El escritor que se apoya en las columnas de los bares

Humor y tortilla en la presentación madrileña del último libro de Juan Tallón

Presentación del libro 'Mientras haya bares' de Juan Tallón, en el Filete Ruso.

Como Juan Carlos Onetti, que también fue habitante de los bares, Juan Tallón (gallego de Viladerbós, 1975) cree que los libros se escriben para no tener que hablar de ellos. Su maestro uruguayo, al que Tallón dedicó El váter de Onetti, decía que era preferible mandar un telegrama que contar un argumento. Y Tallón le ha seguido la corriente hasta el punto que anoche, junto a la barra del Filete Ruso (San Bernardino,15), un bar en el que se comía tortilla, se las vieron y se las desearon María Jesús Espinosa y Marta Fernández para conseguir que les respondiera el gallego a sus muy atina...

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Como Juan Carlos Onetti, que también fue habitante de los bares, Juan Tallón (gallego de Viladerbós, 1975) cree que los libros se escriben para no tener que hablar de ellos. Su maestro uruguayo, al que Tallón dedicó El váter de Onetti, decía que era preferible mandar un telegrama que contar un argumento. Y Tallón le ha seguido la corriente hasta el punto que anoche, junto a la barra del Filete Ruso (San Bernardino,15), un bar en el que se comía tortilla, se las vieron y se las desearon María Jesús Espinosa y Marta Fernández para conseguir que les respondiera el gallego a sus muy atinadas preguntas.

Como un habitante de las barras de los bares, y como los camareros (él fue camarero), le preguntaban una cosa y él respondía otra. Pero en los momentos en que las preguntas y las respuestas se abrazaron (como los borrachos de madrugada), Tallón demostró por qué es tan divertido Mientras haya bares (Círculo de Tiza), el libro que recopila muchas de sus columnas, que se leen de corrido como si fuera una sola digresión narrativa en la que este surrealista valleinclanesco mezcla churras con merinas y amanecidas olvidadas con atardeceres nublados, como cuando se cruzó con Baltar (el presidente de la Diputación orensana) en un Starbucks de Nueva York (“y abracé hasta los bolsillos de su corrupción; luego no nos vimos nunca, pero en algún lugar de su web está ese abrazo”) o con Paul Auster, al que no quiso decirle nada (“si acaso, hola, Paul, pude haberle dicho, pero qué le iba a decir”) porque el norteamericano iba a sus cosas en una cafetería de Santiago…

Por lo mucho que lee, le dijo Marta Fernández, más que una rata de bar es un ratón de biblioteca. Pues sí, dijo él, “subrayo los libros, esa es la trampa”. Él lee hasta cuando escribe. “El libro ha de ser una víctima de tu lectura, has de dejar constancia de que el libro pasa por ti. ¡El libro hay que apisonarlo!” A María Jesús Fernández le dijo, hablando de fútbol, este tema de los bares, que desde que el Atlético de Madrid, su equipo, fue derrotado (“¡¿Qué derrota?!”, preguntó desde el público otro colchonero) no ha vuelto a los bares. “Pero esa derrota es como todas”, dijo, “te caes y te levantas”.

Fue barman, fue abofeteado hasta la lona por un borracho que se llamaba Tractor, fue cronista de sucesos y ahora habla en A vivir que son dos días y escribe en EL PAÍS. Anoche dio muestras también de poderse ganar la vida como monologuista en los bares que han dado sustancia y alcohol a sus libros. Él dijo que “la barra es una almohada muy cómoda”. Quien lo probó, le dijeron, lo sabe.

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