Opinión

Macartismo

Societat Civil Catalana utiliza un método que es viejísimo: si no puedes dar respuesta a una cuestión incómoda planteada por el adversario, lo descalificas y lo cubres de improperios, a ver si se asusta y se calla

<USEP_03opi>El pasado viernes, en un artículo aparecido en este diario (El precio de la discrepancia), el vicepresidente de Societat Civil Catalana (SCC), señor Joaquim Coll, replicaba a unas alusiones mías formuladas un par de semanas antes. Permítanme subrayar, por cierto, que él —el presunto disidente, el discrepante, el silenciado— publicó su texto, como siempre, en las páginas de difusión estatal del periódico, mientras que un servidor —no me quejo, sólo lo constato— lo hice y lo hago únicamente en la edición de Cataluña. Curiosa espiral del silencio la que sufre el señor C...

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<USEP_03opi>El pasado viernes, en un artículo aparecido en este diario (El precio de la discrepancia), el vicepresidente de Societat Civil Catalana (SCC), señor Joaquim Coll, replicaba a unas alusiones mías formuladas un par de semanas antes. Permítanme subrayar, por cierto, que él —el presunto disidente, el discrepante, el silenciado— publicó su texto, como siempre, en las páginas de difusión estatal del periódico, mientras que un servidor —no me quejo, sólo lo constato— lo hice y lo hago únicamente en la edición de Cataluña. Curiosa espiral del silencio la que sufre el señor Coll, ¿no?

Pero vayamos al fondo del asunto. El activo portavoz de SCC me reprocha que, en mi artículo del 3 de junio (Legionarios a vencer) “forzaba un vínculo entre una manifestación de nostálgicos de la Legión, salpicada con la estética ultra de algunos participantes, y una entidad inequívocamente democrática como Societat Civil Catalana”. Y, ya lanzado, me acusa de practicar “el macartismo político, la descalificación ad hominem”, la insinuación, la doblez y la insidia...

El método es viejísimo: si no puedes dar respuesta satisfactoria a una cuestión incómoda planteada por el adversario, lo descalificas y lo cubres de improperios, a ver si se asusta y se calla. Pues no, amigo Coll: ni me asusto ni me callo. Lo que yo hice fue explicar —como había hecho toda la prensa que cubrió la manifestación de los exlegionarios— que el contenido doctrinal y político del acto se lo puso, con un discurso en plena plaza de Sant Jaume, Javier Barraycoa Martínez, miembro destacado de Somatemps y socio fundador de Societat Civil Catalana.

¿Qué parte de esta estricta descripción de hechos le parece a Joaquim Coll macartista o insidiosa? ¿Acaso el señor Barraycoa no arengó a los Antiguos Caballeros Legionarios? ¿Tal vez dicho señor no pertenece a Somatemps? ¿O es que ni la persona ni el grupo aludidos tienen ya nada que ver con Societat Civil Catalana? Si fuese así, ¿desde cuándo y por qué se interrumpió la relación?

Si los directivos de Societat Civil, tan celosos siempre del buen nombre democrático de su entidad, querían cortar de raíz cualquier equívoco, cualquier sospecha que asociase a SCC con el aquelarre de extrema derecha integrista y fascistizante desarrollado en Barcelona el pasado 28 de mayo, lo tenían bien fácil. Bastaba, aquel día o al siguiente, con haber hecho pública una nota, un comunicado explicando que ellos defienden la españolidad de Cataluña, sí, pero sin uniformes militares, ni banderas franquistas, ni curas ultramontanos, ni exhibiciones de vello pectoral, ni cabras de la Legión, ni Somatemps, ni Barraycoas. Pero no lo hicieron, ellos sabrán por qué.

¿Acaso el señor Coll no habría sido el primero en exigir explicaciones a la ANC, a Òmnium, a Junts pel Sí y hasta al presidente de la Generalitat, de haberse producido una manifestación independentista con los ribetes simbólicos y discursivos de la que desfiló por la Via Laietana hace cuatro semanas? Pues qué: ¿el rasero democrático sólo se aplica al soberanismo, y en cambio el unionismo tiene bula para acoger en su patriótico seno hasta las expresiones más autoritarias e inquietantes? A mi juicio, macartismo (culpabilizar de las siete plagas de Egipto a los defensores de una determinada idea política, y extender sobre ellos una sospecha general de subversivos, violentos, totalitarios, etcétera) es lo que hacen Joaquim Coll y otros cuando atribuyen al proceso soberanista haber “quebrado la sociedad catalana y dañado la convivencia”, disparar “la tensión sociopolítica” y ni se sabe cuántos males más, en una descripción apocalíptica que no guarda relación alguna con la realidad. Lo que decía el senador Joseph McCarthy de los comunistas, reales o supuestos, equivale a lo que dicen Coll y compañía de los independentistas en bloque, sin matices ni distingos.

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Lamenta Coll i Amargós que “gran parte del separatismo no acepte la legitimidad del adversario”. Me parece, estimado colega, que es más bien el unionismo el que no admite, o no digiere, la existencia en Cataluña de un 48% de electores favorables a la secesión, con una presencia menos que alícuota entre la opinión publicada. Por eso, porque esta realidad no le parece legítima, ni siquiera concebible, trata machaconamente de presentarla como una ficción impuesta mediante la manipulación, el miedo y la amenaza, como un engaño, como un castillo de naipes a punto de desmoronarse.

Cuando busque macartistas, señor Coll, primero mírese al espejo.

Joan B. Culla i Clarà es historiador

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