Rock bonito y sin estribillos

Melange son inclasificables porque pasan de clasificarse. De la música medieval a la psicodelia, todo cabe en sus canciones. Se estrenan hoy en La Sala Sol con todo vendido.

Imagen promocional del grupo Melange.

Cuando una banda va a dar su primer concierto en la capital, solo hay dos cosas que le pueden chafar su debut: que se ponga enfermo el cantante, o que justo esa noche se juegue el clásico Madrid-Barça. A Melange les has pasado lo segundo, pero no parece que les afecte demasiado. La Sala Sol hace tiempo que vendió todas las entradas. “Mejor que no pueda ver el partido”, dice Dani, el bajista, “así no me pongo nervioso”.

No está nada mal para un grupo que ha autoeditado su primer disco homónimo y no tiene detrás una di...

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Cuando una banda va a dar su primer concierto en la capital, solo hay dos cosas que le pueden chafar su debut: que se ponga enfermo el cantante, o que justo esa noche se juegue el clásico Madrid-Barça. A Melange les has pasado lo segundo, pero no parece que les afecte demasiado. La Sala Sol hace tiempo que vendió todas las entradas. “Mejor que no pueda ver el partido”, dice Dani, el bajista, “así no me pongo nervioso”.

No está nada mal para un grupo que ha autoeditado su primer disco homónimo y no tiene detrás una discográfica que le haga promoción. Melange son cinco, en la treintena, llevan tocando más de una década en otras formaciones(Lüger, Novak, Bucles, Reserva Espiritual de Occidente, y muchas más de la escena capitalina) y decidieron juntarse hace un año para dar salida a “unos temillas compuestos en casa con una guitarra acústica, guardados en un cajón”, como dice su artífice, Miguel.

Se fueron a grabarlas a un estudio de La Alpujarra y las redondearon en Madrid. El resultado es un cúmulo de psicodelia setentera, folclore y pop añejo que funciona como un reloj suizo. El boca oreja les ha hecho colgar el cartel de Entradas Agotadas en una de las salas más emblemáticas de Madrid, y algunas revistas especializadas ya los sitúan en lo más alto de sus propuestas. “¿Cómo nos definimos? No sé. Pon que hacemos rock and roll bonito. Eso es lo más acertado”, dicen.

La cita es un día antes de su estreno, en una coctelería de Malasaña donde trabaja Mario, el teclista. Nos traen unos melanges. “Somos la primera banda de la historia que tiene un cóctel con su nombre”, bromean. Y a continuación se ponen un poco más serios: “No pensábamos que íbamos a llenar la Sala Sol. De hecho, al principio, nos dio un poco de vértigo. No hay nada más triste que tocar para cuatro gatos”.

La pregunta es inevitable: ¿Por qué ahora tanta gente habla de ellos, si son una banda casi por casualidad, sin pretensiones y sin publicidad? “Hombre, algo lo hemos movido por las redes sociales”, reconocen. “Pero hemos hecho un buen disco. No olvidemos que eso es lo principal para gustar”, concluyen.

Su debut es el antimanual de cualquier experto en marketing: 15 canciones de duraciones dispares (de dos minutos y medio a más de ocho) con estructuras tan impredecibles como muchos de los instrumentos que meten, desde un sitar hasta un dulcémele (varias cuerdas percutidas) o un armonio (parecido a un acordeón, de origen hindú). No faltan vientos, como el clarinete. “Escuchamos punk y electrónica, pero también música del Renacimiento, jazz antiguo, folk inglés… De todo, y eso se ve en el disco”, dicen, y apuntillan: “Ojo, no nos gusta nada la fusión, el mestizaje, por ejemplo lo que se ha hecho con el flamenco. Nuestra influencias las permeamos, las adaptamos de forma natural y sacamos nuestro sonido”. Adrián, el batería, añade: “Yo me di cuenta de una cosa, después de grabarlo. Un día, escuchándolo en casa, pensé: ‘Coño, no hay ni un estribillo’. Pero las canciones no se quedan cojas, funcionan, no son necesariamente para entendidos. A cualquiera le pueden gustar”.

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No es habitual que una banda tan poco ortodoxa, al menos con el oído masivo, tengan esta repercusión en una ciudad tan complicada como Madrid para dedicarse a esto de la música. “La política de conciertos en esta ciudad es terrible. En Barcelona, el Ayuntamiento está financiando la insonorización de algunas salas; aquí o las cierran o les ponen licencias imposibles para sacar tajada”, reclaman, y sacan su lado contestatario. Aunque sus letras no van por ahí.

“Para reivindicar cosas con la música no hace falta contarlas tal cual, como un cantautor de la canción protesta. Nosotros contamos cosas a través de las sensaciones. Que a alguien se le remueva algo en el cerebro escuchándonos a un nivel puramente musical ya es un paso”, dicen, y añaden: “Y no nos cortamos en decir lo que pensamos en entrevistas como esta”. Sergio, guitarrista, no deja lugar a dudas: “Aprovecho para decir que estamos en contra del TTIP (Tratado de Libre Comercio entre la UE y Estados Unidos). He vivido los últimos cuatro años en Austria y allí todo el mundo está preocupado con este tema. En España, la gente pasa. Aquí falta debate, y lo que se nos viene encima es algo terrible”.

Seguro que alguno de los acordes rabiosos que se escucharán hoy en la Sala Sol están inspirados por cosas como esta.

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