Una vaquera de ciudad
La joven de Missouri canta con intensidad doliente, pero no logra un hueco en la memoria
No es Angel Olsen ese tipo de cantante complaciente y acaramelada que ciertos aficionados anhelan para que les arreglen el día. Detrás de su aspecto frágil y tímido late en esta joven un corazón mucho más afín a la tormenta. Había risas el lunes durante sus presentaciones en una sala Charada casi llena, pero mucho dolor en ese cancionero que se despliega como una plegaria, anclado en un tono meditabundo y monocorde que a algunos, más propensos a las relaciones sociales, se les debió de atragantar. Algún día llegará el sociólogo que acierte a...
No es Angel Olsen ese tipo de cantante complaciente y acaramelada que ciertos aficionados anhelan para que les arreglen el día. Detrás de su aspecto frágil y tímido late en esta joven un corazón mucho más afín a la tormenta. Había risas el lunes durante sus presentaciones en una sala Charada casi llena, pero mucho dolor en ese cancionero que se despliega como una plegaria, anclado en un tono meditabundo y monocorde que a algunos, más propensos a las relaciones sociales, se les debió de atragantar. Algún día llegará el sociólogo que acierte a explicar ese fenómeno pasmoso de los charlatanes de concierto.
La de Missouri evoca desde la inaugural Drunk and with dreams el aroma del country clásico, pero deconstruido a la manera de una chica indie. Su voz es aguda y brota plañidera, entre sollozos, como una Loretta Lynn que relegase el lirismo por una cierta tosquedad. Canciones como Lights out retratan a una vaquera de ciudad que evita el refinamiento: Angel se esfuerza en las inflexiones por no afinar con precisión, lo que tiene su encanto mientras no se aproxime a los estándares de Russian Red en un día malo.
Los tres músicos de la banda también optan por un sonido tosco, brumoso y de garito, con más asfalto que amapolas. Olsen es taciturna como su admirado Bonnie “Prince” Billy, amiga de trémolos y acordes menores: una versión femenina de Roy Orbison en sus momentos más desolados. En realidad solo le faltan títulos que se hagan hueco en nuestra memoria y tarareos, frases a las que recurrir como banda sonora para una tarde baldía. Escuchamos bonitas guitarras en Tiniest seed y auténtica proteína de rock oscuro para High & wild, pero lo mejor de la noche fue la versión de I’m a stranger here, de Richie Havens. Eso y los muy prudentes 55 minutos de velada.