ROCK | DAUGHTER

Plegarias de contención dolorida

La banda londinense de Elena Tonra logra un silencio conmovedor en la Joy Eslava, absorta con su repertorio parsimonioso y tristísimo

El tiempo es el bien más preciado e inaprensible del que tenemos noticia, aquel por el que suspiramos a sabiendas de que seguirá escurriéndosenos entre los dedos. Andamos casi tan escasos de minutos como de silencio, quimera inimaginable en el fragor de la batalla urbana. El trío londinense Daughter demanda del oyente grandes dosis de ambos elementos, tiempo y silencio, en lo que parece una doble pirueta suicida. Lo asombroso es que lo consigue, incluso ante una audiencia tan locuaz como la española. La Joy Eslava presentaba anoche un lleno gozoso ante el estreno de Elena Tonra y sus chicos en...

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El tiempo es el bien más preciado e inaprensible del que tenemos noticia, aquel por el que suspiramos a sabiendas de que seguirá escurriéndosenos entre los dedos. Andamos casi tan escasos de minutos como de silencio, quimera inimaginable en el fragor de la batalla urbana. El trío londinense Daughter demanda del oyente grandes dosis de ambos elementos, tiempo y silencio, en lo que parece una doble pirueta suicida. Lo asombroso es que lo consigue, incluso ante una audiencia tan locuaz como la española. La Joy Eslava presentaba anoche un lleno gozoso ante el estreno de Elena Tonra y sus chicos en suelo matritense. Quizás la muchacha tarde en olvidarlo: una hora más tarde, mientras el público coreaba Youth a una sola voz, tuvo que sofocar su propia risa pletórica. Justo mientras cantaba aquello de “Casi todos nuestros sentimientos se han muerto o desvanecido”.

Tonra vendría a ser una cantautora tristísima que, por timbre de voz, recuerda a una Florence Welch al filo del colapso y la hecatombe. El hechizo prende con la irrupción de Igor Haefeli, guitarrista afín a las texturas etéreas y ensimismadas, a esas reverberaciones y acordes atormentados que pisa con arco de violín, como Sigur Rós. El repertorio se sucede con parsimonia reconcentrada y más aprecio por el matiz que el sobresalto. Landfill sugiere algo parecido a un estribillo y Winter incorpora esos crescendos rítmicos que animan a no perder detalle. Hasta que brota la hermosa Candles, con la voz por fin en primer plano: una plegaria de contención dolorida, un quejido en el que la belleza viaja con la congoja en el asiento de copiloto.

Hay algún amago de luz en el discurso de Daughter: la ocurrente versión final de Get lucky (Daft Punk), la ironía de Haefeli en las presentaciones (“ahora viene una canción deprimente, luego llegarán otra y otra…”). Pero Elena se ha propuesto ponerle banda sonora a nuestra tristeza cotidiana. Tan poética, pero también tan opresiva.

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