La gran jefa Hynde

The Pretenders incendian el Teatro Real con ese rock genuino que les ha hecho grandes durante cuatro décadas

Chrissie Hynde, de The Pretenders, en su actuación en el Teatro Real. Al fondo, Martin Chambers. INMA FLORES

Sí, ya lo sabemos: Chrissie Hynde siempre ha sido altiva, chuleta, airada, furibunda, corajuda, rebelde, incómoda, asilvestrada, endiabladamente genuina. La pregunta clave es si esta retahíla conserva vigencia ahora que nuestra rockera del pelo cardado transita por las 65 primaveras. Respuesta urgente, a tenor de lo comprobado anoche en el Teatro Real: sí. Rotundamente sí. La gran jefa de The Pretenders ejerció de jefaza con la misma fórmula que lleva practicando desde hace casi cuatro décadas, ese rock corrosivo e implacable con el que entran ganas de condenarse sin pestañear al fueg...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Sí, ya lo sabemos: Chrissie Hynde siempre ha sido altiva, chuleta, airada, furibunda, corajuda, rebelde, incómoda, asilvestrada, endiabladamente genuina. La pregunta clave es si esta retahíla conserva vigencia ahora que nuestra rockera del pelo cardado transita por las 65 primaveras. Respuesta urgente, a tenor de lo comprobado anoche en el Teatro Real: sí. Rotundamente sí. La gran jefa de The Pretenders ejerció de jefaza con la misma fórmula que lleva practicando desde hace casi cuatro décadas, ese rock corrosivo e implacable con el que entran ganas de condenarse sin pestañear al fuego eterno. Y que sea lo que Belcebú disponga.

Hynde no es una innovadora, pero sí un referente escolástico. Abrió con el fantástico tema que da título a su último álbum Alone, homenaje sonoro a Lou Reed y corte de mangas a la dependencia emocional. Y encandenó Gotta Wait con Message of Love, dos temas que se llevan 35 años y podrían haber sido compuestos en días sucesivos. No solo es una autora canónica e imitada, sino que juega las mejores bazas: ese salvaje de la batería llamado Martin Chambers, único superviviente (en su literalidad) de la formación original; y el fabuloso guitarrista James Walbourne, que podría ser su hijo... y merecería serlo.

La sexagenaria de Ohio salió con una chaqueta de lentejuelas que le duró una canción exacta, antes de lucir su negra camiseta raída de Elvis. Endureció su éxito más radiofónico, Don't get me wrong, con una guitarra rasposa; transformó Hymn to Her en un canto casi eclesiástico y estremeció con la reciente I Hate Myself, doloroso manifiesto de la autodestrucción en la edad adulta. “Todos sois aquí lo bastante mayores para comprenderlo”, resumió. El resto fue un chorreo de éxitos inapelables, un despiporre felino, una orgía de rock que desata a las fieras. Nadie puede acreditar en el circuito Boots of Chinese Plastic, Back on the Chain Gang y Night in My Veins. Y solo por escucharlas del tirón merece la pena un verano en Madrid. Palabra.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En