Crítica

Un ideal de belleza sonora

La Filarmónica de Viena cautivó con su bella y cálida sonoridad en su regreso al Palau para clausurar la temporada de Palau 100

De una de las mejores orquestas del mundo se espera siempre un concierto memorable. Lo es la Filarmónica de Viena, que en su regreso al Palau para clausurar la temporada de Palau 100 cautivó con su bella y cálida sonoridad. Fue un gran concierto y podría haber sido aún más memorable con un director más versado en la tradición vienesa que el británico Daniel Harding. En su descargo, cabe alegar que no ha tenido mucho tiempo de ensayos -sustituía a Daniele Gatti, que canceló por enfermedad-. Pero con un instrumento tan formidable en las manos, se podía pedir más emoción y grandeza.

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De una de las mejores orquestas del mundo se espera siempre un concierto memorable. Lo es la Filarmónica de Viena, que en su regreso al Palau para clausurar la temporada de Palau 100 cautivó con su bella y cálida sonoridad. Fue un gran concierto y podría haber sido aún más memorable con un director más versado en la tradición vienesa que el británico Daniel Harding. En su descargo, cabe alegar que no ha tenido mucho tiempo de ensayos -sustituía a Daniele Gatti, que canceló por enfermedad-. Pero con un instrumento tan formidable en las manos, se podía pedir más emoción y grandeza.

La Filarmónica de Viena es un lujo sonoro; cuerdas suntuosas, maderas de dulce sonoridad, metales brillantes y percusión sin estridencias. La suma es una suerte de ideal de belleza sonora. Tienen, además, por su trabajo en el foso -los filarmónicos pertenecen a la plantilla de la Ópera Estatal de Viena- una flexibilidad y un sentido natural del canto que permite hacer maravillas. Y el programa, todo un retrato de la tradición vienesa, invitaba a ello: la obertura Coriolano, de Ludwig van Beethoven, el poema sinfónico Muerte y transfiguración, de Richard Strauss y la Primera sinfonía de Johannes Brahms.

ORQUESTA FILARMÓNICA DE VIENA

Orquesta Filarmónica de Viena. Daniel Harding, director. Obras de Beethoven, Strauss y Brahms. Palau. Barcelona, 27 de junio

Beethoven sonó con contundencia, llevado por Harding con nervio y tensión dramática, pero sin el acabado de precisión y equilibrio que marca la diferencia entre las orquestas de élite y el resto de centurias sinfónicas. Fue en el estremecedor virtuosismo orquestal straussiano donde se alcanzaron los momentos más impactantes de la velada, con mayor pericia rectora en el control dinámico y deleite en la riqueza tímbrica del conjunto: tardaremos en volver a escuchar una versión de Muerte y transfiguración de tal belleza.

Con la Primera sinfonia de Brahms los resultados, siendo muy buenos, evidenciaron algunas fisuras en el acabado, en una interpretación poco serena, más pendiente del brillo orquestal que de la emoción que late tras el rigor formal de la arquitectura brahmsiana. Harding, que es un intérprete excelente de los clásicos del siglo XX, mostró su impecable oficio en muchos detalles, pero en el fraseo no acababa de sentirse la grandeza y nobleza de la mejor tradición vienesa.

Reparos, pues, a la labor de Harding, pero bravos al glorioso sonido orquestal; disfrutarlo es un lujo que invita al melómano a soñar con el pronto regreso a Barcelona de la Filarmónica de Viena.

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