Un Miles Kane vibrante y una piscina desbordada

El músico británico y la rapera neoyorquina Azealia Banks, lo mejor del festival Arenal Sound

Miles Kane, durante su actuación en el Arenal Sound. ANGEL SÁNCHEZ

Una piscina atestada, como en aquellas fotos de grandes albercas chinas pero en una versión mucho más desenfadada y lúdica. Y una explanada concurrida tan solo de forma muy relativa, en la que actuaciones como la de Miles Kane pueden ser degustadas a escasos metros del escenario, sin agobios ni apreturas, al contrario de lo que ocurriría en el FIB. Esas estampas delimitan los dos extremos entre los que se mueve la oferta del ...

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Una piscina atestada, como en aquellas fotos de grandes albercas chinas pero en una versión mucho más desenfadada y lúdica. Y una explanada concurrida tan solo de forma muy relativa, en la que actuaciones como la de Miles Kane pueden ser degustadas a escasos metros del escenario, sin agobios ni apreturas, al contrario de lo que ocurriría en el FIB. Esas estampas delimitan los dos extremos entre los que se mueve la oferta del Arenal Sound, ese certamen al que el grueso de su jovencísima clientela acude con el mismo pálpito con que afrontaría un viaje de fin de curso a Magaluf.

Desde aquella fallida tentativa de 2010 (The Cranberries, Bebe, Simple Minds), esa ha sido su fórmula. Y su nómina de músicos internacionales suele pasar algo desapercibida para una gran mayoría, pese a derroches de clase como el de Miles Kane el viernes. El compañero de correrías de Alex Turner sabe cuál es su linaje (el guiño al Loaded de Primal Scream o su remake del Sympathy for the Devil de los Stones) y no lo malbarató, al servicio de un energético y rotundo set que haría las delicias de cualquier fan de Paul Weller, Small Faces o The Who. Su sobresaliente actuación fue lo mejor de una velada que osciló entre el desarmante candor teenager de los prometedores Peace (cruzando del ensueño shoegaze al calambre afro pop de unos Bombay Bicycle Club) y un nuevo capítulo del sainete Por qué lo llaman grunge cuando quieren decir metal, servido por los excesivos Biffy Clyro: un superávit de épica y riffs paquidérmicos que, a estas alturas de festival, se antojó indigesto.

No así la concluyente exhibición de Azealia Banks la noche del jueves, triunfadora absoluta en estos tiempos en los que los logros se cuentan por millones de visitas en YouTube y no por discos vendidos. Su producción musical es exigua, pero su aportación escénica es un torbellino en el que se citan el hip hop, el r'n'b o hasta el house de la vieja escuela para edificar un show irresistible, bendecido por su figura menuda y fibrosa, indudable madera de estrella mayor. Fue lo más granado de una jornada rutinaria, como corresponde a una cita en la que el doble ancho de vía por el que circula el pop independiente estatal es más visible que en ningún enclave: bandas tan solventes y estimulantes como Mishima, Pony Bravo, Triángulo de Amor Bizarro o León Benavente actúan en horario extemporáneo, con el sol en la cara y ante poco más de un centenar de fieles, mientras el trazo grueso de Love Of Lesbian, La Pegatina, Izal o Miss Cafeina convoca en prime time ese trasiego de gente que aquí se manifiesta en forma de marabunta. Con la chavalería convocando el tumulto. Todo un clásico.

El festival continuaba anoche con Placebo como vistoso reclamo y hoy acaba con los señuelos de Die Antwoord o Mando Diao.

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