soul | nick waterhouse

El gafotas se lo sabe todo

El artista californiano echa la máquina del tiempo, con resultados excitantes, hasta antes incluso de los años sesenta

El primer nombre que viene a la cabeza cuando contemplamos a Nick Waterhouse en el centro del escenario, con sus gafas de pasta, americana y ese aire de irreprochable alumno de postgrado, es el de Mayer Hawthorne, otro soulman joven y miope que suena como si tuviera la edad de sus padres. Pero la apreciación es errónea: Mayer parece salido de un guateque en los sesenta y Nick quiere llegar una década más atrás con la máquina del tiempo. Su parentesco es mayor con luminarias como James Hunter o los Dap-Kings: esa batería tosca, las pinceladas de saxo tenor y barítono (este, en manos de una muje...

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El primer nombre que viene a la cabeza cuando contemplamos a Nick Waterhouse en el centro del escenario, con sus gafas de pasta, americana y ese aire de irreprochable alumno de postgrado, es el de Mayer Hawthorne, otro soulman joven y miope que suena como si tuviera la edad de sus padres. Pero la apreciación es errónea: Mayer parece salido de un guateque en los sesenta y Nick quiere llegar una década más atrás con la máquina del tiempo. Su parentesco es mayor con luminarias como James Hunter o los Dap-Kings: esa batería tosca, las pinceladas de saxo tenor y barítono (este, en manos de una mujer con traje de pantera) o los gemidos del órgano remiten al rhythm & blues primigenio; a veces, como en la salvaje Some place, al rock arcaico.

Que esta descripción corresponda a un jovenzuelo de 27 años no retrata necesariamente a un nostálgico, sino a un tipo muy documentado. Un gafotas sabelotodo, en la mejor acepción posible: con muchas horas manejando singles poco trillados y capaz de seducir anoche, en la abarrotada sala Copérnico, a un público que no anda pendiente del DNI.

A Waterhouse seguramente le divierte acentuar ese aspecto de empollón relamido, porque así el contraste con su vozarrón negroide y ese repertorio incandescente es más seductor aún. Los teclados chirrían como en las grabaciones más asilvestradas de los Animals y la voz femenina de Brit Manor es un permanente complemento de carnalidad Say I wanna know, It no3. Al jefe se le nota exultante cuando pisa el acelerador (parece difícil conciliar el sueño con Sleeping pills, pero la densidad de una balada tan sensacional como Raina tiene poco que envidiarles a Mose Allison o Roy Orbison. La fiesta del californiano acabó en 75 minutos y con la invasión autorizada del escenario por parte de cuatro espontáneas bailonas: noche breve e intensa como un viejo elepé de vinilo.

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