Opinión

Prodigios contemporáneos

El proceso independentista ha tenido el mérito de haber suscitado mutaciones, cambios de rol o de discurso inimaginables

Vale, de acuerdo: el proceso independentista ha hecho trizas el sistema de partidos vigente en Cataluña desde cuatro décadas atrás; hace imposibles las comidas navideñas e incluso las verbenas de Sant Joan de la ministerial familia Fernández Díaz; y, entre muchos otros efectos deletéreos, hasta favorece la propagación de incendios forestales como el reciente del Anoia y el Bages, porque la Generalitat se lo ha gastado todo en propaganda y urnas de cartón.

Pero, si queremos ser mínimamente ponderados, habría que examinar también el otro platillo de la balanza y reconocerle —al proceso— e...

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Vale, de acuerdo: el proceso independentista ha hecho trizas el sistema de partidos vigente en Cataluña desde cuatro décadas atrás; hace imposibles las comidas navideñas e incluso las verbenas de Sant Joan de la ministerial familia Fernández Díaz; y, entre muchos otros efectos deletéreos, hasta favorece la propagación de incendios forestales como el reciente del Anoia y el Bages, porque la Generalitat se lo ha gastado todo en propaganda y urnas de cartón.

Pero, si queremos ser mínimamente ponderados, habría que examinar también el otro platillo de la balanza y reconocerle —al proceso— el mérito de haber suscitado mutaciones prodigiosas, cambios de rol o de discurso inimagnables la víspera, metamorfosis dignas de la mitología clásica. Por ejemplo, los que protagoniza la Unió Democràtica renacida tras su divorcio de CDC.

Igual que los born-again christians norteamericanos, los socialcristianos de Duran Lleida se caracterizan por repudiar enfáticamente hoy aquello de lo que se alimentaron hasta ayer. Así como el bebedor George Bush hijo, una vez redimido, abominaba del alcohol, los Espadaler y compañía cargan ahora contra la Convergència a cuyas ubres engordaron durante 37 años. No sólo eso: desde el instante en que UDC se situó sin ambages frente a la independencia, incluso la prensa más crítica ha transmutado a los lobbystas del Palace en hombres de Estado, modelos de moderación, seny y catalanismo constructivo e integrador. ¿El caso Pallerols, la financiación irregular de Unió, el asunto de la fundación FECEA? Eso ahora son peccata minuta... No me digan que no es una transformación interesante.

Otro cambio significativo y aleccionador es el que ha experimentado la imagen de Oriol Junqueras en los medios unionistas. Desde el pacto de legislatura CiU-ERC de diciembre de 2012, aquellos medios habían descrito mil veces al líder republicano como el ogro-titiritero que movía los hilos de la marioneta Mas, como el líder de facto de un proceso al que el convergente apenas si aportaba el traje y la corbata. Y ahora, de súbito, la formación de la lista Junts pel sí ha trastocado los roles: ahora Junqueras es el perrillo faldero de un maquiavélico Mas que le ha birlado la cartera. ¡Qué extraordinario contorsionismo argumental!

Los Espadaler y compañía cargan ahora contra la Convergència a cuyas ubres engordaron durante 37 años

Los efectos prodigiosos de la situación política en Cataluña alcanzan incluso a la reescritura de la historia. Hace un par de semanas, en estas mismas páginas, un veterano articulista escribía que “en la pasada década el lehendakari Ibarretxe y en la actual el presidente Artur Mas han logrado que los nacionalismos vasco y catalán resulten antipáticos en España”. Dejemos de lado a los vascos: ¿cuándo desde 1980 —o desde 1890, lo mismo da— el nacionalismo catalán ha sido simpático en España?

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La recopilación de todos los artículos que, en el conjunto de la prensa española, han descalificado al nacionalismo catalán, sus políticas, sus demandas y a sus líderes a partir de la primera victoria electoral de CiU tendría más volúmenes que la Enciclopedia Espasa, con una extensa sección consagrada a la catalanofobia explícita.

Sabemos hace tiempo que el famoso premio Español del Año concedido por Abc a Jordi Pujol en 1984 fue el fruto de una transacción comercial, no de un espontáneo enamoramiento. Eran mucho más genuinos y sinceros aquel delegado del Gobierno en Andalucía apellidado Azorín cuando anunció “vamos a meter a Pujol en la cárcel”, o el propio diario de los Luca de Tena al comparar años después a Pujol con Franco por su supuesta persecución del castellano en Cataluña. Y ni siquiera cabe atribuir tal hostilidad a factores ideológicos: en proporción a sus mandatos mucho más breves, tanto Pasqual Maragall como José Montilla fueron objeto también de toda clase de dicterios y ataques por su osadía de querer ensanchar el autogobierno catalán.

Pero ahora resulta que no. Que, hasta la llegada de Mas a la presidencia o hasta la eclosión independentista, el nacionalismo catalán gozaba en España de las mayores simpatías (como pudo comprobarse con el nuevo Estatuto...). Y, en la misma línea interpretativa, se insiste en que el problema es “el desafío de Mas”, el hecho de que “la actitud de ese señor es irreconducible”, por citar al cántabro Revilla.

Sí, el proceso está obrando milagros; pero la realidad es tozuda, y no pasa por la obstinación de un individuo, sino por la de un amplio bloque social. Lean con calma el sondeo de Metroscopia en EL PAÍS del lunes pasado.

Joan B. Culla i Clarà es historiador

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