soul | Martha Reeves

El icono y el caos

La mítica intérprete de ‘Dancing in the streets’ alardea de talento y carisma en una noche tan histórica como musicalmente imperfecta

Martha Reeves, en concierto.JUAN PÉREZ-FAJARDO

Quien no diera crédito a los carteles pudo comprobar la fresca madrugada del sábado en el patio del Matadero que la Guía del Ocio no mentía: era la mismísima Martha Reeves, ella misma en persona, la que se apoderaba del centro del escenario. Con sus 72 años razonablemente bien llevados, el cuerpo embutido en un inenarrable vestido largo de lentejuelas doradas, una rosa prendida entre los rizos morenos y sus dos Vandellas (Lois y Delphine Reeves) escoltándola con atuendo similar. Lo que sucedería durante los 75 minutos siguientes resultó más memorable en términos históricos (o, si se q...

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Quien no diera crédito a los carteles pudo comprobar la fresca madrugada del sábado en el patio del Matadero que la Guía del Ocio no mentía: era la mismísima Martha Reeves, ella misma en persona, la que se apoderaba del centro del escenario. Con sus 72 años razonablemente bien llevados, el cuerpo embutido en un inenarrable vestido largo de lentejuelas doradas, una rosa prendida entre los rizos morenos y sus dos Vandellas (Lois y Delphine Reeves) escoltándola con atuendo similar. Lo que sucedería durante los 75 minutos siguientes resultó más memorable en términos históricos (o, si se quiere, mitómanos) que musicales. Porque Martha conserva poderío, mando en plaza, un vozarrón con muchos decibelios y una socarronería admirable, pero el espectáculo resultante es una mezcla irregular, entrañable y mayormente caótica.

El logro de una presencia tan icónica como la de la intérprete de Dancing in the streets -pionera del soul y reina del sello Motown hasta que Diana Ross le arrebató para siempre la corona- hay que anotárselo al festival Black is Back, iniciativa preciosa y valiente que en años pasados ya rescató del olvido a Irma Thomas o The Impressions. “No sé por qué lo llaman Black”, anotaba con sorna Reeves, lamiéndose un dedo con saliva y pasándoselo por la cara, como si la pigmentación cutánea no fuera genuina. El problema radicaba en la circunstancial banda acompañante, un noneto con músicos muy profesionales pero cada uno de su padre y de su madre, inmersos siempre en un frenético trajín de partituras y cohibidos cuando su ocasional jefa les demandaba unas frases de improvisación. El resultado fue más bien tembloroso, porque pegada y mordiente son cualidades que solo se alcanzan tras muchas horas de vuelo compartido.

Con todo, la figura mítica de Reeves, el encanto de un repertorio incombustible y hasta la atenta vigilancia de la luna llena hicieron que prendiera por momentos el hechizo. Sobre todo con la muy contagiosa Jimmy Mack, la extraordinariamente añeja Come and get these memories y algún que otro baladón en el que la de Alabama pudo tirar de notas agudas y ejercer como la diva divinísima que aún hoy sigue siendo. “Decidme que me queréis”, imploraba a la risueña audiencia antes de suministrar la inmortal Nowhere to run o de proclamar a los cuatro vientos su soltería y buena predisposición para con algún pretendiente ibérico.

Ni siquiera los momentos culminantes acabaron de serlo. El homenaje a Michael Jackson (I want you back) resultó breve y descafeinado, y el éxtasis final, con Heat wave, My baby loves me y, claro, Dancing in the streets, se quedó a muchos kilómetros de la apoteosis que semejante cancionero merecía. Pero el público pudo marcharse a la desesperada caza del búho con una melodía infalible para el tarareo. Presumía la Reeves de haber interpretado Bailando en las calles en 72 países distintos, y es un honor formar parte de tan ilustre nómina.

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