COUNTRY / The Cactus Blossoms

Prístinos y fraternales

Con una exhibición preciosa y siempre deudora de los Everly Brothers, Page y Jack prolongan en El Sol la tradición de hermanos vaqueros

Los hermanos Burkum, componentes de The Cactus Blossoms.

A Phil Everly lo perdimos un aciago enero de 2014 y Don Everly anda a sus 80 febreros retirado de la circulación. Ya nunca podremos disfrutar de The Everly Brothers delante de nuestras retinas, pero los hermanos Burkum constituyen, en su ausencia, un sucedáneo delicioso. Tienen 35 y 30 años, aparentan un buen puñado menos y ejercen de querúbicos representantes de la juventud de Minneapolis, pero la cristalina exquisitez de sus armonías vocales nos situaba este viernes en un divertido juego de anacronismos. Conocemos cada palmo de la sala El Sol, al borde una vez más del llenazo, y la profusión...

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A Phil Everly lo perdimos un aciago enero de 2014 y Don Everly anda a sus 80 febreros retirado de la circulación. Ya nunca podremos disfrutar de The Everly Brothers delante de nuestras retinas, pero los hermanos Burkum constituyen, en su ausencia, un sucedáneo delicioso. Tienen 35 y 30 años, aparentan un buen puñado menos y ejercen de querúbicos representantes de la juventud de Minneapolis, pero la cristalina exquisitez de sus armonías vocales nos situaba este viernes en un divertido juego de anacronismos. Conocemos cada palmo de la sala El Sol, al borde una vez más del llenazo, y la profusión de móviles de altas prestaciones y charletas desconsideradas nos ubicaban en este 2017 incruento, pero el dulce encanto de los querubines remitía a seis décadas atrás. Cuando el rocanrol gastaba pañales y Lennon o Macca aún sufrían los efectos del acné.

Las armonías fraternales siempre han sido garantía de exquisitez en la música popular. Estos The Cactus Blossoms de solvencia ejemplar no solo toman el testigo de los hermanos Everly o los no menos añejos The Louvin Brothers, sino que agrandan una tradición que apuntalaron los Stanley, Delmore, Monroe y tantas otras estirpes que aprendieron a emitir gorgoritos milimétricamente sincronizados. Y no solo a aquel lado del Atlántico. Los Blossoms incorporan también en su lista de referencias a los Davies, Ray y Dave, e incluyen una inopinada y magnífica versión de The Kinks, Who’ll be the next in line. Page y Jack son así: camisa a rayas o a cuadros, la mirada en los años cincuenta o sesenta, una refrescante puesta al día de un lenguaje vetusto, atemporal e imperecedero.

Asombra esa capacidad para cantar en perfecta armonía, sin la más leve disonancia y sin que ninguno de los dos se demore un triste milisegundo respecto a su socio. Asombra también la locuacidad, a veces ensordecedora, de algunos presuntos melómanos durante los conciertos, aunque los hermanos prefirieron tomárselo con guasa: “Bueno, esto no es una biblioteca…”. En realidad, el tándem estaba asombrado de que un solo álbum (You’re dreaming) en una discográfica que perdió su distribución española les sirviera para un estreno tan cálido.

Con el escueto acompañamiento de contrabajo y batería, los aliados en primer grado de consanguinidad se bastan para pasmar, para encandilar. Remiten a Willie Nelson, Hank Williams o Johnny Cash. Y el suyo es un encanto cercano, humilde, pero no sencillo: lo comprobará cualquiera que haya intentado emular estas asociaciones prístinas y fraternales.

“No podemos creernos que estamos aquí”, sonreían los angelicales Blossoms a su recién constituida parroquia. Tranquilos, nuestros muchachos no figuran entre los adalides de la nueva América rancia: dedicaron a Obama (“Te echamos de menos”) su electrizante lectura final de Brown eyed handsome man, de Chuck Berry, y dieron muestras de un buen humor muy poco acorde con las mentes absolutistas. Incluso en este mundo raro que vivimos prevalecerá la belleza de joyas como Happy man on a gloomy day. O de esas baladas de amor arrobado que, como Powder blue o Adiós María, los vaqueros saben desgranar como nadie.

“¿Todo el mundo ama el amor?”, preguntaron con sorna a la concurrencia. Y como alguno se mostrara reticente, remacharon: “No es que lo odies, es que tienes espíritu crítico…”. Con ellos sucedió algo parecido: podrás ejercer el derecho a la reticencia, pero era difícil no encontrarlos adorables.

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