ROCK / Rubén Pozo y Mark Olson

Alternancia sin chispa

En el capítulo de las extrañas parejas habrá que ir incluyendo la que este sábado oficializaron en la Galileo Galilei Mark Olson y Rubén Pozo

Rubén Pozo en una foto promocional.

En el capítulo de las extrañas parejas, mucho más que la de Lemmon y Matthau, habrá que ir incluyendo la que este sábado oficializaron en la Galileo Galilei Mark Olson y Rubén Pozo. Comparten, ahora que caemos, una cierta condición de disidentes: el primero dio portazo en The Jayhawks y el segundo acabó precipitando la desintegración de Pereza. Y hasta puede que ...

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En el capítulo de las extrañas parejas, mucho más que la de Lemmon y Matthau, habrá que ir incluyendo la que este sábado oficializaron en la Galileo Galilei Mark Olson y Rubén Pozo. Comparten, ahora que caemos, una cierta condición de disidentes: el primero dio portazo en The Jayhawks y el segundo acabó precipitando la desintegración de Pereza. Y hasta puede que les emparente el malditismo, puesto que The Jayhawks refulgen con Gary Louris al frente y Leiva cosecha en solitario un éxito infinitamente superior al de su antiguo maestro. Pero la interacción entre ambos fue, siendo generosos, testimonial.

El artista Mark Olson.

El de Minnesota ejerció casi como telonero junto a su esposa, la noruega Inngun Ringvold. El segundo afrontó por cuenta propia la parte troncal de la velada, con hasta nueve piezas de su catálogo. Y el resto, ya los tres juntos, fue alternancia sin chispa. Faltaban complicidades, miradas, fogonazos; algún mínimo atisbo de que Pozo y Olson eran camaradas y no solo carabinas.

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“Esto es como pasar del delta del Misisipí al delta del Manzanares”, resumió con salero el madrileño en una de las transiciones. Cierto: hay que echarle imaginación para hallar semejanzas entre ambos repertorios, más allá de su honestidad y demás vaguedades. Olson alternó grandes momentos (Ringvold aporta un regusto telúrico con el salterio) y frustraciones como un Blue en el que, en ausencia de Louris, nadie alcanzaba las notas agudas. Y Pozo se recreó en sus consabidas crónicas de seducción a trompicones, dependencias afectivas y sensualidad de alcoba. Es muy competente como guitarrista y escribe con más riqueza e impredecibilidad que su célebre exsocio, lo que demuestra la importancia de la marca en este mundo logotomizado. Pero el tándem Pozo/Olson, lastrado por la barrera idiomática, no existió como tal. Si existen intersecciones, aún no se han puesto a buscarlas.

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