FOLK | MATTHEW E. WHITE

El murmullo americano

El barbudo de Richmond indaga en el legado de la gran música popular de su país, aunque a veces abusa de sus letanías vocales

Matthew E. White gasta aires de chico bonachón que ha pasado muchas horas escuchando música en el cuarto, sin importarle la longitud que adquirieran su barba y melena. Ahora se expone a los focos del escenario, pero convencido de que las leyes fundamentales de la música popular son las que adquirió escuchando los viejos vinilos paternos. White es un treintañero que ha interiorizado la sabiduría de los mayores, las enseñanzas del soul, folk, country y blues registrados hasta 1971: cualquier episodio acontecido a posteriori es pura reiteración. Y así, con soni...

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Matthew E. White gasta aires de chico bonachón que ha pasado muchas horas escuchando música en el cuarto, sin importarle la longitud que adquirieran su barba y melena. Ahora se expone a los focos del escenario, pero convencido de que las leyes fundamentales de la música popular son las que adquirió escuchando los viejos vinilos paternos. White es un treintañero que ha interiorizado la sabiduría de los mayores, las enseñanzas del soul, folk, country y blues registrados hasta 1971: cualquier episodio acontecido a posteriori es pura reiteración. Y así, con sonido clásico, recio y hasta ensimismado, se estrenó anoche en el Lara tras dos únicas experiencias españolas previas: Ourense y el Primavera Sound barcelonés de 2013.

White se atiene al canon hasta en la camisa de cuadros, atuendo que comparte con dos de sus tres acompañantes. Podría recordar a cantautores de alta escuela, de Harry Nilsson a Randy Newman (al que recreó con la imprescindible Sail away), o a trovadores más recientes: Marc Jordan, Will Hoge y unas cuantas decenas más. Le distingue esa voz grave que es casi murmullo, una retahíla aparentemente desganada que estalla en quejidos agudos en los finales de frase. Lástima que lo identificativo sea en su caso también reiterativo: sabiendo de su colosal bagaje, el de Richmond (Virginia) a ratos parece enrocarse sin necesidad.

Hay pinceladas de color repartidas por el repertorio: la inflexión jamaicana de Jimmy Cliff en la inaugural Will you love me, la profundidad blues de esas notales pedales graves de Are you ready for the country? (Neil Young), la sensación de que el delicioso estribillo descendente de Steady pace lo habría validado The Band cualquier noche en el Academy of Music. Pero el murmullo se vuelve realmente áspero en Hot hot hot, letanía de un solo acorde para los paladares americanos más irreductibles.

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