POP | Miss Caffeína

Melodrama llevadero

La banda bisoña y autogestionaria que encadenó cuatro EP figura ahora en el catálogo de una multinacional y arrastra a un público joven

Cuidado con Miss Caffeína. Aquella banda bisoña y autogestionaria que encadenó cuatro epés figura ahora en el catálogo de una multinacional, arrastra a un público joven y militante y se permite programar una doble presentación de su segundo disco, De polvo y estrellas, en la Joy Eslava: anoche con lleno entusiasta y hoy, con acceso permitido a menores de 18. Todo un síntoma (hay chavales muy jóvenes que suspiran por estos muchachos) y un ejemplo, dadas las demenciales restricciones de la legislación madrileña.

El quinteto saca provecho, además, del tirón de Alberto Jim...

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Cuidado con Miss Caffeína. Aquella banda bisoña y autogestionaria que encadenó cuatro epés figura ahora en el catálogo de una multinacional, arrastra a un público joven y militante y se permite programar una doble presentación de su segundo disco, De polvo y estrellas, en la Joy Eslava: anoche con lleno entusiasta y hoy, con acceso permitido a menores de 18. Todo un síntoma (hay chavales muy jóvenes que suspiran por estos muchachos) y un ejemplo, dadas las demenciales restricciones de la legislación madrileña.

El quinteto saca provecho, además, del tirón de Alberto Jiménez (el cantante más sexy de la escena patria, dictaminó Rolling Stone) y le reserva para emerger en último lugar y con su ojo derecho pintarrajeado, aunque el carisma de Bowie o Michael Stipe aún queden a unos cuantos años luz. En general, los Caffeína todavía amagan más que golpean: resultan más corpulentos y vigorosos que Supersubmarina, pero su melodrama llevadero les convierte en una especie de Vetusta Morla de baja intensidad. Con letras más inteligibles, pero sin los colmillos lo bastante afilados. “Soy un animal que siempre muerde”, canta Alberto en una de sus mejores nuevas canciones (Superhéroe), pero a veces aún le falta hacer sangre, aventurarse más al desgarro de Mi rutina preferida. Ayer asistía a los avances del grupo su flamante ingeniero, Max Dingel (The Killers), acaso responsable de esos teclados épicos en Venimos. Pero puede que tenga más encanto el aire ultramelódico de Gigantes, acaso el nexo ideal entre los sesenta y los noventa.

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