La vida tras Duncan Dhu

Un Mikel Erentxun en mejor forma que nunca protagoniza Los Matinales de EL PAÍS

Mikel Erentxun, a la guitarra, y Carlos Aranzegui, a la batería, durante su concierto en el Nuevo Teatro Alcalá.KIKE PARA

Susana está en primera fila. Agita las manos y los pies, canta, se lo pasa pipa. Su ídolo, a unos pocos metros, actúa para ella. Es una fan. Tiene seis años y está sentada en el regazo de su madre, otra seguidora de Mikel Erentxun, aunque con algo más de recorrido. “Me gustaba Duncan Dhu desde su primer disco, Por tierras escocesas, y sobre todo ese temazo, Casablanca. Era un grupo independiente, antes de que empezaran a pincharlos en ...

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Susana está en primera fila. Agita las manos y los pies, canta, se lo pasa pipa. Su ídolo, a unos pocos metros, actúa para ella. Es una fan. Tiene seis años y está sentada en el regazo de su madre, otra seguidora de Mikel Erentxun, aunque con algo más de recorrido. “Me gustaba Duncan Dhu desde su primer disco, Por tierras escocesas, y sobre todo ese temazo, Casablanca. Era un grupo independiente, antes de que empezaran a pincharlos en Los 40”, dice. Las dos están frescas y despiertas. El concierto fue ayer al mediodía en el Nuevo Teatro Alcalá y formaba parte de los matinales organizados por EL PAÍS en colaboración con Planet Events y Les Nits de l’Art.

Mikel Erentxun es de San Sebastián, y es San Sebastián en estado puro. Sus canciones son lluviosas, bonitas, melancólicas, hablan de algo que ocurre en una habitación decadente con las gotas golpeteando en la ventana. “Estoy deseando volver y estar cerca del mar”, dice después del concierto, en un camerino que parece una recreación de esa habitación que describía en Una calle de París: no hay un cuadro ni un colchón, pero sí un espejo, una tarima y una botella de vino a medio beber.

Erentxun está en forma. Posiblemente sea hoy, a sus 51 años, el mejor músico que ha sido nunca en su trayectoria. Una de sus frases más recurrentes en las entrevistas es: “No soy un buen guitarrista”. No es verdad. Ayer tocó, y mucho. Entre los trastes asomaba Bob Dylan cada dos por tres, y de vez en cuando Neil Young hacía un guiño. Rasgueaba con clase, pero también se marcó unos cuantos solos y se permitió virguerías como frotar el mástil contra el pie del micrófono. Mikel Erentxun, después de 30 años en esto de la música, es por fin un gran guitarrista.

Deleitó a placer los oídos del público variopinto que abarrotaba el Nuevo Teatro Alcalá, desde el patio de butacas hasta los palcos. Padres con hijos rayando los 40, sobre todo. Y algún grupo de adolescentes. También un punk que se acercó después para que le firmara un vinilo. “Me gustan Ramones y The Cramps, pero este tío es muy digno y siempre lo he respetado”, contaba a la salida del concierto.

Erentxun reconoce: “Me siento mejor que nunca ahora musicalmente. Toco a gusto y desprejuiciado, y creo que nunca he cantado mejor que ahora”. Da en el clavo. Ayer quedó claro que le ha pillado el punto a sus cuerdas vocales. Modula, matiza, naturaliza. Es un gran cantante.

Actúa arropado por Fernando Macaya, al bajo, y Carlos Aranzegui en la batería. Ambos magistrales en sus papeles. Erentxun se desfogaba a la guitarra y al micrófono. “Me encanta porque me recuerda a los inicios de Duncan Dhu, cuando éramos tres”. Posiblemente es la primera vez que alude a sus inicios y menciona a aquel batería, Juan Ramón Viles, que él y Diego Vasallo echaron del grupo sin dar muchas explicaciones. Pero él se deslinda de épocas pasadas. Y de Duncan Dhu: “Toco canciones mías, ni siquiera los éxitos más obvios, y el público responde y las canta. Nadie espera ya que interprete Cien gaviotas”. Durante el concierto de ayer, muchas le gritaron a este adonis infinidad de piropos. Pero el más aplaudido fue “Mikelazo”.

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