ELECTRÓNICA James Holden

Lisergia mental transitoria

El mago británico apela a las emociones a través del trance, pero su resultona receta tiene una eficacia limitada

El corazón alberga razones que la razón desconoce. Solo desde esta vieja dualidad podemos asimilar el fenómeno de James Holden, ese oficioso chamán de los nuevos sonidos que el viernes casi reventó el aforo de la Joy Eslava. El británico urdió una invitación al trance y la hipnosis de 62 piadosos minutos (sin bises) durante los que fue vertiendo esquemas casi minimalistas, ritmos implacables y tenues distorsiones. Si la melodía constituye un regalo que entregan las manos divinas, según la concepción clásica wagneriana, el de Exeter es un hombre eminentemente mundano. Pero su habilidad para los...

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El corazón alberga razones que la razón desconoce. Solo desde esta vieja dualidad podemos asimilar el fenómeno de James Holden, ese oficioso chamán de los nuevos sonidos que el viernes casi reventó el aforo de la Joy Eslava. El británico urdió una invitación al trance y la hipnosis de 62 piadosos minutos (sin bises) durante los que fue vertiendo esquemas casi minimalistas, ritmos implacables y tenues distorsiones. Si la melodía constituye un regalo que entregan las manos divinas, según la concepción clásica wagneriana, el de Exeter es un hombre eminentemente mundano. Pero su habilidad para los cambios de intensidad, esa vocación cuasi arquitectónica de generar capas, propiciar catarsis y desencajar a renglón seguido las piezas, le sirve como aval, suponemos, frente a cualquier otra limitación.

La excelente acogida de The inheritors, su segundo disco en solitario, le sirvió como hilo conductor para una sesión en la que finalmente no hubo rastro del en su momento anunciado saxofonista Etiene Jaumet, ni siquiera en formato virtual o de holograma. Así pues, Holden se encorvó a la derecha frente a los controles y pudo descoyuntarse el cuello de tanto sacudirlo con sus innegociables ritmos binarios. La presencia a la izquierda de un batería que, con la fuerza dirigida de sus músculos, golpeaba sobre unos platos metálicos y unas membranas previamente tensadas supuso, eso sí, una emotiva concesión orgánica.

El frenético parpadeo en la pantalla gigante de manchas granuladas en blanco y negro con esos bonitos dibujos de The inheritors, como geometrías tribales, redondea ese ambiente transitorio de lisergia mental. Porque estos tratamientos de choque tienen una efectividad cierta, pero limitada. El ser humano es, en su condición de oyente, un recipiente cromático abierto a los estímulos plurales. A la manera de un cubo de Rubik. Pero la receta de Holden nos resultó más bien monocorde.

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