El querer y esas cosas
El bohemio del inseparable sombrero, elegante y de chulería fina, demuestra en el Price que tiene una canción para todos
Algunas virtudes provechosas para el espectáculo no pueden aprenderse en ninguna academia: vienen de serie o no vienen. El gracejo, por ejemplo. Antonio Manuel Mellado comenzó anoche su concierto en el Price burlándose de la españolísima impuntualidad de los espectadores, y solo desde el desparpajo puede lograrse que parezca hilarante lo que en otros labios sonaría a reprimenda. El malagueño no escatimó ganas, repertorio ni sorna durante dos horas largas: “si no saben cantar, muevan la boca y hagan el playback”, imploraba al público.
Zenet es un personaje que se acerca bastante...
Algunas virtudes provechosas para el espectáculo no pueden aprenderse en ninguna academia: vienen de serie o no vienen. El gracejo, por ejemplo. Antonio Manuel Mellado comenzó anoche su concierto en el Price burlándose de la españolísima impuntualidad de los espectadores, y solo desde el desparpajo puede lograrse que parezca hilarante lo que en otros labios sonaría a reprimenda. El malagueño no escatimó ganas, repertorio ni sorna durante dos horas largas: “si no saben cantar, muevan la boca y hagan el playback”, imploraba al público.
Zenet es un personaje que se acerca bastante al Antonio del DNI. El hombre del inseparable sombrero apela a la bohemia, la elegancia y la chulería fina, esa que le permite sugerir el aplauso o indicarle con aspavientos teatrales las entradas a sus músicos. Falta, claro, la nicotínica niebla de aquellos clubes para moradores de las horas golfas, pero él la invoca en Échame el humo a la cara. Y así acaba por ganarse la complicidad de esos 1.450 espectadores de condición variada que ayer renovaron sus votos con este crooner peninsular, sentimental y bajito.
Anoche sonó íntegro su tercer disco, La menor explicación, que reincide a modo de trilogía en la misma fórmula: un cantante de swing con bastante de son cubano, algo de bolero y una brizna de tango. Pero las letras de Javier Laguna tienen la virtud de percibirse como propias: refieren cataclismos sentimentales y cualquiera puede darse por aludido. El querer y todas esas cosas, ya saben. ¿Cómo será? aborda un reencuentro embarazoso, Tranquila retrata los secretos de sumario en los vericuetos del deseo y No me deis buenos consejos –estupenda con la sola compañía del pianista Pepe Rivero‑ asume que los corazones inflamados de pasión no atienden a razones. El azar caprichoso nos brinda encuentros mágicos y las pérdidas más devastadoras en Quién sabe, igual que cada oyente adjudica un rostro (cercano o abisal) a Un beso de esos. Zenet tiene una canción para todos; por eso se ha hecho tan necesario de un lustro a esta parte.