POP | John Berkhout

Con los párpados cerrados

La banda guipuzcoana asume como nadie el legado acústico de Fleet Foxes e imparte una precoz lección de pop pastoral

Ekain Pérez, cantante de John Berkhout, en la sala Moby Dick.DANIEL CLAUDÍN

Miradas tímidas, acoples incómodos, algún que otro temblor en las gargantas. Los guipuzcoanos John Berkhout debutaban este sábado en Madrid y el escenario de la Moby Dick era un entrañable mejunje de ilusión, responsabilidad y nervios. Los chavales de Oiartzun tardaron poco en liberarse de las mariposas en el estómago: pese a su envidiable condición de veinteañeros, cuentan que pasaron cinco años encerrados en el local de ensayo hasta acertar con el sonido bucólico que define su homónimo debut. Y no es de extrañar, porque la minuciosidad y preciosismo que desprenden Good morning o ...

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Miradas tímidas, acoples incómodos, algún que otro temblor en las gargantas. Los guipuzcoanos John Berkhout debutaban este sábado en Madrid y el escenario de la Moby Dick era un entrañable mejunje de ilusión, responsabilidad y nervios. Los chavales de Oiartzun tardaron poco en liberarse de las mariposas en el estómago: pese a su envidiable condición de veinteañeros, cuentan que pasaron cinco años encerrados en el local de ensayo hasta acertar con el sonido bucólico que define su homónimo debut. Y no es de extrañar, porque la minuciosidad y preciosismo que desprenden Good morning o Lost in the wild (hasta los títulos son deliciosamente campestres) conocen pocos antecedentes en suelo ibérico.

Por espíritu bucólico, filiación acústica y el encantador timbre agudo de Ekain Pérez, el cantante principal, la referencia evidente es la de Fleet Foxes (y, claro, los Simon & Garfunkel más evolucionados). El quinteto, que incluye clarinete o metalófono y en directo crece con un segundo percusionista, actúa en permanente ensimismamiento, con los párpados tan cerrados como muchos de sus oyentes. Y es gozoso comprobar que Ekain dispone de hasta tres voces secundarias para arroparse; una de ellas, la del bajista Mikel Alonso, sencillamente deliciosa.

La influencia de los Foxes es aún más evidente cuando los desarrollos se prolongan, como ese A water drop against the sun que recuerda a los temas dobles del álbum Helplessness blues. Pero hacia el final del concierto llegan un par de piezas con una brizna de electrónica, A tiny great thing y la extraordinaria White holes, y la imaginación nos lleva desde Seattle a la Irlanda de Villagers. Nuestros barbados jóvenes (solo el batería renuncia al vello facial, lo que le confiere aspecto de benjamín) completan su aún escueto repertorio con dos versiones exquisitas, Elliott Smith y Feist. Una señal inequívoca: el buen gusto les brota a raudales.

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