crítica | soul

Orgullosa negritud

La arrolladora vocalista de origen nigeriano Ayo debuta en Madrid con un concierto rutilante

Concierto de Ayo en Madrid. TONI GUERRERO

Arranca Joy Olasunmibo Ogunmakin arpegiando su guitarra desde bambalinas y cuesta contener el asombro cuando al fin emerge en la Sala But. Esta mujer es altísima, exuberante y dueña de una voz abrumadora, como si a Randy Crawford le hubiera salido una hermana de ascendente nigeriano. Asombra que Ayo permaneciera inédita en los escenarios madrileños, pero el genio arrollador que exhibió anoche augura nuevas visitas tempranas. Porque esta indiscutible diva de ébano es magnética, empática, talentosa y absolutamente polivalente: capaz de orillarse hacia el reggae (Who), convertir...

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Arranca Joy Olasunmibo Ogunmakin arpegiando su guitarra desde bambalinas y cuesta contener el asombro cuando al fin emerge en la Sala But. Esta mujer es altísima, exuberante y dueña de una voz abrumadora, como si a Randy Crawford le hubiera salido una hermana de ascendente nigeriano. Asombra que Ayo permaneciera inédita en los escenarios madrileños, pero el genio arrollador que exhibió anoche augura nuevas visitas tempranas. Porque esta indiscutible diva de ébano es magnética, empática, talentosa y absolutamente polivalente: capaz de orillarse hacia el reggae (Who), convertirse en una furibunda Lauryn Hill rapera (Complain) o entregarse a la ternura mientras vuelve lamirada a los Jacksons y el sonido Motown (I’ll be there).

Ayo nació en Colonia, ha vivido por medio mundo y el próximo mes grabará su primera película en Haití, pero jamás olvida su enraizada esencia africana. Y es esa orgullosa negritud la que le permite evocar el afrobeat de Fela Kuti (Hullabaloo) y contagiarnos la curiosa sensación de que solo faltaba una Plaza Mayor como Dios manda para que la noche pareciera discurrir en el Womad de Cáceres. Otras europeas africanas de nombre escueto, Asa o Nneka, han edificado un discurso parecido de ritmo y compromiso. Ayo las supera, quizás, en su predisposición a la felicidad; en su convencimiento de que no solo es una cantante magnífica, sino una cualificada sanadora de las heridas del alma.

Sobrepasadas todas las previsiones horarias, nuestra alemana de Nigeria decidió regalar acometidas adicionales de vitalidad. A esas alturas había rendido tributo con I wonder al redivivo Rodríguez (ya saben, el de Searching for sugar man), avalado su poderío vocal durante un paréntesis acústico y rapeado por sorpresa en mitad de la pista, entre un público que había caído sin disimulos en brazos de la excitación. Por eso el cuarto de hora final resultó casi una declaración de amor recíproca, el desparrame encadenado y sucesivo de Down on my knees (su único título popular en España), Ticket to the world y la excepcional, y apropiadamente flamígera, Fire. “¿Os sentís mejor?”, había preguntado Joy Olasunmibo a la audiencia en mitad de la noche, convencida de que esa era la razón última de su presencia sobre las tablas. Y sí, Ayo debió aliviar ayer más de una aflicción.

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