Crítica

Pastillas o saltitos

Marianne Faithfull mantiene una voz que aunque mellada nos habla de una mujer con heridas y fuste que no parece casar con el humo sintético

Marianne Faithfull en el Palau de la Música.Xavi Torrent (Getty Images)

Hubo un momento que resumió el concierto: Marianne Faithfull iniciaba la interpretación de “Sister Morphine”…. e inspiraba el banal humo sintético de un cigarrillo electrónico. Un vicio menor y desangelado, carente de poesía, sin asomo de épica, una claudicación prosaica a los placeres prohibidos del tabaco, de por sí un vicio casi irrelevante en una carrera de transgresiones como la llevada por ella durante parte de su vida. Y no, no se trata de encadenar a nadie a un pasado, no es eso, es constatar que la vida exige un peaje para seguir siendo vivida. Aceptarlo no desmerece, pero el pragmati...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Hubo un momento que resumió el concierto: Marianne Faithfull iniciaba la interpretación de “Sister Morphine”…. e inspiraba el banal humo sintético de un cigarrillo electrónico. Un vicio menor y desangelado, carente de poesía, sin asomo de épica, una claudicación prosaica a los placeres prohibidos del tabaco, de por sí un vicio casi irrelevante en una carrera de transgresiones como la llevada por ella durante parte de su vida. Y no, no se trata de encadenar a nadie a un pasado, no es eso, es constatar que la vida exige un peaje para seguir siendo vivida. Aceptarlo no desmerece, pero el pragmatismo (“no está mal esta alternativa al tabaco”, vino a decir) tiene un viso de renuncia cuando se exhibe en público sin ambages. El tiempo siempre parece vencer a quienes lo negaron.

Y Marianne Faithfull mantiene una voz que aunque mellada nos habla de una mujer con heridas y fuste que no parece casar con el humo sintético. Pero ella, hábil, logró que todo el Palau la comprendiese como si su mera presencia fuese una expiación de los pecados de los allí presentes, que en su persona se curaban de sus propias heridas del pasado. Por eso se aceptó lo que en otros casos hubiese sido motivo de cuestionamiento, no otra cosa que la constante enumeración por parte de la estrella de todos los sinsabores de un declive físico que, por supuesto, convertía en heroica su presencia sobre el escenario. En pocas palabras, si acaso nadie se había apercibido de sus limitaciones motoras (apenas podía moverse, cantó buena parte del concierto sentada, no pudo ni girar el tronco para presentar al batería), allí estaba ella para acentuarlas verbalmente junto a su bastón, reclamando el bolso para tomar la medicación en escena.

Eliminando todo ello del espectáculo, material sobrante, Marianne Faithfull se mostró en forma, al menos comparada con ella misma en otras visitas. Cantó con esa herramienta hermosamente ajada y personal, su grave y cavernosa voz, un repertorio de amplio registro, vigoroso y acústico, desolador, angustioso y por momentos lúgubremente esperanzado; country, folkie y bluesy: en suma, tan abierto como la lista de compositores que han colaborado con ella en su último disco, presente hasta alcanzar casi la mitad del repertorio. Lastimada por los años, nadie podía esperar un concierto impecable, pero tampoco era preciso acentuar lo evidente y restar la emoción del pensamiento no subrayado. Ella se acepta así. Mike Jagger, su ex novio, ha preferido negar la edad a base de saltitos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En