Danza CARMEN de VICTOR ULLATE

Los desatinos de una ‘Carmen’ ampulosa

Víctor Ullate Ballet Comunidad de Madrid estrena una versión de 'Carmen' en los Teatros del Canal de Madrid

Un momento de 'Carmen', en versión del coreógrafo Víctor Ullate, en los Teatros del Canal de Madrid.Jaime Villanueva

Lo primero a decir de esta coreografía de Víctor Ullate sobre Carmen es que el legendario personaje no es arquetipo alguno de mujer fatal. Ullate pisa sobre los mismos errores de El amor brujo, repite obstinadamente fórmulas viejas o ajenas y yerra del todo. Esta vez es confuso, oscuro, suena a improvisado y caótico, no hay desarrollo de personajes y la atmósfera, cercana al cabaret sicalíptico, resulta de profusa afectación gratuita. Situar los inicios de Carmen en la d...

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Lo primero a decir de esta coreografía de Víctor Ullate sobre Carmen es que el legendario personaje no es arquetipo alguno de mujer fatal. Ullate pisa sobre los mismos errores de El amor brujo, repite obstinadamente fórmulas viejas o ajenas y yerra del todo. Esta vez es confuso, oscuro, suena a improvisado y caótico, no hay desarrollo de personajes y la atmósfera, cercana al cabaret sicalíptico, resulta de profusa afectación gratuita. Situar los inicios de Carmen en la danza a partir del estreno de la ópera de Bizet es uno de los muchos despropósitos y muestras de falta de cultura específica que muestra este engolado intento de gran producción.

Carmen nació para el ballet en Madrid, pero bastante antes de la gestación del libreto operístico de Ludovic Halévy y Henri Meilhac, un fenómeno que ha pasado también con títulos como Don Giovanni y La sonámbula, por solo citar dos ejemplos: primero fueron los ballets hoy perdidos y después las óperas que perviven, Mozart y Bellini, respectivamente. Fue Marius Petipa durante su estancia madrileña quien, tras leer la novela (publicada en 1845) de Merimée ideó hasta dos versiones sucesivas, en ballet, del argumento trágico de la cigarrera sevillana y sus amoríos que acaban en muerte. La historiografía balletística discute aún sobre estas obras, de las que nos han llegado poco más que sus títulos: Carmen y su toreador primero y Una tarde a la salida de los toros después; Petipa las cita en varias ocasiones.

Otro asunto que debe ser analizado es la técnica de ballet frente al estilo de la obra. No puedo más que elogiar la calidad de los bailarines, su equívoca apostura y su arrojo, si bien todo se sacrifica tristemente a la búsqueda de una espectacularidad fácil, expeditiva, por momentos vulgar.

Más que un estilo de ballet contemporáneo hay una relajación de la técnica en función de la pueril espectacularidad antes mencionada, donde se fuerza la expresión y las figuras hasta extremarlas, hacer del todo un aquelarre de gestos, afectaciones, quiebros y rupturas deliberadas del armónico esencial, de lo que el ballet no debe perder jamás y es parte de su decálogo, moviéndose en el terreno estético que sea.

Ullate imita a cierta corriente centroeuropea, oye lejanas campanas, pero no acierta a insertarse en ella. No queda nada del inspirado maestro y creador que llegó a bocetar las maneras de un ballet español contemporáneo ligado a sus raíces vernáculas. Ahora todo es ampulosidad, efecto por el efecto, contrastes ácidos en lo que debe dibujarse del drama. Esta Carmen está repleta de ideas ajenas mal ensambladas: la protagonista parte del dibujo de Roland Petit; la muerte o destino ya estaba en la versión de Alberto Alonso como catalizadores del clímax.

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