ELECTRÓNICA: Najwajean

Hipnosis al ralentí

Las sacudidas del singular dúo mezclan intensidad y desorden en una Sala But abarrotada por un público muy urbano

Najwa, del dúo Najwajean, durante el concierto en la sala But.

Puede que sean la pareja más estrafalaria de nuestra escena electropop, pero una extraña química surge cuando el productor de los sonidos profundos y la mujer de voz y aspavientos oscilantes confluyen en el mismo escenario. Nada de lo que sucede invita al asombro, pero sí, a ratos, al hechizo. Las notas graves de Carlos Jean impactan directamente contra las barrigas mientras Najwa Nimri susurra, se retuerce, avienta insectos imaginarios o eleva su voz contra enemigos por determinar. La de ...

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Puede que sean la pareja más estrafalaria de nuestra escena electropop, pero una extraña química surge cuando el productor de los sonidos profundos y la mujer de voz y aspavientos oscilantes confluyen en el mismo escenario. Nada de lo que sucede invita al asombro, pero sí, a ratos, al hechizo. Las notas graves de Carlos Jean impactan directamente contra las barrigas mientras Najwa Nimri susurra, se retuerce, avienta insectos imaginarios o eleva su voz contra enemigos por determinar. La de Najwajean es una hipnosis al ralentí, un colocón a cámara lenta que seduce sin necesidad de inventar gran cosa, si nos atenemos al lleno de angustiosas proporciones con el que la Sala But saludó este jueves las canciones de Bonzo, el nuevo disco.

Najwa es caótica, imprecisa e impredecible, pero quizá por todo ello sugestiva. Emplea un inglés de cursillo por correspondencia, sufre algún apuro con la afinación y enarbola un discurso zombi, murmurado, inconcluso. Pero sus modos de hechicera acaban confluyendo con los zumbidos penetrantes de Jean, un autor que sueña con la espesura de los últimos Depeche Mode (Cold Outside) o invoca el karma tribal en Like Those Roses. Nada revuelve las entrañas como las implacables bases rítmicas de Bonzo, intensificadas con generosos haces esmeraldas de luz estroboscópicas. Ni siquiera el caótico deambular entre el público de Nimri en Waiting o ese difuso “Somos muchos, aunque crean que somos pocos” al final de Nothing to Lose.

La jugada se antoja irregular y hasta abrupta: no hay compadreo, catarsis, un bis de cortesía. Una amena fauna urbana, sin embargo, bendice el invento con amplio muestrario de viseras, barbas de longitud generosa o desaforada, intrigantes muchachas de pelo a tazón, amplia diversidad sexual, propensión a bailar con las manos en los bolsillos. Es una seducción extraña, misteriosa. Pero, tras siete años de silencio discográfico, el tándem conserva su predicamento en la gran ciudad.

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