Los hermanitos han crecido

Kitty, Daisy & Lewis Durham ya no son adolescentes que rompieron todos los records de precocidad, pero la veintena les ha sentado bien

Kitty Durham, en uno de los conciertos españoles de Kitty, Daisy & Lewis. Jordi Vidal (Reuters)

La apreciación sonará perogrullesca, pero los hermanos Durham están creciendo. Constatar que no son inmunes a las leyes de la biología tiene su importancia en el caso de unos veinteañeros cada vez más alejados de aquellos adolescentes que pulverizaron todos los registros de precocidad. Kitty (22 años), Daisy (26) y Lewis (24) llenaron a rebosar la Joy Eslava este domingo, igual que en aquella otra deliciosa noche de 2011, y en el tenderete de la entrada causaron sensación sus vinilos de 10 pulgadas a 78 revoluciones por minuto, para los que más nos vale desempolvar el gramófono de la abuela. P...

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La apreciación sonará perogrullesca, pero los hermanos Durham están creciendo. Constatar que no son inmunes a las leyes de la biología tiene su importancia en el caso de unos veinteañeros cada vez más alejados de aquellos adolescentes que pulverizaron todos los registros de precocidad. Kitty (22 años), Daisy (26) y Lewis (24) llenaron a rebosar la Joy Eslava este domingo, igual que en aquella otra deliciosa noche de 2011, y en el tenderete de la entrada causaron sensación sus vinilos de 10 pulgadas a 78 revoluciones por minuto, para los que más nos vale desempolvar el gramófono de la abuela. Pero los jovencitos que nos deleitaron durante la hora siguiente ya no son esa mayúscula sorpresa retro de antaño. Por decirlo de manera gráfica, ahora parecen más anclados en los sesenta que en los cincuenta, lo que no deja de constituir una evolución.

El estirón se aprecia hasta en el estilismo, con Daisy embutida en un mono gris y Kitty en lo alto de unos tacones vertiginosos, mientras que el varón sigue hecho un pincel, tal que un Harry Connick engominado. Pero de bisoñez, ni un ápice. Los tres son músicos magníficos que se intercambian guitarra, batería y teclados. Y los tres cantan extraordinariamente bien, aunque puede que Lewis sea el más dotado: él asume los blues de más hondura (It ain’t your business) y ese country añejo, Developer’s disease, que constituyó lo más estimulante.

El trío siempre transmite la sensación de atesorar más vinilos en su casa que en el mercadillo de Camdem Town. Solo así se explican las virguerías a la armónica de Kitty, el poderío a lo Nancy Sinatra de Whenever you see me, la naturalidad con la que Turkish delight se impregna de brisa jamaicana. Qué tipos, estos Durham: tan jóvenes, tan experimentados, tan endemoniadamente buenos.

Nadie esperaba semejantes llenazos
en sus siete fechas españolas
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