CANCIÓN | Basia Bulat y María Rodés

Una vigencia asombrosa

El homenaje a Cecilia fue irregular y apresurado, pero solo por el dúo en 'Nada de nada' ya habría merecido la pena

La cantante Cecilia.

Hace tiempo que a Evangelina Sobredo no se la concibe solo como una cantautora melódica que sufrió un trágico final prematuro, sino que su breve legado trasciende las generaciones y se agranda por la originalidad y valentía insólitas que encerraba. El que una canadiense de origen polaco y una catalana se embarcaran en el homenaje que se estrenó el miércoles en el Teatro Lara constituye ya una singularidad absoluta, más si reparamos en que a ...

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Hace tiempo que a Evangelina Sobredo no se la concibe solo como una cantautora melódica que sufrió un trágico final prematuro, sino que su breve legado trasciende las generaciones y se agranda por la originalidad y valentía insólitas que encerraba. El que una canadiense de origen polaco y una catalana se embarcaran en el homenaje que se estrenó el miércoles en el Teatro Lara constituye ya una singularidad absoluta, más si reparamos en que a Basia Bulat y María Rodés les faltaban ocho y diez años para venir al mundo el día que Cecilia perdió la vida. El tributo (entre los espectadores, los cuatro hermanos vivos de la cantante) lo resuelven de manera algo precipitada e inconexa, porque tras el encargo no se advertía un proyecto común ni una línea argumental. Pero estremecía comprobar, una vez más, cómo las canciones de una muchacha nacida en los años cuarenta siguen atesorando hoy tanto dolor e inconformismo, tanta capacidad de emocionar con su osadía incómoda.

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Bulat tuvo que sortear el engorro de la barrera idiomática y, aunque chapurrea castellano con gracia, acabó entregando siete canciones propias y solo cinco de la homenajeada. Dueña de una garganta prístina y casi pastoril, que puede utilizar hasta prescindiendo del micrófono (It Can’t Be You), recuerda a una Tracy Chapman sin tanto abatimiento o una versión mejoradísima de Beverley Craven. Lo mejor pudo ser su lectura, con el charango entre los dedos, de la tristísima Llora, aunque le faltaron unas cuantas tardes de ensayos. No así con Tu Retrato, que solventó frente a un viejo teclado Rhodes.

La aportación de María Rodés resultó más enriquecedora, aunque su exquisito estilo cálido y naïf, que parece comedido para la copla, a veces se antojaba teatralizado con un cancionero tan visceral y directo como el de Cecilia. Es cuestión de matiz, porque Rodés, que apenas conocía el repertorio original antes de recibir el encargo, sí se esforzó por reinventarlo y hacerlo propio, introduciendo incluso variaciones armónicas en la archiconocida Un Ramito de Violetas.

La barcelonesa tiró de las piezas más valientes (el antibelicismo de Soldadito de Plomo, la congoja suicida en Si No Fuera Porque), pero su gran hallazgo llegó por el lado de la bossa: entremezcló Gata Luna con Água de Beber (Jobim) y brasileñizó la maravillosa Nada de Nada con Bulat en la segunda voz; un momento de magia, pasada la medianoche, por el que ya solo habría merecido la pena el concierto. “Es tan triste convertirse en recuerdo”, escribió Cecilia. Pero prodigioso ser recordada así, con una vigencia tan asombrosa.

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