CRÍTICA | DANZA

Madurez, registro y susurros

Rocío Molina es un talento nato del baile más racial y de una línea bien aprendida

Escena del espectáculo Afectos.TAMARA PINCO

Dentro de ese despropósito de programación que es el festival mutante de estación, donde el espectador poco sabe a qué atenerse y cuándo, érase que a veces hay buenos artistas. ¿A quién interesan realmente estas operaciones de "mercadotecnia cultural" e "industria del espectáculo" (conceptos que ponen los pelos de punta y tanto se magrean hoy)?

Pero el espacio, las líneas, son en justicia para los que bailan y cantan. Rocío Molina es un talento nato del baile más racial y de una línea bien aprendida, a lo que suma su inquietud y una buena formación en las artes más contemporáneas. Eso l...

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Dentro de ese despropósito de programación que es el festival mutante de estación, donde el espectador poco sabe a qué atenerse y cuándo, érase que a veces hay buenos artistas. ¿A quién interesan realmente estas operaciones de "mercadotecnia cultural" e "industria del espectáculo" (conceptos que ponen los pelos de punta y tanto se magrean hoy)?

Pero el espacio, las líneas, son en justicia para los que bailan y cantan. Rocío Molina es un talento nato del baile más racial y de una línea bien aprendida, a lo que suma su inquietud y una buena formación en las artes más contemporáneas. Eso la ha hecho experimentar y equivocarse, y hasta atentar contra su estampa en escena; otras ha dado en el clavo. Todo el mundo la alaba sin fisuras, cabría preguntarse por qué. Anoche hubo una prueba muy positiva.

También habría que situar en qué momento descolló como figura. Había un extraño vacío, un paréntesis y una notoria dubitación tanto en los más flamencos como en los más ligados a la tradición de la danza teatral española. Rocío Molina, en ese panorama, orillaba a ambos bandos, y aún hoy, da una de cal y una de arena, la atrae irremediablemente su nervio de bailaora de verdad, pero una moda (o muchas modas) la rondan y frecuentemente la pueden. Ella hace un tándem magnífico con la Tremendita (una voz que trascenderá muchísimo, que hará historia si es que no la está haciendo ya), se compensan. La obra luce un tono melancólico e intimista, pero a la vez, hay angulosidad y geometría.

Afectos

Rocío Molina (Baile y coreografía); Rosario La Tremendita (cante y música); contrabajo: Pablo martín; escena y luces: Carlos Marquerie. Teatro de La Abadía. Hasta el 1 de junio.

Rocío ha madurado en su fraseo y su respiración, sus vueltas quiebran con poesía y hay un aliento, algo que decir. Entre ellas hay complicidad sensorial y plástica. La Tremendita tiene un imán envolvente y la rítmica de todo el discurso colabora al diálogo de intimación. No falta el guiño expresionista, desinhibida y dominante la bailarina bajo una aparente espontaneidad, muestra el laboratorio. El teatro se llenó y vitoreó a los artistas.

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