POP | Eels

La orquestina del tierno perdedor

La versión acústica y taciturna de Mark Oliver Everett parece un salvoconducto a la depresión, pero constituye un canto al humor como único asidero posible del ánimo

Todo hombre conoce básicamente dos estados de ánimo, el esperanzado y el taciturno. No lo llamemos contradicción, sino dualidad: el puñetero yin y el divino yang. Explorador como pocos de sus propias entretelas, el señor E. ha tenido tiempo en once discos de mostrarnos su gama completa de colores. Y esta vez, según comprobamos anoche en un Circo Price fascinado y repleto, ha preferido guiarnos en un viaje por sus tinieblas. Un recorrido de disneas respiratorias, clamorosas oportunidades desperdiciadas, estupideces por activa o pasiva. Y una sola posibilidad de redención: el sentido del humor c...

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Todo hombre conoce básicamente dos estados de ánimo, el esperanzado y el taciturno. No lo llamemos contradicción, sino dualidad: el puñetero yin y el divino yang. Explorador como pocos de sus propias entretelas, el señor E. ha tenido tiempo en once discos de mostrarnos su gama completa de colores. Y esta vez, según comprobamos anoche en un Circo Price fascinado y repleto, ha preferido guiarnos en un viaje por sus tinieblas. Un recorrido de disneas respiratorias, clamorosas oportunidades desperdiciadas, estupideces por activa o pasiva. Y una sola posibilidad de redención: el sentido del humor cáustico y hasta bufo. El mismo que le hace lanzarse a la platea para abrazarse con todo bicho viviente o colocar en sus pases de escenario una foto de ¡Kenny G!

“¿Alguien estuvo el año pasado?”, preguntó al poco de empezar, tras una doliente versión de When you wish upon a star, en alusión a su pletórico concierto de La Riviera en abril de 2013. “Fue divertido, ¿verdad? Pues hoy se acabó la diversión. No habrá rock ni roll: solo escuchas difíciles”. Era una advertencia informativa coherente con su nuevo álbum, The cautionary tales of Mark Oliver Everett. Hubo multitud de baladas apesadumbradas, cadenciosas y hermosísimas. Hubo un único y efímero solo de guitarra eléctrica en 80 minutos de concierto, pero mucha trompeta, vibráfono, melódica, campanas tubulares, steel guitar. Hubo cuatro acompañantes maduros y trajeados que parecían una orquestina incompatible con la sonrisa. Pero hubo, sobre todo, un pequeño genio depresivo que ejerce como curandero involuntario. Un tierno perdedor que se ha dado de bruces con el mundo cruel pero esboza, sin pretenderlo, una enseñanza fundamental: la belleza puede acecharnos incluso en los días más jodidos.

Era difícil no recordar al primer Tom Waits cuando Everett se enfrentaba al piano de pared y desgranaba con voz de lobezno A line of the dirt, Lockdown hurricane o la mayúscula Gentlemen’s choice (“duermo todo el día sobre sábanas sucias…”). Podíamos sentir también la amarga cicuta sentimental con que Randy Newman adereza a sus personajes. Pero Mark, autor enciclopédico, se permitió concluir con dos versiones: Can’t help falling in love y Turn on your radio, joya enorme del minusvalorado Nilsson. Depresivo, desastrado, cincuentón y perdedor, E. es, sobre todo, un tipo grande.

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