SOUL| Eli “Paperboy” Reed

Un furor desconocido

La vuelta a las esencias del chico de Boston nos devuelve a ese artista incendiario, visceral y espléndido que últimamente se había desdibujado

Da gusto bajar a las dulces catacumbas de El Sol y encontrarse, menudo aperitivo, con Juan Zelada sobre el escenario. Sin ningún interés por hacer patria, el muchacho es como Leon Russell pero en joven, guapo y zurdo. El madrileño allanó el camino a Eli “Paperboy” Reed en la comparecencia más visceral y estimulante que se le recuerda por estos lares. Desde el extremo izquierdo del escenario y con solo contrabajo y batería como acompañantes, Reed lucía traje y corbata pero figuradamente se arremangó hasta los codos: asumiendo el mando en plaza, avalando un fabuloso dominio de la guitarra en su ...

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Da gusto bajar a las dulces catacumbas de El Sol y encontrarse, menudo aperitivo, con Juan Zelada sobre el escenario. Sin ningún interés por hacer patria, el muchacho es como Leon Russell pero en joven, guapo y zurdo. El madrileño allanó el camino a Eli “Paperboy” Reed en la comparecencia más visceral y estimulante que se le recuerda por estos lares. Desde el extremo izquierdo del escenario y con solo contrabajo y batería como acompañantes, Reed lucía traje y corbata pero figuradamente se arremangó hasta los codos: asumiendo el mando en plaza, avalando un fabuloso dominio de la guitarra en su dimensión rítmica y solista, manchándose las manos de blues pantanoso y soul con muchos quinquenios. De acuerdo, el bostoniano publicó el año pasado un álbum espantoso (Night like this) y hasta puede despistar su aspecto de chico aseadito. Lo del martes, en cambio, fue de reclinatorio: una lección de negritud y poderío, un compendio de cantos arrebatados, lamentos sangrantes y gritos atávicos.

Servía de excusa el décimo aniversario de Sings ‘Walking and Talkin’ and other smash hits, el casi desconocido debut de Paperboy y su particular The basement tapes, un disco rudo y descarnado, grabado en sótanos, alérgico al estéreo y tan imperfecto como efervescente. The tips of my fingers, viejísimo éxito country de Bill Anderson, se convierte en una balada bella y abrasadora, pero la sorpresa llega en la fase más blues, con Eli soplando la armónica, arrollador en Fat Mama rumble o parando hasta el susurro en Got love if you want it para luego remontar como un poseso. Y así hasta que nuestro hombre acaba arrodillado y desgañitándose en You’re gonna make me cry, lo mejor que ha visto esta ciudad en meses. Un furor desconocido se adueñó del rubiales y acalló al más escéptico: veleidades puntuales al margen, lo de este chico es cosa muy seria.

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