Euforia vikinga

El festival de nuevas tendencias en Noruega trae cuatro bandas que apelan al buen rollo

Dos integrantes de Kakkmaddafakka, en el festival de Buenas Noches, Madrid.esteban espinosa

Va a ser verdad que la noruega es una sociedad más avanzada en casi todo. Producía cierta envidia escuchar este miércoles, aun en plena solanera (19.30 horas), a unos pipiolos tan radiantes como Away: tres guitarristas, un bajista y un batería que no habrán cumplido ni los 20 y ya atesoran criterio, talento, lenguaje propio y aprendizajes distinguidos. El pop chisporroteante de estos chavales es tan instantáneo como un granizado, entre Two Door Cinema Club y los últimos Noah & The Whale. Y con un falsete ocasional muy parejo al de su paisano Sondre Lerche, uno de los mejores escritores de ...

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Va a ser verdad que la noruega es una sociedad más avanzada en casi todo. Producía cierta envidia escuchar este miércoles, aun en plena solanera (19.30 horas), a unos pipiolos tan radiantes como Away: tres guitarristas, un bajista y un batería que no habrán cumplido ni los 20 y ya atesoran criterio, talento, lenguaje propio y aprendizajes distinguidos. El pop chisporroteante de estos chavales es tan instantáneo como un granizado, entre Two Door Cinema Club y los últimos Noah & The Whale. Y con un falsete ocasional muy parejo al de su paisano Sondre Lerche, uno de los mejores escritores de canciones que ha dado el (ya no tan) nuevo siglo. William sirvió como ejemplo perfecto de lo que son capaces de hacer estas criaturitas, que ya es bastante.

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Away fue solo el primero de los cuatro eslabones de Buenas Noches, Madrid, nombre sosísimo para un festival de nueva música noruega que acabó reuniendo a 1.100 personas en el MadGarden del Botánico de la Complutense. Luego llegaría el sexteto Disaster in the Universe, que comparte algunos elementos estilísticos (Now we’re gonna learn to swim funcionaría como banda sonora para un anuncio cervecero estival) y se distingue por las pinturas chillonas de los músicos en brazos y manos. Añadan a ese rollito tribal, muy Crystal Fighters, el detalle de las dos barritas humeantes de incienso que el cantante engancha en su melena rubia, y que vivan el buen rollo, las energías positivas, esas cosas. No sabemos qué connotaciones atribuir al lanzamiento final de plátanos a la audiencia, pero… que viva también el potasio.

Lo mejor llegó con el delicioso gafotas Erlend Øye, la mitad de los extraordinarios Kings of Convenience. Sin Eirik Glambek Bøe ya no parece un Simon & Garfunkel nórdico, sino que suena a Prefab Sprout con teclados rhodes y clarinete o flauta. Brincar no constituye una obsesión para él, aunque también lo propicia en ocasiones: Erlend baila fatal, pero se lo pasa y hace pasarlo en grande. Lo importante es que lleva la melodía en las venas (Bad guy now) y que su insaciabilidad estilística le permite hasta marcarse un par de baladas en ¡italiano!

La fiesta final era indiscutiblemente patrimonio de los hiperactivos Kakkmaddafakka, sobrevalorada banda de Bergen que empezó dedicando su concierto “a las putitas sexys” y, en esa misma línea, confunde el buen rollo con el trogloditismo, la frescura con el chis pom, la agitación con la dialéctica eurovisiva y ABBA con una pachanga de mercadillo dominical. Su vocación lúdica es incuestionable, pero todo tiene ese tufillo facilón que ya arruinó proyectos como el de los daneses Billy The Vision: son como esos chicos enrolladísimos que, a partir del duodécimo chiste, empezamos a rehuir en las fiestas. Bailando, sin ir más lejos, parece un éxito seguro en una fiesta poligonera con Fonsi Nieto en la cabina del pinchadiscos. Fue un cierre jaranero, pero ramplón, para una tarde-noche la mar de amena.

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