana como el que nos ocupa, nacida en los años más valientes y creativos de la música popular. Cuando el mimetismo era un pecado tan mortal como ponerle límites a la imaginación.

Menos mal que el repertorio, el mismo que desempolvó David Byrne y le merecía veneración a Kurt Cobain, sigue hoy antojándose fascinante. Y Sérgio, repantingado en su taburete y escudado en una banda joven, hábil y correosa, se centró en su estupenda faceta guitarrística, que traduce la bossa de Sérgio Mendes hasta dejarla a un par de pasos de Carlos Santana. El tropicalismo es un virus contagioso y expansivo. Y los jóvenes asistentes a este plato estrella del ciclo Sound Isidro pasaron del escepticismo inicial a terminar despendolándose frente a un veterano ataviado con calcetines de palmeritas.

Dias aún es capaz de escribir Time and Space, pieza reciente (2013) y potable de rock progresivo, pero fue hace cinco décadas cuando logró quintaesenciar en el mismo discurso a los Beatles (esas citas a While my guitar gently weeps, que para eso es del 68), Zombies, Crosby Stills & Nash, Caetano Veloso, Blind Faith y Jefferson Airplane. Ayer recuperó El justiciero añadiendo malévolas alusiones a Trump y, ya puestos, también a Merkel, Macron y King Jong un. Por desgracia, nunca faltan personajes para que la vigencia de piezas así se eternice.

La sesión fue de extensión prudente, en torno a los 70 minutos, pero poco se le puede reprochar a un hombre que en otras circunstancias estaría con mantita, miel y limón. Él fue capaz de sobreponerse, sonreírle a los reveses de un día bastante calamitoso, encontrar el revulsivo eterno de la música y facturar un concierto de menos a más. Porque al final no hay virus que pueda con la psicodelia. Nos doblegarán los años, pero queda para siempre la huella del ingenio.

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