MATINALES DE EL PAÍS

La Fuga, rock enérgico para abrir los bares

Los cántabros se ponen las pilas desde primera hora para para espolear una vibrante entrega de Los Matinales de EL PAÍS

Recital de La Fuga en la sala Galileo Galilei.víctor sainz

Los roqueros de este país, que son gente sabia, han cerrado muchos bares y garitos con las canciones de La Fuga. Este sábado, por aquello de la ambivalencia, les tocó abrir la Galileo Galilei, incluso aunque a alguno no le hubiera dado tiempo a desenredarse la melena con el esmero habitual. El aguerrido cuarteto cántabro era el protagonista de una nueva entrega de Los Matinales de EL PAÍS y alborotó los biorritmos tirando de oficio, pundonor y, sobre todo, de ese repertorio empático y contagioso con el que se han desgañitado zagalas y zagales a cualquier hora y en cualquier rincón de este país...

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Los roqueros de este país, que son gente sabia, han cerrado muchos bares y garitos con las canciones de La Fuga. Este sábado, por aquello de la ambivalencia, les tocó abrir la Galileo Galilei, incluso aunque a alguno no le hubiera dado tiempo a desenredarse la melena con el esmero habitual. El aguerrido cuarteto cántabro era el protagonista de una nueva entrega de Los Matinales de EL PAÍS y alborotó los biorritmos tirando de oficio, pundonor y, sobre todo, de ese repertorio empático y contagioso con el que se han desgañitado zagalas y zagales a cualquier hora y en cualquier rincón de este país.

Lo mejor de La Fuga es que, a estas alturas del partido, dispone de himnos para todas las circunstancias. Quien transite por una época dulce hizo suyas frases como “Es mi única obsesión saborear cada centímetro de ti” (Mi perdición), mientras que los adscritos a las redenciones y segundas oportunidades ondeaban, nunca mejor dicho, el mensaje de Banderas: “Quizás el mejor de los errores es volver a desgastar la misma almohada (...) y contarnos los lunares otra vez”. Pero como la vida suele transitar entre resbalones, traspiés y demás debacles, siempre podremos quedarnos En vela y canturrear: “De recuerdo te dejó basura y una colilla dentro de tu corazón”. Los acólitos dispusieron de 19 canciones para adscribirse a la que más se les ajustara al ánimo; muchos optaron por marcar la equis en todas.

La cuestión horaria, divertida y atípica en estos territorios del rock callejero, fue objeto de rechifla generalizada durante la sesión. “¡Hoy nos hemos tenido que levantar a las diez de la madrugada!”, bromeaba el cantante, Pedro Fernández, que se decía descontrolado y sin saberse el orden de las canciones. Todo pura guasa, desde luego. En realidad, la banda irrumpió como un cañón: en formato acústico durante los siete primeros temas y a tumba abierta mientras se iban acentuando las regurgitaciones en los estómagos. Y las gargantas de la Galileo ‑esta vez sin mesas para que todos se explayaran a placer‑ se inflamaban hasta el borde mismo de la afonía.

Los muchachos de Reinosa se han querido embarcar en la gira conmemorativa 20 años y un día, que suena a condena pero nunca dejó de ser enérgica bendición. Dos décadas no exentas de avatares, que para eso el rock siempre sirvió como metáfora de la vida misma. Como el más decisorio aún figura la marcha en 2009 de su anterior cantante y líder, Raúl Gutiérrez, pero el dolor a menudo sirve como espoleta para la belleza. Y de ahí que ahora los aficionados disfruten por partida doble: del esqueje surgieron Rulo y la La Contrabanda, mientras que los fugados, vitamínicos y adscritos a la euforia, avalaron en la matiné un estado de forma pletórico. Madrid, donde acaban de registrar un desmelenado DVD en vivo, volvió a ejercer de talismán.

El ardor llegó a ser literal. “¡Poned el aire!”, imploraba a partir de la media hora el cantante; y como la súplica no obtuvo respuesta fue Nando, guitarra solista, quien optó por descamisarse al rato. Pedro declinó la invitación a hacer lo propio: “Yo estoy en proceso de definición, mejor el año que viene...”. No hubo moratoria, en cambio, para los guitarrazos más expeditivos: Por verte sonreír, Majareta, No solo respirar o Amor de contenedor (esta última, con mensaje contra esos mostrencos que no entienden las negativas en boca de una chavala) se sucedieron en el último y asilvestrado tramo.

La hermandad fue tal que Fernández aceptó el cerdito de plástico que le tendía un espectador (“Le vamos a llamar Pedrito”) y devolvió una cartera extraviada, mientras Álex Sanz, bajista y responsable de las estupendas segundas voces, acababa animándose en los bises a lucir también palmito. Y para rematar, justo al filo de las tres, un homenaje al recién desaparecido Malcolm Young. Está visto: el rock no tiene edad, pero tampoco horarios.

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