Pasión profana en el huerto catalán

El TNC se apunta un éxito con ‘L'hort de les oliveres’, de Narcís Comadira, que invita a reflexionar sobre la regeneración de la sociedad y del país

Una escena de 'L'hort de les oliveres', en el TNC. David Ruano

Éxito. Xavier Albertí digiere la palabra visiblemente satisfecho mientras la luz filtrada por las inmensas cristaleras inunda el bar en el vestíbulo del Teatre Nacional de Catalunya (TNC). Doble éxito en realidad, como director del TNC y del propio espectáculo, el que le procura a Albertí L'hort de les oliveres,de Narcís Comadira, obra arriesgada, valiente, con ecos del embrollo catalán actual, estrenada el pasado miércoles en la Sala Gran y que finalizó su primera función con el público puesto en pie, aunque también con algún descontento político.

"La pieza era un encargo al a...

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Éxito. Xavier Albertí digiere la palabra visiblemente satisfecho mientras la luz filtrada por las inmensas cristaleras inunda el bar en el vestíbulo del Teatre Nacional de Catalunya (TNC). Doble éxito en realidad, como director del TNC y del propio espectáculo, el que le procura a Albertí L'hort de les oliveres,de Narcís Comadira, obra arriesgada, valiente, con ecos del embrollo catalán actual, estrenada el pasado miércoles en la Sala Gran y que finalizó su primera función con el público puesto en pie, aunque también con algún descontento político.

"La pieza era un encargo al autor, escribió lo que quiso, y fue quien puso la condición de que el director fuera yo, porque le he dirigido ya cuatro cosas y conoce y le gusta mi teatralidad". Albertí siempre es mejor en la corta distancia, como aquí, en el bar, donde el peso de las palabras —su discurso suele ser de una alambicada intelectualidad— se compensa con una cordialidad cercana y entrañable.

"Desde el principio nos dimos cuenta de que la obra acabaría teniendo una gran densidad al llevarla a escena, y así ha sido". El director conoce bien al autor. "Los temas de Narcís son muy recurrentes, se ve en su poesía; repensar el país, la herencia, la familia, la defensa de las raíces culturales, el peso del cristianismo y su simbología en nuestra tradición, y la gastronomía, claro". El poeta le entregó a Albertí para su escenificación “una partitura con muchas intertextualidades”. L'hort de les oliveres, subtitulado “una òpera de Catalunya”, es una pieza “con tres núcleos literarios fundacionales que cohabitan: los Evangelios y sobre todo la parte de la Pasión, El jardín de los cerezos, de Chéjov, como el título indica, y Hamlet”.

La Pasión no es algo tan desligado de nuestra realidad como pudiera pensarse, indica Albertí. “La desaparición del Pasok y la irrupción de la izquierda radical y Syriza estuvieron precedidas por la inmolación de un jubilado desesperado en la plaza Sintagma, frente al Parlamento griego, y la revolución árabe lo fue por la de un joven vendedor de fruta en Túnez. No estamos lejos de la tradición del enviado para ser sacrificado y de la cristología. Añadamos que El jardín de los cerezos augura un final de los tiempos, el de la revolución rusa, y Hamlet se identifica con un proceso colectivo de protoparlamentarismo en el que el ser o no ser alude a la reflexión previa antes de ejecutar la venganza, un avance sobre la primitiva ley del talión”.

Comadira ha desembocado todo eso —que Déu n'hi do—,</CF> en una comedia, vodevilesca a ratos, trágica en otros, en la que la familia Bofill, la clásica burguesa catalana, se reúne para celebrar la Semana Santa en su gran casa solariega del Jardín de los Olivos, tras la muerte del patriarca y con el horizonte de la venta de la finca, la casa, el bosque, los olivares, para crear una urbanización destinada al turismo ruso. Hay un clima de Pasión profana en esa última cena de la familia en la que discutirán los partidarios de vender y el de no hacerlo, el hereu, el soñador, para el que el huerto y la casa son una patria y “una patria no se vende, al menos yo”. En el reparto figuran entre otros Mercè Aranega, Carles Canut, Rubèn de Eguía y Mont Plans.

“La obra está llena de juego. En ella aparece un heterónimo de Comadira, interpretado por Oriol Genis, que es a la vez personaje y autor de la propia obra, y otro, el hereu, que es un forofo de Harold Bloom y ha ido a estudiar Shakespeare a EE UU. La metáfora es la misma que la de El jardín de los cerezos, no se trata por supuesto solo de un huerto, sino de una dimensión de la sociedad”.

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"Es una obra con mucho sentido en un momento en que Europa —en la que la riqueza está siendo cada vez más acaparada por unos pocos y el Mediterráneo se ha llenado de cadáveres— ha de reformularse, refundarse, de arriba abajo. Comadira utiliza las referencias a Pascua y la figura del chivo expiatorio, un suicidio en la trama, para orquestar una Pasión profana”. Albertí no está de acuerdo en que la obra sea ni mucho menos pesimista ni crepuscular: a través de la víctima propiciatoria apunta a un renacimiento, a una actitud activa. Lo que hace es advertir que o nos reformamos como sociedad o todo se va a paseo”. Hay una necesidad urgente de regeneración moral por encima de cualquier otra consideración política, advierte Albertí. “Estamos llamados a reinventarnos, el país que conocíamos no existe ya. Eso es lo que dice Narcís Comadira con su mirada de poeta”. El director advierte que hay en la obra aspectos ideológicos que él no comparte personalmente, pero que su puesta en escena incluye pues quiere ser honesta con las intenciones del autor.

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