Crítica

Vidas de dos don nadie

"La cita", la historia de un encuentro entre un hombre y una mujer en un parque

La Fornal d’Espectacles, joven compañía mallorquina, se ha instalado en el Versus con La cita. Un hombre y una mujer se encuentran –Tinder mediante– en un parque. Buscan compañía y a primera vista la noche promete. Es evidente que hay una mutua predisposición a responder a las expectativas del otro. Pero el espectáculo no tiene visos de encaminarse hacia la comedia romántica puesta al día con celestinas virtuales. Esto no es Smiley de Guillem Clua. La presencia de un narrador armado de guitarra y distancia irónica es el primer contrapunto a la convención del final feliz. Lueg...

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La Fornal d’Espectacles, joven compañía mallorquina, se ha instalado en el Versus con La cita. Un hombre y una mujer se encuentran –Tinder mediante– en un parque. Buscan compañía y a primera vista la noche promete. Es evidente que hay una mutua predisposición a responder a las expectativas del otro. Pero el espectáculo no tiene visos de encaminarse hacia la comedia romántica puesta al día con celestinas virtuales. Esto no es Smiley de Guillem Clua. La presencia de un narrador armado de guitarra y distancia irónica es el primer contrapunto a la convención del final feliz. Luego, con un balance creciente de desencuentros, empieza a vislumbrarse la verdadera naturaleza pesimista de la propuesta y su adscripción a la desesperanza de los solitarios, inspirada –dicen– en textos de Harold Pinter (El amante), John Patrick Shanley (Danny & Roberta) y Alexander Guelman (El banco).

Un excelente trío dramático, aunque sólo la obra del ruso Guelman y su juego de matriuskas de mentiras superpuestas ha traspasado la frontera entre aquello que es aspiracional y la realidad en el escenario. Es muy difícil ver en esos dos personajes vigilados de cerca por un rapsoda la sofisticada ficción erótica aburguesada de Pinter –suya es la exclusiva del misterio del aburrimiento de la clase media alta– o el embrutecimiento emocional y la agresividad defensiva de dos perdedores sin matices en un entorno hostil como los protagonistas de Shanley. Es posible que compartan rasgos biográficos aislados que ayudan a construir la biblia de sus respectivas historias personales, pero la atmósfera compartida tiene muy poco que ver con los referentes dramáticos esgrimidos y, en realidad, tan incompatibles como agua y aceite, como el realismo sucio de Nueva York y los pulcros amantes imaginarios de la campiña inglesa.

Mejor dejar a un lado a los maestros y centrarse en una pieza que tiene –bien apadrinada por Guelman– sus propias virtudes y tono. Hay que dirigir con mesura el triste tanteo sexual de dos antihéroes con un exceso de equipaje en recuerdos y realidades que desean ocultar. En el incesante fracaso de esta frágil pretensión está lo mejor de este montaje. Es interesante acompañarles en la sucesión de batallas perdidas y en el interrogante abierto de quién habrá ganado la guerra. Seguramente ninguno de los dos. Las tablas de los perdedores natos. Joan Gomila sabe cómo conducir esas vidas por tierra de nadie, mantener la atención sobre dos criaturas invisibles. Quizá en el terreno de la interpretación se presentan a veces ciertas indefiniciones, compensadas con otros momentos en los que Eulàlia Ballart y Salvador Miralles trasmiten a la perfección esas existencias sin horizonte de dos don nadie.

La cita

Creación propia a partir de textos de Harold Pinter, Alexander Guelman y John Patrick Shanley. Dirección: Joan Gomila. Intérpretes: Eulàlia Ballart, Salvador Miralles, Roger Pistola. Versus Teatre, 24 de junio.

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