CRÍTICA

El famoso cantante que casi nadie conoce

Dave Matthews, un fenómeno en Estados Unidos, oposita a la fama española ante 3.400 espectadores

Dave Matthews, en su concierto de anoche en Madrid. CLAUDIO ÁLVAREZ

“Hace más de 20 años que no veníamos por aquí. No sé por qué, igual nos perdimos en la carretera...”. El sudafricano Dave Matthews tiene costumbre de enfrentarse a estadios abarrotados por cualquier rincón de Estados Unidos, pero anoche no dudó en remangarse la camisa para predicar ante 3.400 seguidores en una ciudad donde, como en toda Europa, casi nadie sabría mencionar dos o tres de sus canciones. Lleva 24 años en activo y acredita al otro lado del Atlántico cotas de popularidad similares a las de Metallica o U2, así que no debe de ser un hombre fácil de amilanar.

Otra cosa es que su...

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“Hace más de 20 años que no veníamos por aquí. No sé por qué, igual nos perdimos en la carretera...”. El sudafricano Dave Matthews tiene costumbre de enfrentarse a estadios abarrotados por cualquier rincón de Estados Unidos, pero anoche no dudó en remangarse la camisa para predicar ante 3.400 seguidores en una ciudad donde, como en toda Europa, casi nadie sabría mencionar dos o tres de sus canciones. Lleva 24 años en activo y acredita al otro lado del Atlántico cotas de popularidad similares a las de Metallica o U2, así que no debe de ser un hombre fácil de amilanar.

Otra cosa es que su paso por el Barclaycard Center vaya a servirle para ampliar su nómina de amigos, sobre todo porque el palacio le recibió con unas reverberaciones extrañas y desquiciantes, suficientes para emborronar un muy buen concierto.

La banda de Virginia es, en síntesis, un cuarteto de rock americano tradicional enriquecido con una pequeña sección de metales (saxo y trompeta) y un estrafalario violinista negro con gorrito de lana y largas rastas. Si el punto de partida ya es de por sí muy vigoroso, las posibilidades se multiplican durante toda la noche: el bajo funk, las disgresiones de una jam session casi jazzística, las pinceladas de soul, el puntito medio jamaicano de When the world ends, el buenrollismo multicultural. Matthews genera y transmite tanto positivismo que hasta su pieza inaugural, solo y en falsete ante el piano de pared, le convierte en un Chris Martin moreno.

En la entrada, muchachos yanquis con pocos meses de inmersión matritense preguntaban (sin éxito) a los guardias de seguridad si sabían hablar inglés. Ya en la pista, el porcentaje de cabelleras rubias o barbas rojizas sugería una generosa presencia foránea. Es raro, pero a veces sucede: un fenómeno multitudinario en EE UU queda aquí relegado a la condición de culto. Quizá esos desarrollos casi siempre próximos a los seis minutos ahuyenten a una parte de la audiencia, pero Matthews no desfallece: la versión de A whiter shade of pale o alguna presentación en castellano fueron declaraciones de complicidad en toda regla.

Por eso nos quedamos con ganas de más. Pero sin rebotes de sonido, por favor.

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